El caballo de Troya

Claudio Morán I. | Sección: Política

El concepto helénico universalizado por Homero en la Ilíada de cómo se destruye al adversario desde adentro, en su propio territorio y en sus propias filas, tiene uno de sus mejores exponentes de la Historia en nuestro país, y este “presente griego” tiene un nombre: Sebastián Piñera.

Durante casi tres décadas, en los primeros años de los 90, principalmente por razones y oportunidades profesionales, recorrí la mayor parte del hemisferio occidental, siendo testigo presencial del crecimiento económico de Chile que, aunque advertía sus características más cuantitativas que cualitativas y que en la misma proporción que crecía su economía disminuía su nivel cultural, sin embargo, era un logro admirable para el que había sido uno de los países más pobres de América Latina. Evidentemente había que mejorar mucho sobre todo porque el desarrollo es esencialmente cualitativo más que aumento de cifras materiales, pero esas mejoras siempre supe era factible llevarlas a cabo, aunque me preocupaba la indolencia de la clase política en ello. Un gran profesor me enseñó que Chile nunca sería un gran país mientras no aprendiera a valorar la inteligencia y no, esa valoración nunca la encontré, ni hasta el día de hoy. Y así en estos años fueron abandonándose los valores y reemplazados por meros intereses materiales.

Fue en estas circunstancias que surgió desde oscuros laberintos, quien detenta hoy por segunda vez el cargo de presidente de una alicaída República. Representando toda una peligrosa y explosiva mezcla de crecimiento meramente económico, decrecimiento cultural pero sobre todo, disipación valórica. Sebastián Piñera, de la nada la cuarta fortuna de Chile, símbolo de un país light, inculto e inescrupuloso, que perdonaba o al menos ignoraba todo si el tipo tenía plata. Incluso el haber sido sometido a proceso por delitos económicos en causa que jamás explicó ni menos solucionó. Solo se terminó gracias a influencias.

A través de años de arrastrarse entre los partidos de la derecha política llegó a dominarlos, utilizarlos, neutralizarlos. Luego de un aceptable primer gobierno, logró ser elegido a un segundo en que mostró y demostró sus verdaderas intenciones, no desde octubre de 2019 sino desde el primer día. Ningún sistema político e institucional está diseñado para evitar que la persona encargada de hacer respetar la constitución y la ley, entregue la constitución y gobierne para que los enemigos del sistema comiencen a desarmarlo.

Algunos aún hablan de “los errores de Piñera”. No hay errores, a ese nivel político nada es casualidad, todo está planeado y negociado, desde el viaje a China, el amarre de Chile a la ONU, y el acuerdo “por la paz y la nueva constitución”. El desmantelamiento de Carabineros, la legalización masiva de la inmigración onunista de Bachelet.

Al final, Bachelet y Piñera son las dos caras de la misma moneda. Todo ha sido fríamente calculado, si Bachelet hubiera tratado de hacer lo que Piñera ha hecho o permitido hacer, habría tenido al frente un insalvable bloque opositor. No, este era el plan perfecto, un presidente “de derecha”, que dividió y destruyó a ese sector, y que, desde adentro, demolió las instituciones, el orden público, la economía, la confianza. Los resultados son desoladores, el país es cada día peor y más pobre.

Y ahora vendría el acto final de este drama de mentiras, la renuncia forzada o la destitución. El caballo  cumplió su misión, Chile igual que Troya, ya está en ruinas.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Pingüino, el lunes 30 de noviembre del 2020.