El peligro de las aguas tibias

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

En 1879, de acuerdo con las crónicas de la época, en la rada de Iquique, y munido de un revólver y de su sable de oficial, el Capitán Prat lanzó el inmortal grito “al abordaje muchachos”. El plebiscito del pasado domingo, y el proceso que llevó a este, nos demuestra que el pasar del tiempo puede tergiversar las historias o el cómo estas se entienden: en vez de saltar al abordaje, una parte de la derecha decidió lanzarse por la borda. Miedo. Conveniencia. Rendición incondicional. Motivos puede haber muchos, razones, una sola: aguas tibias y, como consecuencia de ese doble juego de principios, pérdida de convicciones.

Tal vez las multitudes en el mar del proceso constituyente entibiaron las aguas y muchos, por miedo a lanzarse a un abordaje que tal como la gesta de Prat, tenía chances de perder, o atraídos por la posibilidad de ser más atractivos al abrazar ideas progresistas, decidieron entrar en las aguas para experimentar el “calorcillo del choclón” y sentirse parte de los ganadores.

Pero las aguas tibias son peligrosas. En el libro de Apocalipsis encontramos una serie de advertencias a las primeras iglesias en Asia Menor, de entre las cuales llama la atención la exhortación que Cristo hace a la iglesia de Laodicea, llamándola justamente “tibia”, producto, entre otros motivos, de su complacencia y falta de compromiso. El hecho concreto es que, ya sea por un gradual proceso de viraje hacia la izquierda que ciertos sectores de la derecha ya venían experimentando hace años, un constante ceder de las ideas frente a la arremetida cultural de la extrema izquierda o inclusive por misteriosas experiencias místicas que convencieron a históricos políticos de derecha a “ver la luz” y abrazar el nuevo credo, mal llamado de “social democracia”, muchos perdieron sus convicciones. Al igual que la iglesia de Laodicea, cuando se “entibian” los líderes, corporativamente el resto también hace lo suyo y el rebaño queda a la deriva.

Sea cual sea la motivación que llevó a parte de la derecha a sumarse al apruebo (tal vez desencanto y frustración hacia el actual gobierno y su nula capacidad de salvaguardar el estado de derecho), analizar la manifestación física del quiebre que ya se visualizaba en la derecha, hoy es un sin sentido. Tenemos un proceso constituyente por delante y no hay tiempo que perder. A su vez, por la dialéctica, por las dinámicas y por el modus operandi de la extrema izquierda, conglomerado que reúne al Partido Comunista y al Frente Amplio, la insurrección iniciada el 18-O y el triunfo del apruebo son manifestaciones visibles de un proceso puramente revolucionario que va en la búsqueda de más, y para ello van a radicalizar sus posturas. Por lo tanto, vienen grandes batallas en el horizonte; para ser libradas, se necesita fortaleza, unión y convicción. Nada de aguas tibias.

Seamos positivos. Pese a la derrota, hay cuentas alegres de las que algunos se han dado cuenta en estos días. El sector del ya otrora rechazo, aquel 22%, representa un bloque importante de la sociedad que tiene un compromiso republicano férreo, que, a pesar de la arremetida del progresismo y del adoctrinamiento de izquierda en todos los niveles, mantuvo sus convicciones. Así mismo, el 78% del apruebo, si bien significativo y contundente desde un punto de vista electoral, corresponde a un universo de ciudadanos formado por los habituales de izquierda, unos cuantos “conversos” y principalmente por un número importantísimo de personas ilusas que colocaron sus esperanzas en un engaño, todos amalgamados por principios difusos, con la vista en un horizonte fantasioso en el papel e incierto en la práctica. De la misma manera, en los pocos días que han transcurrido desde el 25 de octubre, ya han caído las escamas de los ojos de muchos partidarios del apruebo, percibiendo que cayeron en el engaño y fueron de facto los tontos útiles de turno, lo que ciertamente afectará la cohesión del 78% en el proceso constituyente.

Ese 22% es nuestro punto inicial, nuestro cimiento, y sobre esta base debemos seguir trabajando unidos al menos en tres frentes inmediatos: garantizar la presencia de nuestros principios en el proceso constituyente, difundir los ideales republicanos más allá del 22% y abrir los ojos de la ciudadanía cambiando su opinión hacia la sensatez, el sentido común, el progreso y la libertad. Sí, somos pocos, 22%, tal vez más si consideramos toda la ciudadanía y no sólo el padrón electoral de los últimos comicios, sin embargo, nuestros principios están sólidamente fundados y, así como el hombre sabio que construyó su casa sobre la roca, vientos e inundaciones vendrán, amenazas y ataques caerán sobre nosotros, tempestades nos azotarán porque vienen tiempos difíciles para Chile, pero nuestros principios y la República no caerán.