La ONU nuevo referente moral para la humanidad

Mauricio Riesco V. | Sección: Política, Sociedad

La Declaración Universal de Derechos Humanos (…) ha pasado a ser la referencia para medir lo que está bien y lo que está mal. La Declaración constituye los fundamentos de un futuro justo y digno para todos”. No son palabras de cualquier desconocido. Era Ban Ki-moon, el ex Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, quien lo aseguraba en el prólogo de una edición ilustrada de la Declaración aquella. No era poco lo que manifestaba el entusiasta Secretario, pero no era tanta tampoco su representatividad ni menos su autoridad como para anunciar a la humanidad un nuevo referente moral. Suena a provocación afirmar que mediante el evangelio ese, las Naciones Unidas puedan señalarnos lo que está bien y lo que está mal. Pésimo pronóstico, don Ban Ki. La devoción tiene un límite que es la libertad de los seguidores de otros credos distintos al de la ONU. Por eso es importante leer el artículo 18 de la mentada Declaración Universal de Derechos Humanos, no toma tiempo, son apenas 4 líneas referidas a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; no es equivalente a las Tablas de la Ley, pero no está mal.

A propósito de aquel derecho -que todos tenemos sin que nos lo deba conceder ni certificar las Naciones Unidas- en marzo de este año en Ginebra, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU dio a conocer el informe A/HRC/43/48, Freedom of Religion or Belief (Libertad de Religión o Creencias), trabajo para el que un Relator Especial, Ahmed Shaeed, fue comisionado con el propósito -único y específico- de “identificar los obstáculos existentes que impidan el derecho a la libertad de religión o de creencias, y formule recomendaciones sobre los medios de superar tales obstáculos”. Me aprontaba a leer tan interesante documento, aunque no sin antes haberme preguntado cuál habrá sido la necesidad de mandatar a un funcionario, pagado naturalmente, para verificar los impedimentos y persecuciones que sufren constantemente los cristianos en el mundo, si es tan simple y barato como abrir algún diario o ver algún programa de noticias en la TV para constatar el acoso implacable a la Iglesia Católica, y no únicamente en países musulmanes o budistas sino también en la mismísima Europa y en las Américas. Pero como el devocionario de la ONU autoriza a incurrir en estos gastos con dineros de la International Moya Corp., aquel vaporoso bolsillo sin fondo de la Organización, a nadie le importa; de hecho, esta entidad cuenta con fondos ilimitados y, lo mejor, no tiene dueño conocido, son todos y ninguno. ¿Para qué leer un diario, entonces, si puedo viajar a cuerpo de rey a diferentes países y me reciben altas autoridades? se habrá preguntado seguramente el señor Shaeed.

Ingenuo yo, de su reporte esperaba informarme detalladamente sobre las embestidas y contínuas agresiones que sufren los cristianos en el mundo por sus creencias religiosas, y las “recomendaciones (del Relator) sobre los medios de superar tales obstáculos”, como se le ordenó entregar, pero a medida que avanzaba en la lectura, mi sorpresa iba en aumento. A lo largo de las 19 páginas de su informe, no había nada, ni siquiera un párrafo, una frase, absolutamente nada referido a la materia para la que fue enviado a pasear el señor ese. Quizás si Mr. Shaeed no leyó bien o consideró que su mandato estaba mal extendido, pero el hecho es que su labor consistió en escribir su informe explicando cómo la Iglesia coarta los derechos humanos de mujeres, niñas, personas LGBTI’s y cómo ataca la ideología de género. Ya el sumario de su reporte, en su primera página, advierte lo que viene más adelante. Dice: “En este informe, el Relator Especial aborda la violencia de género y la discriminación en nombre de la religión o las creencias. En varios países del mundo, los preceptos religiosos sobrepasan a las leyes y prácticas que constituyen violaciones del derecho a la no discriminación de las mujeres, las niñas y las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero (LGBT +). En otros estados, los reclamos de libertad religiosa se están utilizando para revertir y buscar exenciones a las leyes que protegen contra la violencia y la discriminación de género”. ¿Qué tal? Recordemos que su encargo era identificar “los obstáculos existentes que impidan el derecho a la libertad de religión o de creencias”.

