Hablar de esperanzas

José Antonio Amunátegui Ortiz | Sección: Arte y Cultura, Política, Sociedad

Recibimos presiones, presionamos, y nos presionamos, para hablar de esperanzas. Hacemos este titánico esfuerzo en medio de una crisis grave, causada por: la intolerancia de facciones ambiciosas y codiciosas; la programada violencia chantajista de una narco insurrección; la repugnante afición mediática y popular al morbo, y: las carencias éticas de quienes elegimos en cargos de representación. En esta grave crisis, muchas voces de pensadores libres han debido abandonar los medios convencionales y asilarse en las redes sociales, para continuar libremente anunciando una enorme e inminente desgracia, si no se reacciona y se enmienda rumbo.

No poca razón tienen quienes nos exigen sembrar esperanza. Estamos todos asustados ante la crisis; cuando las advertencias se abandonan al miedo, se inmovilizan. La voz del pensador tiene una misión permanente: elevarse por sobre las voces del tiempo con un mensaje diáfano capaz de restaurar en mentes y corazones humanos el fuego sagrado de una verdad bella, tan bella que es capaz de guiarnos, como faro, en medio de noches obscuras y tormentosas. Si hemos prevaricado en esta misión nos corresponde pedir perdón a toda la humanidad, porque, de todos los pecados y delitos cometidos, el nuestro es definitivamente el más grave.

La voz del pensador, es cierto, anunciará esa verdad y belleza encendiendo fuegos de esperanza; pero también denunciará esos pecados y delitos cometidos, enfrentando a reyes y sátrapas, y al mismo pueblo. En ese día, la voz de quien anuncia y denuncia sufrirá la suerte del profeta: hordas a su alrededor buscarán silenciarle. Es normal: si el pensador procura agradar a todos, no es persona honesta, es sólo encantador de serpientes que toca su flauta maldita para someter a las masas. En momentos de crisis, la verdad es necesaria por escasa, y lo escaso no será celebrado sino negado y callado, porque duele demasiado.

¿Cuál es la verdad bella que hemos de anunciar? Está clarísima: las tres palabras de Schiller (drei Worte des Glaubens) son anteriores a él y conocidas: fe, esperanza y amor. ¿Cuál es entonces la importancia de Schiller? Que las dice en tiempos tempestuosos, con una forma de redacción poética y sencilla, muy hábil, logrando burlar mordazas para llegar a grandes masas. Es Beethoven en su novena sinfonía quien recurre a Schiller para este mensaje esperanzador. Todo pensador libre podría callar invitando a escuchar el mensaje de Schiller y Beethoven.

Estas palabras, reunidas en un cuarto movimiento brutal en su sinceridad, acallan las voces del tiempo presente (“O Freunde, ¡¡¡nicht diese töne!!!”; “oh amigos nunca más en este tono”), y recomienzan con una melodía que transporta el caballo de Troya de Schiller (Freunde, Freude, Freiheit) hacia la gran victoria que conquistará la verdadera paz. Amistad, alegría, libertad. Cuando a la voz insegura y solitaria se le suman legiones, se vuelve segura y firme, no logra ser acallada por el miedo en medio de grandes batallas, y se convierte finalmente en himno triunfal.

Después de Beethoven y Schiller todos podríamos callar, porque bastaría recordar esta obra e invitar a escucharla… pero no basta. En todo momento debe alzarse la voz de pensadores y artistas libres, anunciando y denunciando. ¿Por qué, históricamente, esas voces proféticas viven solas y en la miseria? Se van al desierto porque se preparan para el día en que su voz sea repudiada por todos, y su cabeza sea la primera en rodar hacia la bandeja de Herodías. Una y otra vez la humanidad requerirá alguien que eleve su voz de profeta, y esté dispuesto a sufrir la suerte de profeta; desde la perspectiva humana su vida será considerada absurda y fracasada; será la historia quien olvide a los poderosos de su tiempo, y a él le recuerde como padre, héroe y mártir. No hay esperanza sin quienes sacrifican su vida por dar voz a la verdad y la belleza.

Los insignificantes ante los ojos humanos son guías y faros en medio de la noche; son los sagrados “locos de Dios”, únicos con derecho a gritar a poderosos zares sus pecados y miserias; son también artistas “inútiles”, incapaces de cobrar por sus obras, que siguen un camino de hambre porque no pueden dejar de crear. ¿Quién impulsa a estos fuegos sagrados, quién les alimenta? Dentro suyo, alguien sembró una gran verdad, una gran belleza, y una gran misión; ellos sólo transportan lo que les ha sido revelado, a los hogares de una humanidad desesperada. Entonces, ¡cuidado! No acallemos las voces que dicen lo que no queremos oír; son las voces que nos halagan esas flautas malditas que nos despeñarán. No es buen momento para errar.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Diario La Prensa.