Grieta y simulacro

Claudio Arqueros | Sección: Política

La renuncia de Víctor Pérez luego de aprobarse la acusación constitucional en su contra en la Cámara de Diputados no es sino consecuencia del momento crítico de nuestra política. Su salida de Interior, como la de los otros ministros que han ocupado esa cartera, tiene directa relación con el deplorable rol que cumple hoy la mayoría de los parlamentarios. Contra la señal de expectativas que envió la ciudadanía el 25 de octubre pasado, gran parte de las izquierdas que pululan en el Congreso develan con su modus operandi su apatía y desconexión.

Nuestra democracia ha quedado atada a un momento político cargado de simulacros porque el quehacer de la política ha extraviado su fin. Los proyectos que se dejan apenas ver en el paisaje responden solo a insularidades que apelan a sus propios intereses. Así también, las coaliciones están fragmentadas, la agenda gubernamental y los acuerdos no avanzan, sino que hacen como si lo hicieran. En todo este cuadro, algunos partidos políticos con representación en el Congreso se arrogan un derecho que no tienen al someter al país a una conflictividad constante sin dar respiro.

Nuestra democracia sufre el extravío del principio de realidad de algunos, el déficit del principio de autoridad de otros, y la ausencia de horizontes en la que nos han sumergido un amplio abanico de actores que suponen representarnos. Aunque parezca increíble, después de toda la tinta que se ha gastado estos meses, las pulcras reflexiones e infinitos análisis de lo que el periodismo apresuradamente llamó “estallido social”, precisamente lo social y lo político siguen separados.

Habitamos en medio de una grieta, y sus efectos redundan en la escisión entre las urgencias ciudadanas y los gustos ideológicos, como también en la ausencia de voluntades de las que se espera una altura que, por diferentes motivos, simplemente no tienen. Nuestra cotidianidad, entre matinales, acusaciones truchas, reportajes mediocres, candidatos a la carta, va dando cuenta del devenir lastimoso de un amplio espectro que conforma nuestra clase política, incapaz de guiar tiempo alguno.

De otro modo, y concisamente, la grieta que habitamos supone una ruptura entre el quehacer de la política y los valores que debiesen regirla. Los intereses de la mayoría de nuestros honorables parlamentarios develan un divorcio con los valores que motivan e impulsan las demandas que se han inscrito en el campo de los malestares de nuestra sociedad. No es temerario entonces sostener que las agendas, tanto de la izquierda radical como de la desorientada, nos llevan hacia un precipicio en tanto agudizan nuestra crisis, cuestión que vuelve cada vez más cotidiano las expresiones de insurgencia en todas las esferas.

Padecemos de ausencia de diálogo, de voluntad de acuerdos, de sentido de urgencia, pero la mayoría de nuestros parlamentarios actúan como si nada fuese tan grave, y juegan a la mala política como si no fuesen responsables de la crisis que atravesamos. Ya no basta con la resiliencia que ha mostrado el presidente durante estos meses, requerimos de una narrativa de crisis que no se conforme con malos acuerdos, y que ofrezca una salida al presentismo brumoso que nos aqueja.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por  El Líbero, el jueves 05 de noviembre del 2020.