Democracia vs Dios

José Luis Aberasturi | Sección: Política, Sociedad

Vamos a por la continuación de las gigantescas mentiras, más la correspondiente corrupción, muerte y destrucción que tienen en su haber las tales. El tema lo merece, porque se las trae.

De entrada y como mínimo, parece una exageración más que notable pretender que, tras bastantes miles de años de gobiernos de todo tipo, en todo lugar y de toda cultura, la “democracia occidental liberal” sea el mejor sistema político. Así, sin más. Pelín exagerado, me da.

Pero aún más raro se me hace esta consideración cuando vemos sus “frutos”, que es el criterio que nos dio Jesús mismo para analizar las actuaciones personales, tanto en el ámbito religioso, como en el cultural, político y/o social. Y a eso es a lo que nos vamos a remitir.

De entrada, todo el asunto lo centro en Dios; porque en la intención de los autores -por sus frutos los conoceréis-, pretenden que Él sea la gran y auténtica “víctima”. En cierto modo, la única Víctima.

Eso buscan, y eso les parece al extenso e intenso mundillo rojelio y sus mariachis. Pero no se dan cuenta de que ellos mismos están engordando para su San Martín: ya lo comprobarán y lo verán, porque es una simple cuestión de tiempo. Cebarse lleva su tiempo.

La primera piedra de la “democracia occidental liberal” es que no hay Dios que valga; los que no valen, porque no son, esos sí tienen su lugar; hasta los reciben con calor: caso de que eso fuera posible en el corazón demócrata. Un ejemplo: el mundo mahometano y sus prácticas, aunque no tengan nada de “demócratas«. Pero esto, y en el mundo demócrata, ¿a quién le importa? Como ni son ni los trae la Iglesia Católica…, valen y caben.

¿Por qué ese empeño en borrar hasta la última huella del rastro y de la acción divina en la vida de los hombres? Porque es la única Persona que nos dice: Infinito es el número de los “insipiens”: de los que no saben nada: solo son tontos.

Son los que se hacen imbéciles a sí mismos porque estudian para eso; y con máster. A cuenta del NOM… con el dineral que nos saquean, antes, durante y después. Y se hacen así, exactamente, cuando y porque dicen: “No hay Dios”. ¡Como si con eso ya estuviera Dios borrado del mapa! Que ya hay que ser tonto-tonto-tonto para creerse algo así.

Pero hay otra razón: Dios se hace “defensor del hombre”, de todo hombre como criatura suya; y de todos bautizado, como hijo suyo. Se hace defensor, porque su sangre “grita” ante Él, pidiendo “venganza”. Y Él hace suyas esas peticiones. Eso sí: deja que engorden para San Martín.

Pero además, y en esa misma línea, porque Dios da al hombre la capacidad de raciocinio; y al bautizado, hijo suyo, la Gracia santificante. Son las únicas armas para hacer frente a todo este tinglado: nefasto desde el primer segundo de su existencia.

Con esto bien determinado, “la democracia” impera -los que la han generado, corrompido, instalado, compartido y acorazado-, que todas las demás opciones o planes de actuación del tinglado, estén al servicio de lo primero; pero masacrando inmisericorde al HOMBRE, que es la única y exclusiva “imagen”, visible por viva, de Dios.

Tinglado que continúa de este modo, teniendo en cuenta pero orillando los estrepitosos fracasos de todas las crueles persecuciones con las que, históricamente, se ha combatido a muerte a la Iglesia Católica. Y cambia el chip con éxito.

Lo primero: “Inventarse diosecillos”. Estos, los mandamases -que no tienen un pelo de tonto; como el demonio, que tampoco es tonto-, saben que el hombre no puede estar sin Dios: el hombre está profundamente marcado por Dios, como lo afirma san Agustín: “Hemos salido Señor de Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

Porque el hombre está abierto, naturaliter, a Dios y a las cosas divinas: de ahí lo “fácil” que es creer, y lo que llena creer: también humanamente. Porque es absolutamente coherente con lo que el hombre es.

Diosecillos” que, como es lógico de toda lógica, no son Dios, ni pueden serlo: todo y todos mentira; excepto, claro, para los que no quieren ejercer como hombres: ¡Y ahí está entronizada por la Revolución la “diosa razón”! Por poner un poner. Curiosamente, fue “deificar La Razón”, y “alumbrar” el “Siglo de las Luces”, el del gran apagón: el padre de todos los apagones.

Se empieza de este modo a desconectar al hombre de sus constantes antropológicas. Desconectado de Dios, se le desconecta, ahora, de la verdad. Así, se niega una y otra vez la capacidad del hombre para conocer el ser -la verdad- de las cosas, en todos sus órdenes: natural, moral, espiritual y sobrenatural. No hay conocimiento: solo hay postulados de la razón. O sea, y para entendernos: solo vale lo que nos inventamos.

