El año del abuso parlamentario

Pilar Molina | Sección: Política

Por fin se termina 2020, que pasará a la historia -espero equivocarme- como el año que marcó el suicidio de Chile como país que iba rápido al desarrollo con políticas públicas que incentivaban la generación de riqueza y acortaban la brecha entre los más ricos y los con menos recursos. Hace un par de semanas, el PNUD volvió a poner a Chile a la cabeza del desarrollo humano en Latinoamérica, pero el estudio se refería a 2019 y es probable pronto que salgamos del primer lugar, como ya lo hemos hecho de varios otros rankings. Antes éramos el primero en cualquier materia que se comparara en la región.

Este ha sido un año de descapitalización humana de los más vulnerables, porque al final lo que importa es la persona que está detrás de las políticas que impulsan los Estados, y los más ricos se las arreglan solos. Los con menos recursos, en cambio, requieren ayuda para que puedan aprovechar las oportunidades y lograr un mayor bienestar. El desafío empieza por asegurarles la mejor educación, hasta consolidar barrios con todo el equipamiento mínimo y la seguridad pública indispensable para el buen vivir.

El actor principal en esta descapitalización humana es sin duda el Congreso. Los parlamentarios han dado un espectáculo dantesco de destrucción. Tenemos tantos problemas pendientes, pero con la sola excepción de la ley de inmigración y la creación del servicio que reemplazará la función de protección del Sename, no recuerdo ninguna iniciativa para celebrar. Nada que mejore la salud y manifiestan oposición total a reformar el sistema previsional o facilitar la creación de empleos para mujeres (cruelmente castigadas por la pandemia) aprobando la sala cuna universal.

¿En qué se ha concentrado nuestra mayoría parlamentaria, en cambio? En el abuso de sus atribuciones, bautizado como “parlamentarismo de facto” por el propio presidente del Senado, Jaime Quintana, en enero. En aprovechar su vitrina para buscar todo tipo de perdonazos, sin importar que al darle impunidad al que no paga el arriendo se crea miseria al dueño de la propiedad que vive del arriendo. Se han enfocado en repartir panes, sintiéndose dioses, como si fuera lícito usar para consumo navideño los recursos ahorrados por años para financiar la cada vez más larga vida de los pensionados.

Han creado una ola de populismo que ni el gobierno ni los parlamentarios oficialistas pudieron sortear, sumándose a sus proyectos arbitrarios como reducir la jornada de trabajo sin ningún estudio que lo justifique o alargar el post natal que favorece a las mujeres más ricas.

Han sido desvergonzados, porque ni siquiera se han preocupado de darle un barniz técnico a su populismo y juran, cuando saben que están comprometiendo el futuro de los viejos, que no lo repetirán, pero a los pocos días convierten la excepción en una regla. Ya van tres proyectos para retornar a los ancianos a la pobreza, lo que el sistema de AFP, con su pilar solidario y el aporte individual, había minimizado.

Han perdido el pudor para poner en la opinión pública mentiras para justificarse, como que la ayuda no llega a las personas, aunque el Banco Central, el FMI y la OCDE reconozcan que Chile es el país de la región que más transferencias directas ha hecho a los bolsillos de los chilenos afectados por la pandemia y el que ha dado el estímulo fiscal más alto como porcentaje del PIB.

Pero a ellos no les importa que aumente la deuda pública (siempre puede aumentar más, sostienen) o que 4,2 millones de chilenos queden con saldo cero para jubilar, haciéndolos 100 por ciento dependientes del Estado. Los actuales honorables no pagarán la cuenta, como tampoco le pasa nada a la presidenta del Senado cuando dice fuerte y claro que no le importa infringir la Constitución que juró respetar al asumir.

Es que son los tiempos de la anomia, con los partidos de izquierda en continua fragmentación y los jóvenes ultristas, que venían a renovar la política, abrazándose con el partido menos democrático, el mayor genocida y violador de los derechos humanos de la historia de la humanidad (el PC). Son tiempos para que senadores de oposición se atrevan a proponer que queden impunes todos los que han cometido graves delitos de saqueo, quemar carabineros, iglesias y el Metro. La presidenta del Senado usa estadísticas, en respaldo a su proyecto, que todos le desmienten, pero tampoco pasa nada.

La impunidad para los abusos parlamentarios es total. Por eso se pueden concentrar en tratar de destituir ministros y botar al Presidente, justo después de firmar un acuerdo por la paz y una nueva Constitución. Exigen enfrentar la pandemia con el lock down de las empresas, el comercio y los colegios, convirtiendo el corona virus en una herramienta política contra el gobierno. Palos porque no cierra la economía, palos porque casi 2 millones de personas perdieron sus trabajos, sin contar los “suspendidos”, palos porque el gobierno no tiene las arcas llenas para gastar, a pesar del mayor descalabro económico desde la Unidad Popular.

Podría seguir con innumerables ejemplos, porque muchos diputados han dado un espectáculo inimaginable. Cómo íbamos a pensar que solo pueden ponerse de acuerdo para obstruir al Ejecutivo, porque ni siquiera logran una voz para elegir la mesa de la Cámara. O que un diputado comunista iba a hacer gala del máximo abuso de poder desafiando ser controlado en cuarentena y asegurando que a él no lo fiscaliza nadie.

Y para terminar el año, la mayoría opositora, con un puñado de diputados oficialistas, aprueba la ley de eutanasia. El abuso final para matar a Chile, porque ellos seguramente no estarán entre aquellos débiles a los cuales se les aplicará la muerte asistida con o sin su consentimiento.

Se va 2020, pero los honorables no se van del poder. Ojalá este otro año no conviertan la Convención Constituyente en la inyección letal final para matar este país. Más del 80 por ciento del país votó en contra que la integren. Pero bastará con que sigan haciendo lo mismo que hicieron este año: no abordar los problemas reales, sino que instrumentalizar la violencia, horadar la seguridad pública, competir por quién es más populista y transgredir olímpicamente la Constitución.

Con sus abusos, se han ganado el apodo del peor Congreso de la historia.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, el lunes 28 de diciembre de 2020.