Verdad y política

Álvaro Pezoa | Sección: Política

Únicamente en la verdad se puede desarrollar y mantener una comunidad vital. Resulta crucial volver sobre este fundamental asunto en tiempos, como los actuales, donde imperan con creciente fuerza el relativismo intelectual y moral, el populismo de masas y las fake news. Hace falta reafirmar que la verdad y el bien son realidades objetivas, conceptos susceptibles de ser descubiertos racionalmente, que se siguen del orden natural de las cosas. Ni la verdad ni el bien pueden quedar a merced de la voluntad de mayorías políticas circunstanciales o de minorías influyentes, porque, así transformadas en ideas esencialmente relativas, transitorias y mutables, se desdibujarían completamente.

Sí, es relevante reivindicar la verdad en política. Esta última debe buscar el bien común que no existe sin la verdad, esto es, privado de una realidad objetiva posible de ser compartida por todos los miembros de la sociedad. Como es sabido, la auténtica política no ha de buscar el poder per se. Si este fuera lo único importante, tal vez podría considerarse que la forma más rápida de alcanzarlo fuese por medio de falsedades, a través de la creación de “mundos paralelos” que logren ilusionar engañosamente a las personas. Sin embargo, sin la verdad en política solo queda el uso utilitarista de la ciudadanía al servicio de intereses particulares o partidistas. Y, por cierto, la demagogia es un recurso de los malos políticos (o de los políticos malos) que procuran agradar o seducir a las masas con el propósito de manipularlas, desdeñando la verdad y el bien real de la comunidad.

Por la razón expuesta, en la vida social no solo hay que decir la verdad, también se debe combatir la mentira. En caso contrario, esta última terminará prevaleciendo en el discurso (y la acción) público, con todas sus destructivas secuelas. No es casualidad que el engaño haya sido siempre arma predilecta del totalitarismo, como contemporáneamente ocurre con la dictadura mediática de la “corrección política” impuesta por la inquisición del relativismo ideológico. Vaclav Havel, humanista y político, sostuvo con lúcida perspicacia: “no sé si la rectitud, la verdad y el espíritu democrático tendrán el éxito final. Pero sí sé cómo no tener éxito: optando por medios que se contraponen a los fines deseados; tal como lo aprendemos de la historia, es ésta la mejor forma de eliminar los fines mismos que nos proponemos lograr”. El camino más seguro para el fracaso de los políticos (y de la vida en común) es vivir en el embuste, dado que -junto con el reguero de daños que deja- la porfiada realidad tarde o temprano termina rebelándose a los fraudes y las corruptelas. Por eso, como el propio Havel sentenciaba, el deber de un político es “vivir en la verdad”. Y el de los ciudadanos, cabría agregar.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera, el martes 18 de agosto del 2020.