18-O: Revolución… ¿a la chilena?

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

Habiéndose cumplido 11 meses de la insurrección del 18-O, mal llamada de “estallido social”, basta una inspección mínimamente minuciosa de cada uno de los hechos ocurridos, tanto en aquel fatídico viernes como en las semanas y meses siguientes, como para darse cuenta que nunca fue de naturaleza espontánea sino perfectamente planeado. Podríamos afirmar que fue organizado por la ultraizquierda en el Foro de São Paulo: la presencia de elementos extranjeros (particularmente de Venezuela y Cuba), un complejo sistema de apoyo logístico, financiamiento desde el extranjero y una larga lista de eventos y situaciones que en su debido tiempo serán confirmadas y saldrán a la luz. Sin embargo, lo cierto es que hay una serie de elementos, tanto ideológicos como de las acciones propiamente tales que tienen un paralelo claramente identificable en otros países que hacen ineludible pensar, o más bien, confirmar, que la insurrección en Chile no fue de naturaleza propia, sino que responde a un proceso global que tiene un elemento en común: la revolución cultural marxista. En ese sentido, es interesante analizar cómo se ha dado en los Estados Unidos como para darnos cuenta de los elementos comunes.

El avance de las ideas progresistas que engloban formas radicales del movimiento feminista, identidades de género, lenguaje inclusivo, corrección política, el ataque frontal al Cristianismo y a la familia, entre otras, son un fenómeno mundial que operan parcialmente en el ámbito de las ideas, muy propio del marxismo gramsciano. En el siglo XX y durante la Guerra Fría el socialismo marxista tuvo un frente de acción material con regímenes totalitarios con consecuencias atroces para la humanidad, entretanto, su batalla en el ámbito de las ideas ya estaba en marcha; Pio XI lo advertía en su encíclica Quadragesimo Anno (1931). La caída de la Unión Soviética y el bloque comunista puso en marcha la batalla por la hegemonía comunista en el campo cultural durante décadas, sin mayores eventos violentos de gran escala, cambiando esta tranquilidad aparente en Chile el 2019-2020.

El inicio de las manifestaciones en Estados Unidos, gatilladas por la muerte del ciudadano afroamericano George Floyd inició un proceso que rápidamente escaló desde el ámbito de las ideas (bajo la consigna del Black Lives Matters) al ámbito material con enfrentamientos, manifestaciones violentas y disrupción del estado de derecho. Barrios enteros ocupados, ciudades sitiadas, destrucción de bancos y de edificios públicos obligaron incluso al decreto de toque de queda en muchas ciudades Norteamericanas. Sin embargo, los eventos sucedidos en agosto de 2020 en la ciudad de Kenosha, Wisconsin, mostraron una semejanza sorprendente con lo visto en Chile desde el 18-O. Dichos eventos, como todo acontecimiento social, fue gatillado, aprovechando la circunstancia propiciada por un incidente entre un ciudadano afroamericano con la policía local, sin embargo, la respuesta, al igual que en Chile, no fue espontanea. Las fuerzas policiales e infraestructura pública fueron atacados con bombas molotov, fuegos artificiales, hordas de encapuchados con escudos munidos de piedras, fierros, hondas e incluso armamento pesado; hicieron de las suyas durante una semana destruyendo e incendiando todo a su paso hasta que, a diferencia de Chile, no se dudó en el uso de la Guardia Nacional para poner fin a estos hechos. Según consta en la prensa, miles de manifestantes forzaron la entrada de policías a su comisaría, para luego incendiarla con el personal policial dentro (The Epoch Times, edición 2-8 septiembre 2020). Por lo tanto, vemos un modus operandi que por momentos conseguía confundir las imágenes brutales de Kenosha con las vistas en las calles de Santiago y otras ciudades chilenas desde octubre de 2019.

Pero las semejanzas no terminan ahí. Al igual que en Chile, había en los Estados Unidos organizaciones sociales por detrás de estos eventos como Freedom Road Socialist Organization (FRSO) y National Alliance Against Racist and Political Repression (NAARPR), cuyos nombres contienen términos que nos recuerdan el sin fin de organizaciones sociales por detrás de la violencia insurreccional en Chile. Esto lleva a pensar que, si bien puede no haber una conexión logística y material entre grupos terroristas insurreccionales norteamericanos y chilenos, sí hay un terreno ideológico común en ambos casos: el comunismo y la dialéctica marxista de enfrentamiento violento. Puede parecer sorprendente para algunos pensar en la existencia de grupos con bases ideológicas comunistas en Estados Unidos, sin embargo, es absolutamente real, y todo gracias, nuevamente, al marxismo gramsciano y su revolución cultural silenciosa pero intrínsecamente perversa, pues se vale de recursos en apariencia inocentes, de moda, inclusive hípster, para inyectar su veneno. Prueba de esto es su presencia en los medios de comunicación que siguen la línea editorial de lo políticamente correcto en desmedro de la verdad, cuyo fin es el derrumbe de los pilares culturales de occidente. Es tal el nivel de penetración de la ideología marxista en la cultura pop, que en la propia cultura americana es posible ver jóvenes con camisetas con mensajes como “I’m a prisoner of capitalism”, computadores con adhesivos en sus pantallas que dicen “this is a fascist killing machine”, por nombrar algunos, sin darse cuenta del peligro por detrás de estos.

En octubre de 2019 comenzó un nuevo intento de la ultraizquierda chilena de derrumbar la institucionalidad para llevarnos al peligroso paraíso socialista en la tierra (del cual nos advertía San Juan Pablo II); en 2020 comenzó a asomarse la verdadera cara del marxismo que ya operaba de manera travestida en la cultura americana. En ambos casos, la batalla de las ideas y la defensa de los principios del respeto a Dios, propios de nuestra cultura judeo-cristiana, la familia, la patria y la libertad-, deben ser defendidos y promovidos con ímpetu. Así mismo, la advertencia en ambas realidades, chilena y norteamericana, y en definitiva global, principalmente para los más jóvenes, es igualmente válida: cuide la democracia y respete la constitución, pues es fácil jugar al socialismo en una sociedad libre, pero jugar a la libertad en una sociedad socialista, cuesta la vida.