Para las nuevas (y las viejas) generaciones

Gonzalo Rojas S. | Sección: Historia, Política

Han pasado ya 50 años desde que la Unidad Popular nominó candidato oficial a la Presidencia de la República a Salvador Allende y le entregó un Programa de Gobierno. Por estos días, además, se cumple el medio siglo del desarrollo de la campaña electoral de 1970.

Las nuevas generaciones, ¿conocen el contenido del Programa y el modo en que lo explicitó en su campaña el candidato Allende? No. Las viejas, ¿tienen ese proceso muy presente? Quizás.

Por eso, en las próximas semanas, vamos a ir relacionando el Programa de la coalición de partidos de izquierda con el desarrollo que de él efectuó el candidato en sus intervenciones. Para ello, hemos tomado algunos aspectos centrales -los poderes del Estado, las libertades públicas, el rol de los trabajadores, del Presidente, de los partidos y del Estado- que, nos parece, ilustran convenientemente el proceso previo a las elecciones del 4 de septiembre de 1970.

En una de sus primeras intervenciones en la campaña, el mismo candidato fijó la importancia del Programa y el papel de conductor del mismo, cuando afirmó: “El Programa de la Unidad Popular es un compromiso insobornable. No habría sido candidato de un Movimiento sin definición. Nunca Habría sido candidato de un Movimiento cuya definición no compartiera. Jamás dejaré de cumplir un compromiso contraído ante el pueblo y mi propia conciencia”.

¿Y cómo era ese Programa?

Todo el planteamiento programático de la Unidad Popular se enmarcó en una visión extremadamente pesimista del país. Para la coalición de izquierda, Chile se encontraba sumido en “una crisis profunda, que se manifiesta en el estancamiento económico y social, en la pobreza generalizada y en las postergaciones de todo orden que sufren los obreros, campesinos y demás capas explotadas, así como en las crecientes dificultades que enfrentan empleados, profesionales, empresarios pequeños y mediarnos, y en las mínimas oportunidades de que- disponen la mujer y la juventud”.

Entre las manifestaciones más graves de la crisis, el Programa consignaba el casi nulo crecimiento del país desde 1966, la inflación que “es un infierno en los hogares del pueblo”, la falta de trabajo y remuneraciones adecuadas para cubrir las necesidades mínimas, las insuficiencias educacionales, de vivienda y de salud.

Especial importancia le adjudicaba el Programa a la situación de la propiedad de los medios de producción. Afirmaba que era evidente la existencia de dos grupos irreconciliables. Por una parte, “la burguesía monopolista nacional” llena de “privilegios de clase a los que jamás renunciará voluntariamente” y cuya actitud característica es la de “decidir por los demás”, basada en su control de la actividad industrial, agrícola, comercial y financiera. El Programa sostenía, además, que junto a estos sectores nacionales se encontraban en el país “los monopolios norteamericanos (que) dominan importantes ramas industriales y de servicios”. Por otra parte, los trabajadores se encontraban privados de toda propiedad de los medios de producción. Aseguraba el Programa que “para la gran mayoría… vender a diario su esfuerzo, su inteligencia y su trabajo es un pésimo negocio, y decidir sobre su propio destino es un derecho del cual, en gran medida, aún están privados”.

Y todo esto, afirmaba además el Programa, enmarcado por unas instituciones políticas y judiciales necesariamente clasistas, y sostenido por “Las formas brutales de violencia del Estado actual”.

Para el Programa de la Unidad Popular, de Chile ciertamente se habían posesionado «los principios del mal» y sus frutos podridos ya se habían manifestado por décadas y décadas.

Igualmente maniquea era la visión de Salvador Allende sobre el país al cual aspiraba a gobernar. El candidato de la Unidad Popular creía que en Chile todo estaba por hacer, debido al sistemático fracaso de los llamados “gobiernos capitalistas y reformistas”.

Es cierto que, al contestar una entrevista para “El Mercurio”, en febrero de 1970, afirmó que no se trataba de borrar todo lo que existía, que se trataría de “poner en juego todo lo positivo de nuestras tradiciones concretas (y) realizar los muchos aspectos auspiciosos de nuestro país y recoger todo lo bueno que se ha hecho”, pero a medida que fue desarrollando sus intervenciones en la campaña, expresó en cada aspecto concreto una opinión contraria, más ajustada al extremismo del Programa: El Estado en Chile se revelaba “irremisiblemente incapaz para cumplir sus funciones”, la democracia en Chile era sólo formal, la economía estaba controlada por los menos y al servicio de los privilegiados, la justicia se encontraba en manos de una clase y la prensa dominada por los grandes clanes económicos. Todo esto dejaba al pueblo de Chile, pensaba el candidato, fuera de toda posibilidad de desarrollo mientras no se cambiara el sistema. En concreto, la juventud se encontraba “frustrada hasta la desesperación por un sistema que no le ofrece destino”.