Insurgencia y autodefensa

Joaquín Fermandois | Sección: Política

En La Araucanía hubo preparación cultural y política en los noventa y, desde el 2000, un incremento planificado de la violencia, de ritmo constante, bajo todos los gobiernos hasta el día de hoy, en un conflicto basado en situaciones desatendidas. Y los profesionales del agrietamiento se esfuerzan en profundizarlas. Al paso que vamos, esto huele a que tendremos que convivir por largo tiempo con algo así como una ETA o IRA.

¿Que existían grietas en la sociedad chilena? Sí (¿hay algún país donde no las haya?), pero otra cosa es ahondarlas como conflictos renunciando a una labor creativa, de intercesión. Una base de la convivencia de grupos diferentes en la cultura —y, por favor, que no se exagere la diferencia entre mapuches y chilenos, no es para tanto— es la interacción, que incluye la necesidad de adquirir los bienes culturales y civilizatorios que se crean a lo largo de la historia. No es ninguna solución, un sueño de académicos y activistas, crear una microsociedad de carácter museal, es decir, que se viva en ella como era hipotéticamente en tiempos remotos. De establecerse, no sería una vida autónoma; supondría la dependencia material del que represente al entorno, ¿Chile? ¿ONGs globales? Durará mientras el tema conserve su aura políticamente fashionable y después será abandonada a su suerte.

Como guerra de insurgencia —estos grupos la declararon—, en el largo plazo buscan segregar a la población criolla, de modo de hacerla sentir como ajena a un lugar que es un punto focal del país. También, atemorizan o entusiasman y capturan a la población mapuche que, como es natural, brega por mejorar su condición, pero no está convencida de la sabiduría del radicalismo, cuando no le teme; y puede ser rehén de la rebelión armada. Donde ha habido contrainsurgencia exitosa, a grandes rasgos dentro de un Estado de Derecho, la gestión política logró separar a estos sectores de la dinámica violentista. Un peligro latente, fenómeno global, es la “invención” del originario como figura totémica, que lleva a quienes no pertenecen culturalmente a una comunidad a asumirla como conversión personal, legión extranjera de frustrados.

Los criollos, una amplia variedad de sectores, inmensamente mayoritarios, están como ausentes y han visto, inermes, cómo se ha creado un conflicto político y armado a la vez, que tiene a una región del país sometida a un grupo pequeño, pero que puede afectar a amplias capas de la población; es, por lo demás, el objetivo de la insurgencia.

La cosa se puso álgida hace poco, cuando la población local ahora organizada retomó varias municipalidades, que habían sido ocupadas y paralizadas en intento de naturalizar la ausencia de autoridad del Estado en la zona. Sus voceros hablaban de autodefensa. Se dice que esta solo es válida para las personas individuales en estado de grave peligro.

Craso error. Las personas no arriban solas a este mundo, cual átomos aislados. Su existencia tiene sentido porque se desenvuelve entre otros humanos. Lo que principalmente los vincula son las instituciones, que les confieren sentido a su vida personal; incluso la familia es una institución, por si alguno lo olvida. Todos sabemos acerca de la importancia de la “Muni” para la población, en especial en ciudades pequeñas y medianas. Recuperarlas de hecho viene a ser una reacción legítima, de salvaguardia de sus instituciones, garantía de la existencia social. Ello, siempre que su finalidad sea el retorno al derecho. Porque uno de sus peligros recurrentes es que estas reacciones explosivas puedan conducir al exceso y al crimen. Mas, que les asiste derecho, les asiste.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el martes 11 de agosto del 2020.