La familia, bastión de resistencia ante la arremetida progresista

Juan Pablo Zúñiga | Sección: Familia, Política

Nadie ha quedado indiferente ante las imágenes vistas en nuestro amado Chile hace ya una década y con mayor frecuencia desde el 18-O: mujeres semidesnudas haciendo “performances” simulando ser animales, específicamente yeguas, con cola y todo. Simulación de abortos en las calles. Hordas de personas desnudas gritando como desaforados encaramados en monumentos, debidamente adornados con orina y excremento. La lista de tales actos, hechos supuestamente en pro de la dignidad y los derechos de grupos feministas radicales, es larga y repugnante. Se suman a ello la profanación de templos Católicos y Evangélicos; entiéndase por profanación la destrucción de íconos, rallados obscenos, uso de santuarios como verdaderas letrinas para ser finalmente incendiados. Hagamos memoria, en abril de 1987 cuando el Papa San Juan Pablo II se encontraba en visita apostólica en Chile, en una oportunidad su vehículo fue apedreado y cómo olvidar las imágenes de los violentos incidentes en el Parque O’Higgins. En línea con lo anterior, se suman los movimientos de las llamadas minorías sexuales con una amplia agenda legislativa y una masiva cobertura comunicacional que busca no solo imponer sus ideas sino también amordazar y castigar a quien se oponga.

Si miramos con atención nos daremos cuenta que estos movimientos y organizaciones tienen una agenda doble; por una parte, sus aparentes reclamos y reivindicaciones de derechos; mas por otra, una agenda mucho más radical: el desplome de la familia. La Constitución de la República establece que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad, sin embargo, los planes de la izquierda apuntan en otra dirección. Bachelet proponía que la familia, en sus diversas modalidades, es el núcleo fundamental de la sociedad; claro está que existen otras formas de familia, como abuelos que crían a sus nietos, viudas y viudos que siguen adelante el desarrollo familiar a pesar de la pérdida de un cónyuge. Sin embargo, las afirmaciones de la ex presidente, que sin duda están en la constitución que la izquierda ya tiene preparada, representan la apertura de las compuertas de un dique de fuerzas destinadas a deslegitimar la familia tradicional, constituida por un hombre y una mujer.

La desestructuración de la familia no es algo nuevo en la estructura programática de la ultraizquierda. Una mirada a la historia da luces sobre el origen de esta misión contra la familia. Durante los primeros años del comunismo soviético en la década de 1920’s, los bolcheviques consideraron a la familia como particularmente dañina para la sociedad. Señalaban que esta era de naturaleza introspectiva y conservadora, fortaleza de la religión, estructura de fomento del materialismo y fuente de opresión hacia la mujer; más aún, los bolcheviques esperaban que, con el desarrollo del socialismo en toda su plenitud, la familia iría a desaparecer y que el “matrimonio patriarcal” iría a ser reemplazado por “uniones libres de amor” (extracto de “The Whisperers” de Orlando Figes). Este ideario y piedra angular de la hoja de ruta hacia el socialismo propuesta hace 100 años, tiene una contrapartida próxima en su fondo con las consignas e interminables letanías que los movimientos feministas radicales y grupos progresistas han vociferado durante los últimos años.

Efectivamente la familia en sí misma contiene todos los elementos más sacrílegos para los fanáticos del credo socialista: en ella se cultivan relaciones saludables entre un hombre y una mujer y de estos con sus hijos, juega un papel fundamental en la formación cristiana, existen en ella principios valóricos y convicciones que tienden a ser homogéneos, hay un interés material común por el bienestar del núcleo familiar y opera el principio de herencia. Por lo tanto, la familia es el bastión que sustenta los elementos que son la piedra de tope para el avance del socialismo, de manera que, si cae la familia, y con ella la Iglesia y los principios valóricos que permean para el resto de la sociedad, caen los pilares que sustentan nuestra cultura quedando el terreno llano para el avance de la estampida roja. Como históricamente la izquierda tiene ese pésimo habito de adueñarse de todas las causas sociales y de adjudicarse el papel mesiánico frente a los problemas del mundo, qué mejor que adueñarse e instrumentalizar para sus mezquinos objetivos dos movimientos que en su agenda programática demonizan la unión entre un hombre y una mujer, por una parte, y, por la otra, proponen el matrimonio entre personas del mismo sexo, generando entre ambas propuestas una versión distorsionada de la familia, que no procrea, que no cultiva la fe cristiana u otros credos, que no mantiene un interés material común, y en que no hay una relación conyugal que siga la estructura natural e inclusive bíblica, trayendo de esta manera efectos nefastos para la sociedad.

La consecuencia inmediata que esto tendría sería la pérdida de este núcleo como cuna de principios y valores. Es evidente que pensar en la existencia de una familia perfecta es una ilusión, partiendo de la base que es una institución humana formada por individuos naturalmente imperfectos, sin embargo, continúa siendo el seno desde donde emerge el sustento clave del país. Es esta institución la que permite, como una cuerda de tres hebras (Dios, marido y mujer e hijos), mantener firmes los cabos de la nación. Por lo tanto, esta pequeña agrupación formada por un hombre y una mujer, en algunos casos sin ninguno, y en otros, con muchos hijos, continúa siendo la escuela fundamental para las generaciones venideras y aquel lugar desde donde, como decía la máxima del movimiento de 1990, Hacer Familia, “surge lo mejor”.