Los otros

Francisca Echeverría | Sección: Política

La crisis sanitaria ha vuelto a poner ante nuestros ojos la realidad cruda y contundente de la pobreza. Dos publicaciones de los últimos días -el Informe sobre Pobreza y Pandemia del Hogar de Cristo y otras organizaciones, y la Encuesta Bicentenario- remiten a ese otro Chile donde el hacimiento y las condiciones de vida aumentan significativamente el contagio, donde cientos de miles han perdido el empleo y, con él, casi todos sus ingresos (situación actual de un tercio de los hogares del país), donde no hay ahorros sino solo deudas, donde los niños sin colegio simplemente no aprenderán a leer, donde la angustia por el futuro pega con una fuerza inusitada.

La pobreza empieza a estar ante nuestros ojos y, sin embargo, no es una pobreza nueva. La conocíamos por los datos -la CASEN 2017, por ejemplo, hablaba de un 20% de pobres, 3,5 millones de personas-, pero su dimensión vital permanecía invisibilizada ante la mirada pública. La intuíamos tras las inseguridades de la frágil clase media, que teme enfermarse y envejecer por el riesgo de volver atrás, pero hace tiempo que dejamos de verla cotidianamente, aunque se encontrara a pocos metros. No es raro este punto ciego en una sociedad encandilada con un desarrollo que prácticamente se identifica con el progreso económico y tecnológico: en esa óptica, los pobres no pasan de ser meros destinatarios de políticas públicas, un problema técnico a ser resuelto en el largo plazo. La vida de esos pobres se vuelve un dato, una estadística. Aunque esté frente a nosotros, es invisible.

Algunos -pocos- sí la vieron. Entre ellos, el historiador Gonzalo Vial, quien hace quince años advirtió que el descenso de la pobreza había sido frágil e inestable y que demasiados chilenos vivían al margen de Chile, en condiciones materiales, culturales y familiares paupérrimas. Con especial sensibilidad frente al problema de la educación -donde las brechas no han hecho sino aumentar- vio que el Chile post transición sufría una honda fractura social, que hacía imposible el consenso pleno y que ponía en riesgo la estabilidad alcanzada en el período. Profético o no, el historiador vislumbró la seriedad de nuestro problema de integración social, y comprendió que el consenso solo sería completo cuando esos millones de chilenos fueran realmente incorporados a la sociedad y a su conducción, cuando la educación fuera tomada en serio, cuando todo esto estuviera en el centro del foco político. Mientras la mentalidad tecnocrática solo ve las bondades del modelo y considera a esos “otros” un costo inevitable del proceso de desarrollo, observadores como Vial parecen comprender el drama de un país cuyo PIB per cápita alcanza niveles inéditos, pero millones de chilenos viven en el margen de la sociedad -aunque tengan acceso al consumo y al crédito- y no terminan de ser reconocidos como sujetos.

La pandemia está trayendo esa pobreza invisible al primer plano y eso da la oportunidad de convertirla en prioridad política. Porque la política implica prioridades, jerarquía de fines: y hay pocas tareas más urgentes que la integración de esos otros chilenos, que en realidad son también de los nuestros y merecen ser parte del destino de este país. En esto, no cabe esperar al largo plazo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, el sábado 19 de septiembre del 2020.