La muerte del liberalismo conservador

Antonio Mesa León | Sección: Política

El liberalismo conservador ha sido la doctrina dominante en las derechas occidentales desde Reagan y Thatcher. Aunque no en todos los países obtuvo el mismo respaldo, en general la mayoría de ideólogos derechistas y los líderes más influyentes han intentado hacer suyo este paradigma. Hoy día sigue contando con numerosos defensores, pero lo más significativo es que es en la anglosfera, lugar en el que originalmente fue concebido, donde está recibiendo los mayores ataques. ¿Por parte de la izquierda? No. Eso es lo que cabría esperar. Por parte de la propia derecha. 

Así es, señores. El liberalismo conservador ha muerto, y si quieren saber por qué, quédense a leer.

¿Qué era en un principio el liberalismo conservador? Muy resumido, se trataba de aunar posiciones muy liberales en lo económico y muy conservadoras en temas sociales. El liberalismo conservador se presentaba así como la alternativa radical a una izquierda todavía nostálgica del socialismo real y que en lo moral promovía cada vez más la contracultura de mayo del 68. Por supuesto, esta síntesis no fue adoptada del mismo modo en todos los países debido a sus diferentes tradiciones: en lugares como España, por ejemplo, no era viable defender un liberalismo y un conservadurismo tan radicales como en Estados Unidos. Pero en general, todos trataron de sumarse al discurso, incluyendo nuestro Partido Popular, sobre todo a partir de la renovación que lideró Aznar en los años 90.

El liberalismo conservador así descrito sigue sonándole bien a mucha gente del espectro derechista. ¿Cómo es entonces posible que hoy día la vanguardia intelectual del conservadurismo occidental tienda a rechazarlo? La explicación no puede ser más sencilla: porque el liberalismo conservador ha sido un fracaso total. Las razones son básicamente dos. 

La primera es que en la práctica los dos elementos que debían componer el programa político liberal-conservador no estuvieron nunca equilibrados. Lo habitual fue que los partidos de derechas fueran dejando progresivamente de lado el conservadurismo social para centrarse solo en la liberalización económica. La posición conservadora parecía en apariencia más difícil de defender en las urnas que la liberal, sobre todo en votantes jóvenes para los cuales el progresismo de izquierdas había llegado a ser la norma. Así, lo conservador pronto desapareció de las políticas efectivas y los partidos de derechas (o de “centroderecha” o incluso “centro” para los acomplejados) acabaron haciendo suyas todas las ideas de la contracultura izquierdista, que dejó de ser tal para convertirse en la cultura hegemónica, en lo políticamente correcto. 

La segunda razón es de mayor calado. La asunción de la retórica liberal en lo económico llevó a muchos “conservadores” a una lenta pero progresiva relajación de posturas en los aspectos morales y sociales debido a la tensión inherente que existe entre el imperio del mercado y el mantenimiento de una sociedad conservadora, tensión que los promotores del movimiento ignoraron o subestimaron. Aunque el conservadurismo siempre defendió la propiedad privada frente a las agresiones socialistas, los mayores pensadores conservadores no dejaban de ser conscientes de que la expansión creciente de la lógica del mercado a otros ámbitos de la sociedad representaba un peligro para los valores e instituciones que ellos amaban. Además, desde Bismarck y Disraeli sabemos que la intervención en la economía es perfectamente compatible con el conservadurismo si se realiza con el objetivo de promover la paz social y en aspectos en los que el mercado se revela insuficiente. El liberalismo económico a ultranza, por tanto, no forma parte de los principios conservadores, y el intento de promoverlo aún por encima de estos solo degenera en un discurso economicista limitado a la defensa de los intereses empresariales y alejado de los valores y convicciones de la mayoría de los ciudadanos.

Sin embargo, lejos de reaccionar con energía ante estas contradicciones, el llamado “centroderecha” occidental se ha negado en redondo a asumir o al menos aproximarse a nuevas influencias conservadoras, limitándose a rechazar todo nuevo paradigma como “fascismo”, “ultraderecha” y otros mantras por el estilo (por cierto, imitando así la táctica izquierdista que tantos réditos le ha dado al adversario). ¿Que se cuestiona el liberalismo? ¡Facha! ¿Que se propone una reevaluación del nacionalismo? ¡Facha! ¿Que se intentan reabrir debates morales “ya superados”? ¡Facha!

