Del mito de origen a la moral

Pablo Errázuriz L. | Sección: Religión, Sociedad

En Génesis 3, 19 Dios condena a Adán a una existencia sufriente para mantener su vida, la cual habría de terminar inevitablemente en su muerte y retorno al suelo porque “eres polvo y al polvo tornarás”. Este es el mito fundacional que para la Civilización Judeocristiana inicia el peregrinaje del hombre por el mundo, plagado de sufrimientos y concluyendo con funesto destino mortal. Pero la historia de salvación cristiana da un vuelco a la condena que pesa sobre el género humano. Jesucristo, como el nuevo Adán, purga del hombre la culpa original a través del sacrificio pascual, abriendo las puertas de la salvación y reconectando a la humanidad con Dios, guardando a los justos del exterminio de su ser, del oblivion. Por esto es que la Iglesia primitiva se alegra por la caída del hombre, porque solo gracias a esa feliz culpa merecimos tan grande redentor.

Roger Scruton habla sobre cómo los mitos de origen –como lo son en su conjunto la caída y redención del hombre– no son meramente cuentos de hadas, sino que intentos del hombre de hacer sentido de la condición humana, proyectándonos a un pasado donde nuestra situación como personas comienza, y por tanto son una parte integrante y esencial del Lebenswelt, el mundo intersubjetivo donde se mueve y desarrolla la persona humana (Scruton: The soul of the World, 2014). De la misma manera serían mitos de origen los estados de naturaleza de contractualistas como Hobbes y Rousseau, sirviendo como lugar ideal y teórico donde se podría observar la naturaleza humana de la forma más clara posible, sin los trastornos que habrían generado los hechos históricos. 

Los mitos de origen serían entonces reflejos de qué es el hombre para una sociedad, religión o ideología, y por tanto marcaría el punto de inicio de la Historia, otorgando una teleología a esta. El mito de Adán y Eva pone como finalidad de la Historia el camino de expiación del género humano luego del pecado original, en la lógica del destierro del Jardín del Edén y la esperanza del Mesías. Por su parte, la historia de Cristo y su muerte en cruz como acto de redención universal conlleva una actualización de este metarrelato. El teleos –el sentido– de la Historia ya no sería el terrible destierro y espera del Salvador, sino que el gozo de un mundo ya redimido por el Mesías, la prédica de la Buena Nueva y la espera de Su segunda venida y el Fin de los Tiempos. Mismo análisis se podría hacer del estado de naturaleza contractual. El mito no es solo una rememoración de un tiempo pasado, sino que impone una hoja de ruta a la humanidad.

También un cientificismo ateo contiene un mito de origen. La evolución puede pertenecer a este tipo de relatos según como sea comprendida, y por tanto, entregar una visión prescriptiva de la naturaleza humana. Si nuestra existencia solo es parte de un proceso de adaptación biológica, el que asimismo solo es parte de una serie de fenómenos encadenados de forma causal que van desde una singularidad llamada “Big Bang” hasta una teórica muerte térmica del universo, la naturaleza humana es de por sí un porvenir y el estado actual solo es especial por la autoconciencia y el desarrollo de la civilización y la técnica, no por consideraciones ontológicas o antropológicas. Sobre esta concepción descansaría el transhumanismo y posthumanismo, para los cuales llegamos al punto en que podemos tomar control de nuestra evolución y dirigirla, superando el estadio “humano” en miras a una existencia superior. 

Cabe comentar en este punto del análisis que la expresión “mito de origen” no hace referencia a la realidad o falsedad del relato en sí. El mito de origen es la explicación subyacente de la naturaleza e historia humana que una persona considera como verdadera, sin entrar a distinguir si el relato es uno histórico, científico o metafórico. Lo relevante es que esa historia entrega una cosmovisión acabada desde la cual se construye el conjunto de creencias de la persona, y por lo tanto es regla para su comprensión del universo y de sí mismo. El mito de origen es esa historia que explica nuestra ontología. Así, volviendo al ejemplo cristiano, llamar la historia de Jesucristo un mito de origen no significa cuestionar su veracidad histórica, sino que solo se está señalando la naturaleza fundante que tiene dicha historia. Es más, siguiendo a Tolkien, es el mito perfecto precisamente por ser uno que realmente ocurrió como hecho histórico. Lo mismo puede decirse de la evolución. Al llamarla un mito de origen no se está cuestionando su validez científica, sino que solo se está señalando como un relato que funda una antropología que excede la mera teoría científica del paso de primates a homínidos. 

