Piñera y el aprendiz de hechicero

Julio Alvear | Sección: Política

Sebastián Piñera ha anunciado que “todos los chilenos quieren cambiar la Constitución”. Que debemos “empezar a hablar sobre qué Constitución queremos para Chile”.

Hace ya bastante tiempo que el actual Presidente intenta gobernar no a partir de la realidad que le circunda, sino de su pensamiento desiderativo. 

Primero, a Sebastián Piñera no lo eligieron para cambiar la Constitución, sino para mejorar las condiciones de vida de los chilenos, a partir de lo que se ha construido. El plebiscito para crear una nueva Constitución no es fruto de un acuerdo sincero entre las fuerzas políticas, sino del chantaje, de la extorsión, de la violencia insurreccional iniciada el 18 de octubre, que vino a falsear la voluntad popular expresada en las urnas.

Segundo, no basta con escribir nuestros deseos o veleidades en una hoja de papel y a eso llamarlo Constitución, para que ésta funcione. La historia de nuestro país da varios ejemplos de ello. En 1828, José Joaquín Mora y Melchor de Santiago Concha diseñaron una Constitución política marcada por el utopismo liberal. Debilitaron tanto la figura del Presidente, que Chile no pudo salir de la anarquía. La Constitución de 1828 duró la nada misma. Es que nueva constitución no equivale a buena constitución. Una buena constitución es obras de juristas y buenos políticos, no de utopistas, ilusionistas o partisanos. 

Tercero, ¿no sabe usted, Sr. Presidente, que hay un sector político que no está buscando la mejor de las constituciones, porque lo que quiere es refundar el país de un modo radical, en lo político, lo social, lo económico, lo cultural, incluso en lo religioso? ¿Va a seguir hablando usted, despreocupadamente, de la Constitución para todos, como si no existiera la hegemonía comunista en el flujo discursivo de las izquierdas? 

Las esperanzas que usted pone en el proceso constituyente recuerdan el cuento del aprendiz de hechicero bosquejado por Goethe. El joven brujo hechiza una escoba para que transporte los cubos de agua hacia una fuente. Todo transcurre bien, hasta que la fuente corre el riesgo de rebosar. Pero el aprendiz no es capaz de romper el hechizo. Entonces, destroza la escoba. Pero los trozos de madera cobran vida independiente y originan un enorme ejército de escobas llevando sin parar cubos repletos de agua, que lo inundan todo. 

No hay nada peor que quedar atrapado en el propio hechizo. Hay que romper el hechizo del proceso constituyente del cual, dada las actuales circunstancias, solo podemos esperar caos, inestabilidad y desorden.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Fundación Nueva Mente como videocolumna, el sábado 22 de agosto del 2020.