Para darle algo de “seriedad” al asunto, y porque el hombre, evidentemente, no puede vivir sin verdad, se la reduce al apartado ciencia, y ¡a correr! Seguro que cuela. Y cuela. Es otro de los “diosecillos ficción” que, eso sí, “nos hemos dado a nosotros mismos”. Y así nos va.

Por cierto: los conocimientos “científicos”, son los conocimientos más bajos y más baratos en relación a todos aquellos para los que estamos hechos; es decir, de los que somos capaces “por naturaleza”; o sea, por Dios, que es Quien nos ha hecho así.

¿Cómo ha podido aceptarse esto? Porque las pasiones colmadas de pura satisfacción, unido a las perricas que se reparten generosamente a los que agachan la cresta, tienen su aquel… para qué nos vamos a engañar. No digamos lo cómodo que es dejarse llevar, evitar ser señalados como apestados si nos oponemos a la kultureta imperante, o a la nomenklatura cuasi-omnipotente…

Es incómodo luchar e ir contra corriente: solo van contracorriente los santos; por eso son los únicos que se han atrevido a decírnoslo así de clarito.

El siguiente paso en la desconexión del hombre respecto a lo que es por naturaleza, es el capítulo de desmantelar los baremos de bien y mal -el orden moral-, en todo el orden de las actuaciones humanas: todas tienen una carga moral, lo quiera uno asumir o no.

Una carga, que nos hace ser según nuestras decisiones morales: cuando uno quiere, escoge el mal moral; y con esa decisión se hace malo, moralmente hablando; se convierte en una mala persona; si escoge el bien, se hace bueno; y “se gana” el Cielo.

La moralidad de todas nuestras acciones es consecuencia y, a la vez, la demostración práctica de la existencia de Dios, porque nuestras acciones solamente adquieren su carga moral en relación a Dios. Si Dios no existiese, el hombre sería tan “moral” como una vaca; o sea: no sería, ni sabría, ni le importaría… como les pasa a las vacas. Es un dato de experiencia.

Por cierto: existen muchos “hombres-vacas”; más de los que podría uno creer; y muchos más de los que lo creen de sí mismos. Como nos lo demuestran ellos mismos todos los días, también lo vemos todos los días. Incluso sale en los periódicos y demás. 

Especialmente numerosos, en el gremio de “políticos” y asimilados: los que se apuntan sobre la marcha, para decir “¡sí, buana!” a todo lo que viene de ellos. Babean por hacerlo: como las vacas. Y así nos va. Y también muchos de alto standing; algo que parecería inconcebible hace solo algunos años.

Pero volvemos al proceso: como el hombre no puede vivir sin el orden moral, se lo reducen al orden “legal”, para que se entretenga el personal, y estén contentos: ¡cumplen legalmente! ¡Son unos ciudadanos ejemplares! Esto es la sociedad sin Dios: ¡el ridículo al poder! Claro que más ridículo es mantener activo -y penando- este sistema.

Por ejemplo: se legisla que hay que llevar mascarillas; y, a la vez, se legisla el aborto; y no contentos con esto, se le suma la eutanasia; pasando por la desatención y desafección de los mayores de las residencias, que han caído como chinches con lo del bicho.

Esa es la explicación del “afecto” que les tienen los maso-rojelios a los “planes de educación”, en una continua vuelta de tuerca hasta estrujar el cerebro y el alma más pequeños: de rabiosa actualidad en España: ahí está la ley Celaá.

Con la (des)educación, o sea, con el adoctrinamiento a fondo y desde el jardín de infancia -¡y que nadie se les escape!-, borran esas coordenadas antropológicas que nos definen, y nos sirven para vivir como personas. Por eso, nos defienden contra ellos. Por eso, tienen que machacárnoslas.

Estos quieren vacas, y van a por ellas en los hijos. Que son del Estado, y no de los padres: Celaá, dixit. ¡Que ya son ganas de hacer el ridículo! Pero ya hemos quedado -y votado- que estamos conformes.

Curiosamente, al llegar a lo legal, ya no nos dejan que cada uno diga lo que le parece legal o no, lo que uno asume y quiere cumplir, y lo que no. ¡Por ahí no pasan estos mandamases demócratas! Eso está muy bien con Dios; pero con ellos, no cuela. Y así estamos una vez más: como las vacas. ¡Es que no hay forma de pasar el listón!

Para dar “validez” a todo esto, el ¿ordenamiento jurídico? -¡Qué ironía más cruel-, se transforma y reconvierte en “positivismo jurídico”: la voluntad de los mandamases es tanto o más -de hecho, mucho más-, que la voluntad de Dios. ¡Y todos a callar, que aquí mando yo!

Seguiremos, que hay más tela que cortar. Mientras, vayan pensando: creo que aún no está prohibido, aunque le falta poco. Porque, en mi opinión, todo esto da que pensar. Además de dar miedo también.

O debería dárnoslo. Creo. ¿O quizá no, y todos tan felices?

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Infocatolica, el jueves 19 de noviembre del 2020.