¿Cuáles son, en definitiva, las diferencias más importantes entre el fracasado paradigma liberal-conservador tal y como existe en la actualidad y el conservadurismo genuino que estos críticos del mainstream intentan recuperar? A grandes rasgos, las siguientes:

1. El núcleo del discurso y del programa del liberal-conservador medio es la libertad. Todo empieza y acaba en la libertad. A lo sumo, también se reivindica el patriotismo, pero eso sí, siempre “constitucional”, es decir, no anclado en la tradición, sino en el consenso político, y siempre en la medida en la que sea compatible con esa “libertad” divinizada. En cambio, el discurso de un conservador, lejos de toda idolatría de la libertad, tendrá su punto de anclaje en la preservación de los valores fundamentales de la comunidad política, entre los cuales se encuentra la libertad, pero no exclusivamente. La autoridad, la familia, la religión, etc., también cuentan, y no deben estar subordinadas a esa libertad irreal y puramente metafísica.

2. El liberal-conservador tiene una visión beatífica de los empresarios y del mercado, rechazando todo intervencionismo como “socialismo” y “paguitas”. Pero el conservador sabe que las riquezas no llevan aparejadas necesariamente virtudes, y que el mercado es un medio, no un fin en sí mismo. El fin es el mantenimiento de una sociedad virtuosa, y ello en ocasiones exige la intervención del Estado cuando el mercado no es suficiente. Así, las políticas natalistas, la defensa de la competencia, la protección a las pequeñas empresas y a las formas de vida tradicionales, la lucha contra los abusos y la precarización laborales y un cierto Estado del bienestar que garantice un nivel de vida digno para las familias son instrumentos de los que el conservador orgullosamente se servirá.

3. Como mencionamos anteriormente, el liberal-conservador ha renunciado en la práctica a toda batalla cultural contra el progresismo de izquierdas, negándose de plano a discutir ciertas cuestiones que para él están “superadas”. Pero el problema, por supuesto, es que existen amplias masas de ciudadanos para los cuales esos temas no están superados. Cada vez hay más gente que no traga con las imposiciones de lo políticamente correcto, gente que no quiere ver su sociedad destruida por unos ideólogos empeñados en borrar por “opresivo” todo rastro de lo que alguna vez fue Occidente. El conservador canaliza estas reivindicaciones y combate a la contracultura hoy hegemónica con la misma determinación que hace 50 años. Lo inmoral y dañino no se convalida con el paso del tiempo.

4. El liberal-conservador, por su idolatría del mercado, tiende al internacionalismo y al predominio de las organizaciones supranacionales. Esto en principio no tendría nada de malo, si no fuera porque con frecuencia estas organizaciones promueven agendas políticas que en nada benefician a los intereses de nuestro país, y que son en realidad la tapadera para implantar un modelo de sociedad progresista y totalmente desarraigado respecto a la tradición. Pero el conservador sabe que un hombre sin raíces no es más que un autómata sin alma. La verdadera civilización no consiste en el comercio libre o en la “paz mundial”, sino en lo que Russell Kirk llamaba la “gracia no comprada de la vida”, que solo puede encontrarse en una comunidad que no ha perdido la noción de lo que fue. Por eso los conservadores no pueden aceptar los programas de ingeniería social que desde esas altas instancias se nos presentan como requisito ineludible para entrar en el club de los países guays y modernos. 

Teniendo en cuenta lo anterior, no sorprende que la grieta entre el oficialismo liberal-conservador que aún gobierna cual cementerio de elefantes en buena parte del ámbito político de la derecha y el nuevo conservadurismo nacional se haga cada vez más profunda e insalvable. Las batallas políticas, en todo caso, no nos deben llevar a la confusión: intelectualmente hablando, el liberalismo conservador está muerto. Ni una sola idea refrescante ha salido de él en muchos años. El conservadurismo del futuro será nacional, patriótico, popular y social. O no será.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Censor, el domingo 20 de septiembre del 2020.