El cardenal Raúl Silva Henríquez y su responsabilidad

Gonzalo Ibáñez | Sección: Política

Hoy se conmemora un nuevo aniversario del nacimiento del que, con el tiempo, llegaría a ser el cardenal Raúl Silva Henríquez. Esta es ocasión, como año a año, para que sus panegiristas desempolven sus plumas y agreguen una alabanza más a su memoria.

Hay, sin embargo, un rasgo común en muchas de estas alabanzas que llama la atención, esto es, que se refieran al cardenal en su actuación posterior al 11 de septiembre de 1973, dejando en una recatada penumbra la que fue su actuación anterior a esa fecha. Personalmente creo, sin embargo, que es a esta, la primera parte de su desempeño como cardenal, a donde es menester dirigir la mirada para formarnos una idea cabal de lo que fue su desempeño como tal a la cabeza de la diócesis de Santiago y, por lo tanto, de hecho, a la cabeza de la iglesia chilena.

Y es al examinar esos años, que van desde 1958 hasta aquel 11 de septiembre, que aflora la conclusión: Raúl Silva Henríquez se inscribe entre los grandes responsables por haber apartado a la Iglesia chilena de su misión y por haberla transformado en un instrumento para la entrega del país al marxismo internacional. Y todo, invocando una “opción preferencial por los pobres” que terminó por conducir a estos a la peor de las miserias. Desde luego, es Raúl Silva quien avala desde el comienzo la fundación de un partido que lleva el nombre de cristiano, como la democracia cristiana y que, sin embargo, rehúsa reconocer a Cristo como Dios y hombre verdadero. Y que, desde el comienzo se dedicó a presentar al marxismo como “el deber no cumplido de los cristianos” y, por lo tanto, a la lucha de clases como la nueva forma de ser cristianos. 

Fue durante los años de la década de los años de 1960 en adelante que Obispos, sacerdotes y órdenes religiosas como la de los jesuitas, se dedicaron a transformar la Iglesia en un instrumento de esta estrategia. Fueron los años marcados, por ejemplo, por la toma de la Universidad Católica de Santiago y, un año después, de la misma catedral. Fueron los años en que, con el mismo Raúl Silva a la cabeza, los eclesiásticos se dedicaron a promover una reforma agraria que terminó por destruir la agricultura chilena. En manos de estos eclesiásticos, la Iglesia pareció tomar activo partido en las confrontaciones políticas de la época olvidando claramente su misión de trasmitir el mensaje de Jesucristo su Fundador. Fue por eso que la religiosidad popular se derrumbó estrepitosamente. Sus manifestaciones, como el rezo del Rosario, el Mes de María o la Procesión de la Virgen del Carmen fueron acusadas, por esos mismos eclesiásticos, de ser instrumentos de la religión que el marxismo llamaba “opio del pueblo”.

Raúl Silva Henríquez que se dejaba fotografiar alegremente con Allende y con Fidel Castro fue muy responsable de que la Iglesia chilena perdiera buena parte de su condición de tal y se transformara en un peón de la estrategia del comunismo para apoderarse del país. Fue así como se convirtió también en uno de los principales responsables de que la única alternativa para rescatar al país de su colapso definitivo haya sido llamar a sus Fuerzas Armadas y de Orden para que asumieran el gobierno de la nación.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en  Facebook