Otra cosa es con guitarra

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

Los números no mienten, todos tenemos claro los éxitos que alcanzó el modelo chileno en términos de desarrollo, libertades económica y personal, seguridad, educación e igualdad. Entonces, ¿por qué tantas críticas? Porque a pesar de ello, siempre habrá quienes están descontentos, quienes por sus elecciones personales desean transferir sus fracasos y frustraciones a un sistema que, lejos de ser perfecto, ha proporcionado condiciones de desarrollo nunca antes vistas en la historia de Chile.

Me atrevo a señalar que todos aquellos que tenemos más de 38 años, fuimos testigos presenciales de lo que era Chile y de lo que llegó a ser, experimentando en el seno de nuestras familias el progreso que el país mostraba. Pasamos de tener organizaciones de combate de la desnutrición infantil al polo radicalmente opuesto, de no tener ninguno a tener más de un televisor e inclusive más de un vehículo por casa, acceso a internet y telefonía celular ya en los 1990. La lista de pequeños detalles es larga. La gran mayoría de mis ex compañeros de carrera en la universidad eran, yo incluido, hijos de padres sin estudios universitarios. Claro, los pesimistas de siempre pueden contra argumentar señalando que estos cambios son normales con el paso del tiempo y avance de la tecnología en el mundo. La respuesta es no. Miremos a nuestro alrededor en países vecinos. Actualmente la pobreza en Argentina supera el 40%, para qué hablar de Venezuela, donde la miseria alcanza el grotesco y escandaloso 90%. ¿Libertad económica? La mayor de Latinoamérica. ¿Acceso a la educación superior? Sobre el 60%, lo que en países de América Central no llega ni si quiera al 5%. Todas cifras reales, con historias de millones de chilenos que en una o dos generaciones cambiaron radicalmente, para mejor, su estilo de vida.

Este año marcado por la violencia, la irresponsabilidad y la bajeza de quienes se auto abogaban los títulos de defensores de la dignidad, deja una estela de destrucción y de preguntas abiertas. ¿Por qué las cifras e historias de éxito desagradan tanto al universo paralelo del progresismo? Por tres motivos fundamentales: porque el progreso de la ciudadanía nunca les ha interesado, solo el poder, porque el modelo que trajo prosperidad a Chile no fue invención de ellos pues saben que su ideología siempre ha fracasado y siempre fracasará, y porque los números les producen urticaria. ¿Cuál es el pecado de la prosperidad? ¿Por qué les incomoda las ciudades limpias, prósperas y ordenadas? Cómo olvidar aquella escena en que un personaje del medio de la actuación nacional se fotografió durante una manifestación en la Plaza Baquedano totalmente depredada, incendiada, y embadurnada de excremento, orina, drogas y alcohol, gracias a los revolucionarios, afirmando desquiciadamente “aquí se respira la dignidad”. ¡Qué clase de mentes enfermas se regocija en la destrucción! ¿Por qué les desagrada tanto una familia que sale adelante gracias al esfuerzo y el fruto de su trabajo, que es donde verdaderamente yace la dignidad? ¿Por qué ese odio contra quien supera la pobreza con tesón y esfuerzo, llamándolo peyorativamente de “facho pobre”? Les desagrada porque el sistema que dio prosperidad a Chile se basa en la libertad, en el trabajo y el esfuerzo, y no en el llamado “régimen de lo público”, no en las “repartijas” ni en el estilo de vida de “estirar la poruña” para un estado todo poderoso controlado por ellos, aspirantes a una versión chilensis del politburó.

Este año nos ha mostrado la ingratitud y estrechez mental de un sector de la ciudadanía, en su gran mayoría profesionales (y otros analfabetos funcionales) sub-40, que, aludiendo una falsa “empatía por las víctimas de este sistema injusto y desigual”, se han dedicado a demoler las bases culturales de nuestro país y destruir el sistema que a ellos mismos les permitió alcanzar un estándar de vida insospechado en sus familias hace algunas generaciones. Es muy fácil criticar y querer destruir el modelo para construir uno “más justo y más acogedor” desde el confort que el estado de bien estar alcanzado por Chile les proporciona. En su ignorancia pueril, o lisa y llanamente estulticia, los paladines de la justicia del universo progresista, tontos útiles del neo-marxismo, inconscientemente creen que después de la destrucción, renacerá un nuevo Chile en el que el mismo estado de bienestar actual seguirá vigente. Se equivocan. Si no creen, es cosa de preguntarle a los venezolanos, a los cubanos; lean lo que pasó en Rusia post-revolución, o en la China de Mao. Los casos suman y siguen. Es fácil soñar con el “paraíso en la tierra” que les promete el socialismo del siglo XXI jugando a los revolucionarios con el iPhone en la mano, un café importado en la otra y vestido de ropa de marca; para ellos son políticamente correctas sus aspiraciones a un estado solidario en el que “todos seamos iguales”, pero, como dice el refrán, “otra cosa es con guitarra”, sin sospechar al abismo de miseria y opresión al que su irresponsabilidad nos puede llevar.

Finalmente, sea por su necedad, sea por la profundidad de su creencia en un modelo idílico o por su propia arrogancia e ignorancia, este año nos ha confirmado lo que el sabio Rey Salomón nos alertaba hace milenios “no hables a oídos necios, porque menospreciará la prudencia de tus razones”. No importa cuántas razones, cuántas estadísticas o cuántas historias de éxito sean presentadas a los fervorosos creyentes del progresismo, todas serán menospreciadas. Que esto no sea un motivo para desanimarnos en nuestra noble tarea de seguir adelante por Chile.