Llegar a tiempo o llegar tarde

Gonzalo Rojas S. | Sección: Política

Una de las más notables enseñanzas de Jaime Guzmán E. a quienes en el día a día de los años 1971 a 1991 intentamos seguirlo (pongo esas fechas porque son las de mi directa vinculación con su proyecto, durante su vida) fue que cada acción tenía un momento concreto y que retrasar su ejecución -aunque a veces solo fuese por horas- podía generar la total ineficacia de la iniciativa.

Una noche en los años 80, en largas reuniones de coordinación, se tomó la decisión de mandar de inmediato una declaración a El Mercurio; se redactó ahí mismo y se encargó a fulanito su envío. Pero en la edición del día siguiente, el texto no salió. A media mañana, Jaime preguntó al encargado si había cumplido con su tarea oportunamente, y el “responsable” le contestó que había considerado mejor retocar el texto y que saliera en La Segunda de esa tarde. 

En la siguiente reunión, Jaime nos comentó lo sucedido y fue muy claro: una vez que se toma una decisión, se la pone en práctica, no se la revisa, no se la deja para un supuesto mejor momento, porque habitualmente pierde su eficacia; y además, agregó el conocido adagio: “lo que no sale en El Mercurio, no existe.”

La experiencia le había demostrado que, en la vida pública, hay una gran diferencia entre llegar a tiempo o llegar tarde.

Por eso, cuando esta semana se ha visto al presidente Piñera comentar que percibe una actividad que disuelve las instituciones y que ha descubierto comportamientos parlamentarios que están al margen de la Constitución y de las leyes (al margen, no, ¡que vulneran la Constitución y las leyes!) solo cabe concluir que está llegando muy tarde, que hace trece meses que esa realidad se instaló en el país -mucho antes en La Araucanía, por cierto- que hace un año que delante de sus narices y frente a su inteligencia superior, los acontecimientos han venido desarrollándose del modo que los describe recién ahora.

Ha llegado muy tarde; para su gobierno es muy tarde; quizás también lo sea para Chile.

Por eso, cuando esta semana se ha visto a la Presidenta de la UDI, senadora Van Rysselberghe, declarar que quizás habría sido mejor no contar en su partido con ciertos candidatos que después se han transformado en opositores, votando contra toda la tradición y la lógica de la colectividad, solo cabe concluir que está llegando muy tarde, que hace muchos años que la mirada electoral lavinista se instaló en la UDI -en parte por eso algunos nos fuimos varios años atrás- que hace décadas que delante de las narices y frente a la inteligencia de todos los últimos presidentes de la UDI, las candidaturas se han venido definiendo por las encuestas, por el marketing, y no por la capacidad y por la coherencia.

También ella ha llegado muy tarde; para su partido es muy tarde; quizás también lo sea para Chile.