Una paletada tras el escándalo que no fue

Gonzalo Vásquez V. | Sección: Educación, Familia, Política, Sociedad

Esta semana hemos presenciado un alboroto de grandes  proporciones, a raíz de un grotesco videoclip encargado y financiado por la Defensoría de la Niñez y dirigido, evidentemente, al público infantil y adolescente. El motivo de escándalo ha sido un pasaje de la canción en que ésta llama (a su público, es decir a los niños y adolescentes) a “saltarse el torniquete”, haciendo obvia referencia a las escaramuzas que dieron comienzo a la insurrección de octubre de 2019. La Defensoría de la Niñez ha sido justamente acusada de incitar a la violencia con este videoclip; se ha exigido la destitución de su directora Patricia Muñoz y hasta se han interpuesto querellas criminales en contra del organismo y su directora invocando la Ley de Seguridad Interior del Estado. Hemos visto a políticos de derecha sacar la voz de un modo que no se apreciaba en años. 

Nos sorprende, empero, que el motivo de escándalo haya sido sólo el mencionado pasaje, quizás el más inocente del videoclip, y que el alboroto no se haya producido sino hasta ahora.

Oímos y reoímos la canción, y asistimos con asombro a un indisimulado llamado a la rebelión de los hijos en contra de sus padres: “Nos callaban en la cena” (qué horror, enseñar respeto y cortesía con los mayores); “no podíamos decidir entre religión y orientación sexual” (¿y quién lo iba a decidir sino los padres? ¿Un funcionario del ministerio de Educación o la psicóloga del colegio?); “¡Se derrumbó esa falsa moral!” (muy claro: la moral de los padres es falsa y ya está superada); “ya no somos rebaños objeto de protección” (¿quién está llamado a protegerlos antes y mejor que los padres?); “¡Grita fuerte; tú puedes opinar!” (eso; grítale a tu padre y a tu madre, y, si puedes, también a tu abuela). 

Con deliberada malicia, hasta aquí la canción es inconfundiblemente “31 Minutos” en melodía, ritmo, timbre y armonía; mas de pronto todo se acelera, comienza el rap y recrudece el combate: “Infancia libre y sin normalización”; “no permitiremos que silencien nuestra opinión”; “toma mi mano y caminemos junto a la revolución”; “creando nuestra propia rebelión”. Telón de fondo al rapeo son niños de aspecto contestatario; rapados, tatuados, con piercings y el puño en alto, meneándose altaneramente al estilo del Bronx.

¿Cómo nadie lo ve? ¿Tan anulada intelectualmente (debería decir irremisiblemente derrotada) está la derecha en Chile, o bien su élite conservadora, que no es capaz de leer entre líneas, ni siquiera en un mensaje abiertamente revolucionario que ya ni siquiera pretende disimular nada? La violencia o la paz son importantes, sí, pero secundarias ante los grandes principios y virtudes sobre los que se funda el orden político (y podemos agregar: ante su destrucción a pleno día y en descampado). No en vano Jesucristo, el Príncipe de la Paz, invoco y usó la violencia en más de alguna ocasión, por ejemplo sacando a patadas a los mercaderes que profanaban el templo.

Lo que hemos visto en este episodio del videoclip es, a fin de cuentas, una reacción de buenismo algo ñoño, que se ha escandalizado por los modos y no por los principios agredidos. Para añadir insulto a la injuria, la reacción se ha “complementado” con la queja de que el tal videclip “costó $74 millones al erario público”, y la foto de la factura ha reventado nuestros grupos de Whatsapp. Pero de los principios, nada…

Esta falta de perspicacia, o más bien de interés en los elementos culturales que dan forma al proceso político, fue ya visible en el mismo nombramiento de Patricia Muñoz como defensora de la niñez: declarada feminista, activista del movimiento homosexual; compañera (según sus propia confesión) de un bulldog; fanática de los tatuajes y convencida, al argumentar en favor del aborto, de que “el niño que está por nacer no es un niño”. Ni siquiera esto fue óbice para que el Senado aprobara por unanimidad (sí, con todos los votos de la UDI y de RN) su nombramiento en un cargo cuya misión es… defender a los niños.

Si en este desolador panorama de nuestra batalla cultural el lector trata de encontrar un remanso, lamentamos decirle que le será difícil hallarlo en estos días. Sin ánimo de horrorizarlo, pero sí de despertarlo, debemos recordarle el episodio de la Cerveza Báltica, que hace pocas semanas pasó colado e impune:

La empresa Cervecería Chile S.A., embotelladora -entre otras- de las marcas Stella Artois, Corona, Budweiser y Cusqueña (además de la proletaria Báltica) lanzó hace algunas semanas una publicidad corporativa titulada “Mujeres en la Calle”, videoclip que nos interrumpía Youtube o se aparecía inesperadamente en las plataformas de redes sociales. A modo de excusa pública por un pasado publicitario en que la marca de cerveza apelaba a la mujer como objeto sexual (arrepentimiento al que no podemos sino adherir), la nueva publicidad glorifica a la nueva mujer que vocifera en la calle, en mitines abortistas con sus pañuelos verdes y pancartas con el puño morado del feminismo radical; caras andróginas y grotescas acribilladas por piercings; lesbianas emparejadas indisimuladamente; guerreras encapuchadas en pasamontaña desgañitándose con el puño en alto y, para concluir, ya sin doblez alguno, la voz en off rematando “¡es el inicio de esta revolución!”.

No por pacatería sino por honestidad, no entendemos cómo es posible que este vómito publicitario no haya causado ni una brisa siquiera en el debate intelectual de la derecha chilena. Olitas en alguna parte. En algún directorio o facultad de la Cota Mil. Al verlo, no hemos podido dejar de pensar en esas palabras atribuidas a Lenin (no sabemos si correcta o erróneamente): “lo último que vendan los capitalistas será la soga con la que les ahorcaremos. Y creerán estar haciendo un estupendo negocio”. 

¿Y el lector? ¿Se tomará la próxima Báltica (o la Stella según su refinamiento) con las mismas ganas, a sabiendas de qué está financiando con cada sorbo? No es un llamado a un boicot, es un llamado a despertar; a comenzar a leer entre líneas; a descifrar el lenguaje y los símbolos, materia prima de la cultura y requisito para ganar hasta la más mínima batalla política. Si no despertamos hoy mismo, entre trago y trago seremos meros espectadores del ocaso de Chile, como los que al pasar miraban el entierro en los versos de Pezoa Véliz: “y un chusco que oía las conversaciones / se tentó de risa… ¡Vaya, unos simplones! / Una paletada le echó el panteonero; / luego lió un cigarro, se caló el sombrero / y emprendió la vuelta… Tras la paletada, /nadie dijo nada, nadie dijo nada…”.