Un camino de extravío

Gonzalo Ibáñez SM. | Sección: Política

Hace un año, exactamente, se firmó un denominado acuerdo para la paz entre grupos y partidos políticos afines al gobierno y otros de la oposición. Tuvo por finalidad poner término al estallido de violencia comenzado el día 18 de octubre anterior y que se perfilaba como un instrumento para desestabilizar al gobierno de la república. 

Por supuesto, la conversación entre estos grupos era necesaria para evitar que “la sangre llegara al río”, pero, por su resultado, quedó a la vista que el término “paz” no significaba lo mismo para ambos. La oposición presionó para que se adelantara el efecto deseado por la violencia cual era el de provocar un quiebre con nuestra historia y romper con el pasado del cual veníamos para comenzar a dotar a este país de una organización distinta y radicalmente contraria a la anterior. El precio que, para lograrlo, pagó esa oposición fue el de no insistir en pedir la cabeza del presidente de la República. Seguro de esto, este presidente y sus partidos accedieron a lo pedido por la oposición y le entregaron la Constitución del país.

La violencia no cesó de inmediato y hubiera continuado de no haber sido por la presencia del corona virus que aplacó los ánimos, pero no torció el rumbo de los acontecimientos. Fue así como llegamos al plebiscito del pasado 25 de octubre. Y aunque triunfó por amplio margen la opción Apruebo no por eso la tempestad se ha calmado. La violencia está siempre latente con el claro propósito de que las aguas sigan el curso que ella quiere, amenazando con resurgir en el mismo momento en que se pretenda ir en otro sentido.

¿Cómo fue posible llegar a este extremo en que millones de chilenos han rechazado lo que ha sido nuestra historia? Una historia, durante los últimos 45 años,  de dolores y de sufrimientos, sin duda, pero también de éxitos que nos permitieron salir de un abyecto subdesarrollo y pasar a encabezar el continente. Éxito que, a pesar de lo que se sostiene, se proyectó sobre todo el país. El índice de pobreza, por ejemplo, se redujo casi a la décima parte.

¿Qué pasó para que esto sucediera? Muchas cosas pero, en resumen, tres: en primer lugar, la acción pertinaz de desprestigio del régimen militar y de su legado, el “modelo” con su contenido económico, social y político, a pesar de qué fue el motor de nuestro progreso y éxito. Se le acusó falsamente de ser causante de desigualdades e inequidades intolerables, a pesar de que durante más de veinte años fue aplicado en forma muy disciplinada por gobiernos donde participaron sin asco las fuerzas que ahora se rebelaron contra él. En seguida, la ninguna defensa de este legado por las fuerzas políticas que se habían constituido al final del régimen militar para defenderlo y promoverlo. Muchos de sus miembros, en los últimos años, incluso abjuraron de él y se sumaron a las críticas que desde la otra orilla se le hacían sin piedad. En este grupo, mención especial merece el actual presidente de la República. 

En tercer lugar, un pueblo que se dejó seducir y anestesiar por la combinación de los factores anteriores y que ha aceptado gustoso poner hoy la cabeza en la guillotina, esto es, volver incluso a lo que fue el régimen marxista depuesto en 1973. Somos parte de una generación que, sin reclamar, ha aceptado desechar el legado que nos dejaron nuestros mayores y que, por lo mismo, ha aceptado hipotecar la suerte de las generaciones que nos sucederán. 

El juicio de la historia va a ser implacable con nosotros. Se nos podrá acusar, incluso, de traición a la patria.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor el domingo 15 de noviembre de 2020 en su página de  Facebook.