El mito de origen es una realidad subjetiva; cómo una persona, grupo o cultura explica su dimensión humana y personal y por tanto se escapa de una demostración meramente empírica hacia el campo de las ideas. El relato de la caída del hombre es potencialmente compatible con la teoría científica de la evolución; el mito de la creación del universo por Dios coherente con la teoría del Big Bang. Solo se acaba esta compatibilidad cuando se eleva el relato científico a una categoría de la que se desprende un deber ser, o sea, cuando pasa a adquirir una dimensión moral y por tanto se convierte en un mito de origen excluyente de otras explicaciones para la vivencia humana. Tanto si se cree en un relato científico totalizante para explicar nuestra existencia como si se cree en una explicación religiosa propiamente tal, se está creyendo, dando un paso de fe que no es de por sí racional, y, por tanto, nos hemos deslizado fuera del dominio de la ciencia empírica, entrando en el campo de la subjetividad humana y del sentimiento religioso –lo cual no es sinónimo de religión en el sentido estricto.

El creer en un mito de origen u otro no es una cosa baladí. Como comenté antes, este no es meramente es un relato descriptivo, sino que conlleva una dimensión prescriptiva. Nuestro origen determina nuestra naturaleza y, por tanto, define una forma de actuar correcta respecto de ella. De ahí que las religiones históricamente desarrollen un sistema moral cerrado, propio de la antropología sobre la que reposan. En el caso de la religiosidad científica el catálogo propiamente moral tiende a reducirse, pero no a desaparecer. Un ejemplo de esto es el valor de la autodeterminación ética en la mentalidad atea cientificista. Dado que somos criaturas independientes y no sujetas a una voluntad externa o a un bien objetivo, sino que parte de un proceso material que se prolonga en el espacio y cuya causa es aparentemente el azar, los juicios morales propios adoptan un peso absoluto para el sujeto, teniendo como único límite los juicios morales igualmente absolutos de los demás. Sea cual sea el mito de origen que se elija adoptar, este traerá consigo una dimensión moral más o menos absoluta.

Esta determinación moral que generan los mitos de origen es el punto central que quisiera destacar. Toda persona cree –de forma consciente o inconsciente– en un mito de origen, una historia que sirve para explicar la existencia humana y determina las características y atributos del hombre. De esta determinación se van deduciendo posturas éticas y morales concretas, que deben ser congruentes con el sistema de creencias completo. El mito de origen es la piedra angular sobre la que reposa el conjunto de convicciones que tiene una persona, dado que determina una concepción antropológica concreta. Esto no significa que todo el mundo sea perfectamente coherente en sus planteamientos morales y antropológicos –como cristianos que defienden el aborto–, pero esta falta de coherencia solo habla de la tibieza humana al momento de llevar las creencias propias a sus últimas consecuencias, no de una irrealidad del sistema de creencias completo.

El estudio de los mitos de origen nos permite observar de forma más directa el entramado de ideas, valores y concepciones que existen en la mente de una persona, y, por tanto, deducir qué sería lo bueno, lo malo, lo justo y lo injusto a la luz del mito de origen y del concepto de hombre que de este se desprende. Las diferencias entre distintas corrientes de pensamiento emergen ante todo de las diferentes concepciones de lo humano. Difícilmente podrá pensar lo mismo un cristiano que cree que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, quien vio que esto estaba muy bien (Gn. 1, 31), a un ateo que cree que el hombre solo es un primate evolucionado que no tiene un valor ontológico sobre cualquier otro animal. Y estas diferencias se van especificando hasta llegar a posturas políticas contingentes. Los mitos de origen son el inicio del estudio del alma de cualquier doctrina o ideología.