Parlamentarismo

Adolfo Ibáñez S.M. | Sección: Historia, Política

Ha desaparecido la tirria hacia el régimen que nos rigió hasta hace un siglo con su secuela de desgobierno. Hoy se postula el parlamentarismo de facto para quebrar el régimen presidencial. Es una nueva herramienta para aplicar la retroexcavadora que, en su momento, fue presentada con liviandad, tono festivo y odio, y cuya acción destructiva ha ido en aumento. Ahora se nos presenta el parlamentarismo con el mismo tono.

Todo comenzó en el Congreso con la presentación de proyectos de exclusiva iniciativa presidencial. Al comienzo fueron testimoniales y “por si pasa”. De repente uno pasó. Y comenzó el baile. Cuando el Presidente tuvo miedo de acudir al Tribunal Constitucional para defender las instituciones, la puerta quedó abierta y la fiesta se generalizó. También en la coalición de gobierno cundió el miedo frente al populismo. La “voz de la calle” justificó a todos: los que plantearon esos proyectos, los que los apoyaron por temor y al gobierno que no defendió el orden institucional.

Luego se descubrió el resquicio de reformar los artículos transitorios de la Constitución. Brillante: fue una bomba en los cimientos de la institucionalidad. De este modo la retroexcavadora, potenciada con el parlamentarismo de facto, ha incrementado su eficiencia destructiva.

Mirando con alguna distancia se aprecia que este parlamentarismo de facto no es reciente. Durante el actual gobierno la oposición ha tratado de derribar a numerosos ministros y logró la salida de Mañalich, a pesar de su destacada gestión frente a la pandemia. En el anterior gobierno, sus propios parlamentarios dificultaron la aprobación de sus proyectos fundamentales: cuoteo y problemas de poder internos de la Nueva Mayoría lo entrabaron considerablemente.

La guinda de la torta la puso este gobierno exagerando un secreto del mundo político: nombrar a parlamentarios de ministros y reemplazarlos recurriendo al cuoteo de los partidos y de sus facciones burlando al país. La diferencia con el denostado parlamentarismo de hace un siglo radica en que aquel creía ser la culminación del régimen democrático. En cambio este, al igual que las reiteradas consignas de ilegitimidad institucional que se han instalado en estos últimos años, no es más que una herramienta para destruir el orden político que ha encauzado las energías para levantar al país. Las fuerzas destructoras la llevan. Al frente no se oyen voces decididas para mantener un rumbo positivo que apunte hacia el futuro.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el lunes 17 de agosto del 2020.