¿Apruebo o Rechazo?

Pablo Errázuriz L. | Sección: Política

¿Qué gana la derecha con el Rechazo? ¿Qué con el Apruebo? Estas dos preguntas son claves para destrabar el debate surgido en las últimas semanas en torno al tema plebiscitario.

Vale de inmediato una advertencia, desocupado lector. Cualquier análisis político contingente con pretensiones prescriptivas es necesariamente –como decía Borges hablando de la metafísica– una rama de la literatura fantástica. Aun el análisis con la mayor cantidad de datos posibles puede errar: el devenir de los acontecimientos humanos es fluctuante, desprecia las normas universales y se guía por azar, coincidencia o Divina Providencia. Dicho de otra forma, los hechos históricos no son necesarios hasta que ocurren, y antes de que ocurran solo podemos ensayar lo que podría pasar, asumiendo por tanto nuestra labor de meros especuladores. Una segunda advertencia es que ningún análisis hecho en una hoja en blanco existe en estado puro en la realidad, donde cada persona imprime su carácter y color –su individualidad– a cómo entiende los hechos y las circunstancias.

Hechas estas dos prevenciones, ¿por qué una derecha va por el Apruebo? Una primera respuesta es el descontento genuino con la Constitución actual, postura totalmente válida, pero cuyas causas son variadas, por lo que su análisis sería muy extenso para estas breves líneas. Esto nos lleva al segundo grupo de aprobantes de la derecha, los pragmáticos. Han sido representados en la discusión pública por Pablo Longueira, quien ha afirmado la conveniencia de sumarse todos al Apruebo para poder secuestrar de cierta manera esta opción, anulando el discurso cuasi mesiánico que ha armado la izquierda en torno al plebiscito. Así, el planteamiento sería que gastar capital político en una defensa del Rechazo, cuando buena parte los medidores apuntan a que esta es una opción perdida, sería un suicidio político para fines del eventual proceso constituyente, dejando a la derecha en una pésima posición negociadora una vez que haya que elegir a los miembros de la asamblea y plantear los temas que se consideren relevantes. Se da por perdida la Constitución y se busca evitar que esto sea planteado como una victoria de la izquierda. Por lo mismo la insistencia de Longueira en afirmar que él tomará la titánica tarea de reducir el Rechazo a la mínima expresión, siendo relegados a ella solo los que de por sí no deberían participar en el proceso constituyente. Es de cierta manera ponerse el parche antes de la herida y construir sobre esta fatalidad.

El problema de este análisis, muy astuto en cuanto a praxis política, es que ignora todo el resto de los factores no materiales del proceso constituyente. Las opciones de Apruebo o Rechazo no son etiquetas vacías, sino que están permeadas de todas las decisiones que izquierda y derecha han tomado desde hace 30 años, y especialmente a partir del 18 de octubre de 2019. El estallido social, a diferencia de lo que algunos han querido plantear, no fue un estallido apolítico, sino que estuvo cargado de un discurso que culpaba al “modelo” –plasmado principalmente en la CPR de 1980– de los problemas sociales existente. Así, el voto Apruebo ha sido planteado desde hace ya casi un año como la materialización de las críticas de Atria, del movimiento estudiantil y del FA al modelo de la Transición. No olvidemos aquella consigna que decía que “no son 30 pesos, son 30 años”. Es un diagnóstico y proyecto social propio, materializado en una opción electoral, definido de forma dialéctica como antítesis al modelo actual. Por esto es ingenuo de parte de Longueira pretender subirse al carro del Apruebo y después defender los principios que ya existen actualmente en la CPR. Tal vez si la situación intelectual de la derecha no fuera tan débil, se podría haber propuesto un proyecto de nueva constitución que pudiera disputar el espacio dentro del Apruebo. Pero lo no hecho en 10 años y dos gobiernos difícilmente es sanable en un poco más de un mes. 

¿Por qué Rechazo? De forma similar a la pregunta anterior, se puede ensayar una respuesta de rechazar por aprecio a la constitución actual, sea por la razón que sea. Pero no quiero centrarme en esta línea dado que poco se puede sacar de dicho análisis. La línea más interesante es, al igual que en el Apruebo, una de viabilidad política, e incluso pragmatismo. Como ya comenté, el voto Apruebo es uno cargado de contenido simbólico, un relato encarnado. Independiente de las razones personales que lleven a una persona a votar Apruebo, el discurso político de la izquierda será que cada voto de estos es una puñalada contra el modelo. Por lo tanto, una victoria aplastante de esta opción daría una legitimidad política absoluta a las ansias de refundación radical. Sería políticamente tomada como la confirmación de la realidad de su catastrófico discurso. En este sentido, el voto Rechazo adquiere una nueva dimensión. No solo es el voto por el statu quo, sino que también es un voto de rechazo al diagnóstico de la izquierda refundacional, un voto que expresa que los principios y reglas que nos gobernaron los últimos 30 años tienen un valor; es un voto relegitimador del sistema. Y en este marco, de llegar a ganar el Apruebo –cosa que no es inevitable hasta que haya pasado–, un buen desempeño electoral del Rechazo revigoriza a los sectores moderados y les da una legitimidad activa en el proceso constituyente para poder defender en una nueva Carta Magna los principios que han sido positivos para Chile. El voto que puede emparejar la cancha en una asamblea constituyente no es el que otorgue a la izquierda radical una superioridad moral y política total por, aparentemente, demostrar su diagnóstico, sino aquel que centra la discusión en procesos de reforma, continuidad y cambio, y ese voto es el de Rechazo.