Bueno, es obvio que el Relator no entendió “ni jota” de lo que se le encomendó, no sé si por dificultades con el idioma  (es oriundo de las Islas Maldivas) o, mal pensado yo también, pudo haber sido que su mandante le sopló al oído que hiciera exactamente lo contrario a lo que puso por escrito: investigar cómo y cuánto influye la Iglesia para evitar o contrarrestar la planificación de la ONU para imponer su amplio programa abortero y sodomítico, con todos sus derivados, en los países del mundo que aún faltan por tragar el anzuelo y afianzarlo en los demás. El hecho es que seguramente después de agotadores paseos, don Ahmed acusó en su informe que “las normas religiosas discriminatorias (…) restringen los derechos sexuales y reproductivos en la región (en este párrafo se refiere a Latinoamárica), incluidas, entre otras, prohibiciones parciales o totales el acceso al aborto y la anticoncepción, prohibiciones de asistencia a tecnologías reproductivas y cirugía de reasignación de género, y límites en la provisión de educación sexual basada en evidencia”, (N°29). Agregaba que “en Latinoamérica (la Iglesia católica) está constantemente estorbando la legalización del aborto. En lugares como Brasil, Chile, Ecuador y Paraguay los grupos cristianos han coartado los programas de educación sexual y reproductiva”, (N°36). Y, entre otras  demandas, pidió “que los gobiernos hagan lo necesario para que los médicos no puedan objetar en conciencia (practicar el aborto) y no puedan negarse… En ciertas regiones (Uruguay) hasta el 87% de los proveedores (sic) médicos se niegan a realizar abortos”. (N°44). El Relator Especial declaró después de presentar su informe, que el Comité de Derechos Humanos había expresado su preocupación por este “fenómeno”, como él lo definió.

Obviamente, este desaprensivo señor tampoco leyó el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos aludido más arriba porque, de haberlo hecho, no se habría atrevido a escribir ni recomendar tanto disparate junto en su informe. En lo medular, dice el artículo 18 que “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión (… y) de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto, y la observancia” (lo resaltado es mío). Fácil de entender el texto, no caben interpretaciones; deja de manifiesto que cualquier persona o grupo de personas, tiene el derecho a discrepar de la práctica del aborto, de la ideología de género, los matrimonios homosexuales, la educación sexual y reproductiva, y todos los “subproductos” promocionados por la ONU, y lo puede hacer individual y colectivamente, tanto en público como en privado. Igualmente, los médicos pueden también rehusar dar muerte a inocentes por motivos de conciencia dado que se les garantiza el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Desconozco si el Relator ese pudiera estar viviendo próximo al analfabetismo, pero da lo mismo, la caja de Moya Corp. da para pagar lo que le pidan. En este caso esa candorosa corporación financió hasta la munición que Ahmed Shaeed disparó contra la iglesia Católica que, estando a favor de la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, se opone a la muerte de inocentes y a todas las aberraciones de las que él la acusaba en su informe.

En verdad, no es difícil entender que algunos en las Naciones Unidas le puedan meter mano a la caja de Moya para retribuir favores a funcionarios títeres, pero lo que no comprendo es que, si por una parte, la señalada Organización proclama mediante una rimbombante “declaración universal”, la libertad religiosa en los términos de su artículo 18, por otra, el míster ese, mandatado por la mismísima ONU, inculpe a la Iglesia como un estorbo para la aplicación de los programas de educación sexual y reproductiva y pida que se les prohiba a los médicos actuar con libertad de conciencia frente al aborto. Debo creer que tan extremadamente rezagado intelectual no debe ser él, por eso me inclino a pensar que le soplaron al oído qué debía informar… y eso sí lo entendió.

Tampoco consigo comprender el “fenómeno” al que se refiere el Relator cuando leo el artículo 16 N°3 de la mentada Declaración Universal de Derechos Humanos, que prescribe: “La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado”. ¿También se habrá saltado su lectura Ahmed Shaeed? Porque, si comisionado para verificar los obstáculos que impiden la libertad de religión que pregona su patrón, no solo no denunció a los países que atentan contra la familia autorizando a los padres a dar muerte a sus hijos antes de nacer sino que, por el contrario, acusó a la iglesia por repudiar el perverso genocidio del aborto, queda desenmascarado como un muñeco encadenado a su amo, el “dorador de píldoras” que bajo el manto majestuoso del derecho, encubre el exterminio de la familia. Y al hacerlo reconoce y valida la proclama de su antiguo jefe, el ex Secretario General de la ONU, quien nos informó que la Declaración Universal “ha pasado a ser la referencia para medir lo que está bien y lo que está mal”.

Para corromper a un individuo, basta con enseñarle a llamar ‘derechos’ a sus anhelos personales y ‘abusos’ a los derechos de los demás”, sentenciaba G.K. Chesterton.