¿Es posible que se vayan todos?

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

Haciendo un poco de memoria, el 2001, desde el otro lado de la Cordillera de los Andes, nos llegaban los gritos desesperados de los ciudadanos argentinos clamando “que se vayan todos”, refiriéndose a su clase política que lleva la corrupción en su propio ADN; claro está que, en el caso de Argentina, no se fue ninguno. Hoy, Chile clama lo mismo, “que se vayan todos”.

Que se vayan todos”. ¿Qué nos hace pensar que se van a ir? Vivimos las últimas décadas bajo la ilusión de que éramos inmunes a la corrupción; nunca imaginamos que podía ser posible, nuevamente, una insurrección, más bien un golpe de estado, violento y destructivo como el fraguado y ejecutado por la extrema izquierda chilena. Qué ilusos que fuimos. Pensar que ya el 2010 había quienes levantaban voces, predicando en el desierto, que había un proceso revolucionario en marcha en Chile y que la paz en nuestra “copia feliz del edén” tenía sus horas contadas. Tal como el mundo olvidó durante el período “entre guerras” los horrores vividos entre 1914 y 1918 y la posibilidad de que ocurriera nuevamente, nosotros nos olvidamos de 1970-1973, para poner fin, el 18-O, a la paz aparente de nuestro período “entre insurrecciones”.

Si pensamos que la Constitución Política es un instrumento que, entre otras cosas, pone límite a la clase política, los detentores del poder, para así proteger a la ciudadanía, resulta iluso afirmar “que se vayan todos”, siendo que una porción significativa de la ciudadanía se dejó engañar por el populismo para votar en favor de la destrucción de la única salvaguarda que teníamos para protegernos de ellos. Parece una película de terror, los que clamaban por cambiarlo todo, incluyendo los políticos, engañados por estos mismos, astutamente orquestados por la extrema izquierda, votaron convencidos de que ellos y no los políticos serían los protagonistas: la ciudadanía sigue sin ser protagonista y ahora, a falta de un congreso, tendremos dos, que ciertamente usará todas las trampas posibles para perpetuarse in saecula saeculorum.

En las últimas elecciones primarias para alcaldes y gobernadores, la participación ciudadana no alcanzó el 5% que históricamente tiene; me atrevo a señalar que no pocos desconocían que dichas primarias iban a suceder el domingo pasado. Es una evidencia clara del desdén por la clase política en ejercicio, el agotamiento de la ciudadanía por el grotesco espectáculo que ofrecen día tras día, bajo el gentil auspicio de nuestros impuestos.

En definitiva, todos claman para “que se vayan todos”. No seamos ingenuos, seamos realistas: así como en Argentina no se fue ninguno, en Chile tampoco se irán, porque ambas sociedades están, en palabras del libertario Javier Milei, “infectadas de socialismo” y, en palabras mías, “infectadas de populismo”. Nuestro caso puede ser aún peor pues bajo engaño y coerción, cuál síndrome de Estocolmo, una parte importante de Chile le dio más poder a sus captores. Y entonces, si los políticos no se van, ¿qué hacemos? Cambiémoslos. Para ello debemos empezar por subir el nivel de la discusión pública, mejorar la base intelectual de esta, más profesionales e intelectuales y menos tramoyistas y payasos, más razón y más números, menos pasión y menos palabras vacías. Estos son los puntos fuertes de la Nueva Derecha, aprovechémoslos y pongámoslos al servicio de Chile.