No + Funas

Natalia González | Sección: Educación, Política, Sociedad

Se nos va el año 2020 y asoma un 2021 lleno de desafíos. Hay uno que para mí es especialmente prioritario: retomar un clima de respeto mutuo que habilite poder hacernos cargo de los demás retos por venir. Lamentablemente la intolerancia y la funa han devenido en un método para conseguir fines. Recientemente la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES) amenazó con impedir la realización de la PTU. Anticipan un boicot y con ello un violento atentado contra el legítimo derecho de los alumnos de rendir la prueba. La cuestión no queda en amenazas. Ya lo hicieron el año pasado.

No es exagerado señalar que en los últimos años el uso de esta aberrante herramienta se ha normalizado. Durante el primer gobierno de la presidenta Bachelet, en una actividad con escolares y profesores, la ministra Mónica Jiménez fue agredida verbalmente por un grupo de estudiantes que luego le arrojó un vaso de agua a la cara. En el año 2011, entraban estudiantes a la sede del ex Congreso y se lo tomaban. El objeto de la protesta violenta era el exministro de Educación Felipe Bulnes. Los estudiantes rompieron los vidrios de las puertas de la sala de sesión e ingresaron insultando al ministro. En 2017, el exministro de Hacienda Rodrigo Valdés fue agredido físicamente con un cartel en un local de comida rápida, le lanzaron monedas y fue objeto de sendos insultos en el contexto de la reforma de pensiones. Un año después, el ministro del Tribunal Constitucional, Iván Aróstica, era brutalmente agredido, en plena vía pública, a puños y patadas por personas que protestaban en el centro de Santiago. Posteriormente y tras el estallido de octubre de 2019, diversos diputados y senadores han sufrido funas y agresiones, entre ellos la senadora Van Rysselberghe y el diputado Boric.

Por asombroso que parezca, en ciertos círculos está más o menos instalado que los que funan ejercen un derecho y hacen una denuncia pública ¿Es así? Categóricamente no. No es legítimo exponer a alguien a la agresión, la violencia y/o al escarnio público para conseguir objetivos o para representar un malestar. Quien funa no ejerce un derecho ni hace una denuncia, sino que falta el respeto y ejerce una acción violenta, brutalmente intolerante.

¿Cómo puede llegar a instalarse que la funa es el ejercicio de un derecho? Las explicaciones son diversas. En parte, se debe a los que ensayan una empatía con los que funan y así una suerte de complacencia. Explican que, en realidad, el foco no debe estar en el acto violento, sino en el contexto (que siempre es complejo), en las causas o en la gran injusticia que estiman está detrás y que explicaría la respuesta violenta del que funa. Así, en nombre de la empatía, corren el cerco de lo tolerable en democracia. Actuaciones que no debieran admitir dos opiniones, pues vulneran libertades y derechos básicos y el respeto esencial con el que debemos entendernos en la vida en común, terminan siendo comprendidas porque previamente “alguien” o “algo” (una persona, conjunto de personas, el Estado, el sistema, el “modelo”, las empresas, los políticos, etc.) vulneró o no atendió debidamente los derechos de los que hoy agreden.

Quienes se asilan en esas explicaciones padecen, en muchos casos, de un gran sentimiento de culpa por lo que no hicieron o por lo que debieron hacer con más ahínco, olvidando no solo lo mucho que sí hicieron, sino además que su culpa no expía ni justifica las funas. De más está decir que los de la fila de la culpa son también bastante egocéntricos. A otros, los embarga un sentimiento de revancha contra el modelo, el sistema, los políticos y/o la élite. Esta es la fila del ojo por ojo. En esta fila, la violencia es aceptada como método. Luego está la fila de los oportunistas, que con algo de culpa y algo de desidia (aun cuando realmente ninguno de estos elementos es necesario), aprovechan la ocasión para convertirse en Mesías colmados de soluciones demagógicas o populistas. Algunos incluso han llegado al punto de remediar ciertos descontentos “regalándole” a las personas su propio dinero a cambio de votos, para sí o de sus parejas, pasando de yapa la pobreza en la vejez. Vaya empatía la del oportunista.

Basta. ¿Hasta cuándo relativizamos todo? Debemos repudiar las funas, evitar que estas filas sigan sumando adeptos y atrevernos a hacerlo sin tener que dar mil y una explicación por nuestra supuesta falta de empatía. Quien tolera la funa en nombre de la empatía en realidad no entiende de empatía. Coraje, valentía y respeto son mis deseos para el año y procesos por venir.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el domingo 27 de diciembre de 2020.