La trampa de la hoja en blanco

Marcela Cubillos | Sección: Política

Hay muchas maneras de aproximarse al plebiscito de octubre, pero la más difícil de comprender es la que pretende enfrentarlo haciendo como que las preguntas fueran otras o las respuestas no significaran lo que jurídicamente se estableció.

El 25 de octubre no se trata, aunque lo diga el Servel en su propaganda, de elegir “el país que quieres”.

Tampoco será esa la oportunidad para deshacerse de complejos o despejar fantasmas, si alguien los tiene, respecto del plebiscito de 1988. Querer darle sentido de “cierre de la transición” a este proceso es no entender que la izquierda la abre y la cierra a conveniencia, y que en la centroderecha han surgido nuevas generaciones, libres respecto del pasado, dispuestas a contestar, en su mérito, y con completa libertad, la pregunta que efectivamente se les hará el próximo 25 de octubre.

En cincuenta días más habrá que responder si se aprueba o rechaza hacer una nueva Constitución con las reglas que fijaron los parlamentarios en noviembre. Estas fueron ya definidas y sin plebiscito.

¿Cuáles son esas reglas?

En primer lugar, una Convención elegida por las mismas normas con las que se elige a los diputados, es decir, los partidos políticos deciden. No son los ciudadanos que, en un abrazo de unidad, construirán “la casa de todos”. Este Congreso, primera vez elegido sin binominal (que se suponía era la gran traba para tener una Cámara completamente democrática), decidió que no era lo suficientemente representativo para redactar una Constitución y que debería elegirse otro órgano similar para hacerlo. Las primeras candidaturas a convencionales que han surgido desde los distintos sectores políticos dejan claro que serán los políticos, y en particular los expolíticos, los que la escribirán.

En segundo lugar, la Constitución se redactará desde una hoja en blanco, partiendo de cero. Así se acordó, aunque algunos pretendan ahora darle un significado distinto a su voto. Y eso no es semántico ni es un eslogan que se pueda rebatir con otro. Es un procedimiento legislativo que consiste en que para volver a escribir algo habrá que juntar dos tercios.

Hoy la Constitución puede ser reformada por tres quintos en la mayoría de sus artículos y, excepcionalmente, por dos tercios en aquellos que se señala expresamente. Sin embargo, la izquierda aceptó en noviembre un proceso en que la Constitución completa se hará por el quorum mayor, el de dos tercios. Y lo hizo porque la verdadera ventaja que obtuvo en la negociación fue partir desde una hoja en blanco.

¿En qué consiste la trampa de la hoja en blanco? La mejor forma de explicarla es tomar como ejemplo algunos temas esenciales de la actual Constitución: El Estado está al servicio de la persona humana y no al revés, por tanto, debe respetar lo que cada persona y las organizaciones —como juntas de vecinos, emprendimientos, sindicatos, colegios— son capaces de asumir, favoreciendo y no ahogando esos ámbitos de libertad; Iniciativa exclusiva del Presidente en materia de gasto público, para evitar la demagogia; Banco Central autónomo para evitar crisis económicas e inflación; Tribunal Constitucional para proteger el Estado de Derecho; Libertad de enseñanza, que implica no solo reconocer el derecho preferente de los padres para elegir la educación de sus hijos, sino el derecho para crear y organizar colegios; Derecho de propiedad, y si se configuran las condiciones para expropiar, que se pague la indemnización antes de la toma de posesión material del bien, en dinero, en efectivo y al contado. Si se elimina esta parte, no existe un resguardo real de la propiedad privada.

Si se pusieran en votación la próxima semana en la Cámara de Diputados, ninguno obtiene dos tercios. Es cierto que la izquierda tampoco tiene votos para eliminarlos hoy de la actual Constitución. Pero por eso inventaron la hoja en blanco, que les da una ventaja irremontable a quienes quieren partir de cero y cambiarlo todo. Y pone una trampa a quienes quieren mantener lo que les parece fundamental y mejorar lo que falta. Dicho en simple, invierte el peso de quién es el que tiene que juntar los votos. Hasta ahora es la izquierda; si gana el Apruebo, será la centroderecha.

Algunos dicen que de eso se trata este proceso, de la necesidad de alcanzar acuerdos. ¿Con quiénes? De nuevo es esencial dejar atrás las nostalgias noventeras. Hoy no existe centroizquierda en el Congreso ni se ve que pueda aparecer para una Convención elegida por los mismos partidos políticos. Partido Comunista, Frente Amplio, PS, DC hacen discursos a veces diferentes, pero votan lo mismo, salvo honrosas excepciones. Tan excepcionales, que no dan para juntar dos tercios y así volver a escribir en esa hoja en blanco las libertades y garantías que importa mantener.

Es comprensible que alguien que no comparte lo que dice la Constitución actual vote Apruebo. Lo que es difícil de entender es que quien cree en las libertades esenciales que están en la Constitución esté dispuesto a vaciarla y partir de cero. Es decir, tratar de conseguir —nadie sabe cómo— dos tercios para volver a escribir lo que hoy ya tiene escrito.

A quienes sostienen que esta Constitución carece de legitimidad de origen, solo basta recordar que el expresidente Lagos hizo una reforma para que ella pudiera llevar su firma. ¿Alguien cree que Francisco Vidal, Nicolás Eyzaguirre o Yasna Provoste hubieran puesto su firma, como lo hicieron, a una Constitución que consideraban ilegítima? “Chile tiene al fin una Constitución plenamente democrática”, señaló el 2005 el expresidente Lagos. Si él lo dice, no se entiende por qué algunos insisten en discutirle.

A quienes sostienen que votar con la izquierda el próximo 25 de octubre es la forma de “aguarle la fiesta” para así ganar todos, sin que nadie pierda, no es solo anteponer la táctica a las convicciones, sino que —lo que es peor— es abrazar una mala estrategia. La única manera de tener una Convención equilibrada si gana el Apruebo, es que el resultado del plebiscito sea también lo más parejo posible. Y en materia de convicciones, ¿será el mismo camino que se seguirá en cada debate relevante durante el proceso constituyente? Es decir, si no se puede ganar con las ideas propias, ¿habrá que sumarse a las del frente y así “ganar” con ellos? ¿Esa será la estrategia de nuestros convencionales y/o de los candidatos presidenciales del sector?

Es curioso que siempre sea desde Chile Vamos que se levante el discurso de eliminar las trincheras, de asumir que en Chile ya no hay ni derechas ni izquierdas. Sin embargo, al frente sí hay una izquierda que avanza, como siempre que puede, sin transar, imponiendo su agenda.

Para ese sector político nunca bastó que la centroderecha haya ganado democráticamente el Gobierno. No están dispuestos a reconocer el derecho democrático a gobernar con ideas diferentes. Peor aún, sienten que solo ellos tienen la legitimidad ética para gobernar. De eso, y no solo de una nueva Constitución, se trata todo esto. Este proceso constituyente surgió de la violencia y así se impuso, por la fuerza, lo que no pudieron ganar en las urnas dos años antes.

Más allá de lo que ocurra en octubre, la esperanza está en los nuevos liderazgos, con convicciones, que promuevan la libertad sin complejos, que no se rindan ante la intolerancia de una izquierda que pretende siempre actuar desde su falsa superioridad moral, y que estén dispuestos a trabajar sin descanso, y con coraje, por hacer populares las ideas propias en vez de acomodarse a las que vayan imponiendo las encuestas, las redes sociales o el marcador de un partido que aún no termina.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el domingo 06 de septiembre del 2020.