Nuestra frágil democracia

Álvaro Góngora | Sección: Historia, Política

Tardó bastante tiempo en instituirse y fue débil si la observamos retrospectivamente. Durante el siglo XIX y más, fuimos una república sin democracia. Reinó la intervención electoral en manos del Poder Ejecutivo (1833-1891) y del Congreso (1891-1924). Gobernó la clase dirigente en todo el período, oligarquizada en el segundo. La voluntad popular no tuvo importancia, pero sucesivas iniciativas legales democratizaron el sistema.

En 1915, se terminó con una práctica de largo aliento, el fraude masivo; en 1934 se concedió el voto a mujeres en los comicios municipales; en 1941 se puso fin a la violencia desatada los días de elecciones, entregándose su control a las Fuerzas Armadas. En 1949, el padrón electoral se incrementó al doble con la ampliación del derecho a voto femenino en todas las elecciones; en 1957 se puso término al cohecho al establecer la cédula única: el voto impreso y supervisado por el Estado (antes era producido y distribuido por cada comando, lo que facilitaba el subterfugio electoral para “inducir” la preferencia del votante); en 1962, la inscripción en los registros fue obligatoria al igual que votar, bajo pena pecuniaria, y en 1970 se rebajó la edad del elector desde los 21 años a 18, extendiéndose el derecho a los analfabetos.

Es decir, se alcanzó un alto perfeccionamiento democrático. El sistema logró el estándar, sus elecciones fueron libres, secretas e informadas. Además, las autoridades de cualquier tipo se eligieron según lo señalaba la Constitución, algo poco corriente en el mundo. Y la masa electoral había crecido exponencialmente y en efecto votaba.

Sin embargo, esta perfección (formal) fue precaria, al no ser acompañada de condiciones que pudieran sustentarla; las principales fueron sociales y políticas.

La extrema pobreza y la multidimensional eran muy altas, sobre el 25%. Agreguemos la educación primaria (básica), que luego del impulso experimentado hacia 1920 padeció un deterioro sostenido, como ha demostrado un reciente estudio. Entre los años 1964 y 1973 hubo empeños por mejorar la cobertura educacional, pero fueron insuficientes, faltaron financiamiento y profesores idóneos para satisfacer el incremento en la matrícula.

Un país en tales condiciones materiales y culturales, ¿sobre qué base puede discernir frente a una elección de autoridades nacionales? La población aludida representaba un porcentaje de votación determinante del padrón electoral de entonces. Eso puede explicar la voluble e inconsistente votación observada en un período políticamente álgido, como fueron las elecciones presidenciales y parlamentarias entre 1952 y 1970: Carlos Ibáñez, Jorge Alessandri, Eduardo Frei, Salvador Allende. Y esta primera democracia sucumbió en 1973.

El punto es que las democracias estables requieren de una población razonable, con una educación a lo menos aceptable. Esencial también para salir de la pobreza y tener progreso sostenible (G. Vial). También circunstancias políticas —partidistas, ideológicas— la socavaron… capítulo pendiente. Pero sobre el punto, ¿cómo evaluamos el país? ¿Cuánto hemos avanzado?

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el lunes 30 de noviembre del 2020.