El nuevo des-orden mundial, la cara menos oculta de la ONU

Mauricio Riesco | Sección: Política

A modo de metáfora, podría decirse que desde allá en Turtle Bay, 1st. Ave., Manhattan, sede de la Organización de las Naciones Unidas, de una u otra forma se gobierna el mundo. Pero lo que no es metáfora es que de aquel edificio salen muchas directrices con las que unos pocos grandotes arrogantes, intimidan y presionan a países chicos que pierden soberanía al aceptar imposiciones ilegítimas; es el escenario donde se ha sellado parte de la historia política y económica de aquellos. Es también el techo que cobija a los países en situación de calle, y como la pensión les termina siendo impagable, la reembolsan con lo más humillante para una nación: obsecuencia y sumisión. Es el lugar donde se ventilan muchas desavenencias pero también se cocinan algunos amoríos furtivos entre los Estados miembros; peligrosos unos, sumisos otros, interesados muchos, agradecidos varios. Pero también existen las uniones legítimas, “oficiales” diríamos, que han conseguido mantenerse en el tiempo aunque no por amor sino por necesidad. Es el caso del Consejo de Seguridad. Ese, sin embargo, nació como un matrimonio polígamo, es un “poliamor”; son cinco los entrelazados que, en medio de arañazos, besos, envidias, abrazos y mordiscos, se necesitan los unos a los otros de manera que han mantenido una cierta compostura… hasta ahora. (Francia, China, Rusia, Reino Unido y EEUU). 

Pero, vale preguntarse si la ONU, aquel artificio montado hace 75 años, ha sido exitosa como garante de la paz y la seguridad mundial; si lo ha sido como promotora de las relaciones de amistad entre las naciones; si como colaboradora en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural y humanitario; y, además, si lo ha sido como mediadora de los esfuerzos de las naciones por alcanzar objetivos comunes. Es que esos son, ni más ni menos, los cuatro grandes y seductores propósitos que enumera el mismísimo artículo primero de la Carta de las Naciones Unidas, su Constitución. Son la vara, pues, para medir su eficiencia.   

Pero, aún antes de medirla, resulta fácil anticipar que la Organización esa ha sido un fiasco para el mundo entero. Nació con un narcisismo congénito contraído en su fase embrionaria; mirarse el ombligo ha sido su permanente extravío. Creyéndose la redentora de la humanidad, hemos terminado todos cada vez más sometidos -directa o indirectamente- a sus resoluciones. La paradigmática inutilidad de la ONU la ha hecho incapaz de mostrar logros significativos en la paz mundial, en la seguridad, en la solución de conflictos, en nada que no sea el socavamiento de los restos que van quedando de los valores morales en el mundo y en eso, hay que reconocérselo, lo ha hecho extremadamente bien. Conoce los métodos más eficaces para “sugerir” a sus países miembros cómo rejuvenecer sus valores a la luz de los derechos humanos y los tiempos modernos. ¿Sus mayores logros a nivel mundial?, la legalización del aborto, los matrimonios del mismo sexo, el ecologismo radical, las políticas maltusianas para limitar la población, el feminismo profundo, la eutanasia, la ideología de género con su homosexualidad, lesbianismo, cambios de sexo a gusto, y otras rarezas como los bisexuales, transgéneros, más todas las extravagancias imaginables reunidas en los movimientos LGBT+. Van quedando en el tintero aún la legalización de la pedofilia, la poligamia, la prostitución y la violación, aunque los “progresos” deben ir paso a paso a medida que el terreno va recibiendo los necesarios abonos para hacerlo más fértil.   

Que la Organización está infiltrada hasta el meollo y desde hace muchos años, es un hecho cierto. Entre varios otros, así lo ratificó también el sacerdote belga, Michel Schooyans, a quien san Juan Pablo II le pidió que se estableciera un tiempo en la ONU como observador y enviado de S.S. De su aterradora experiencia escribió un libro publicado en inglés el año 2001 en Europa, The Hidden Face of the United Nations (La cara oculta de las Naciones Unidas). El padre Schooyans investigó sobre el Nuevo Orden Mundial que han ido implementando de a poco en las Naciones Unidas y aportó información desconocida hasta entonces. Dio cuenta de un plan basado en una visión que él definió como “satánica”, para promover los “nuevos derechos del hombre”, entre otros, los múltiples y variados desenfrenos y depravaciones señaladas más arriba, envueltos todos en una filosofía del hombre nuevo y de un mundo nuevo. 

Pero en la ONU no hay tanto ingenio como lo tienen quienes la controlan. Es, eso sí, un techo de importante renombre para abrigar a cofradías secretas, mafias y redes de influencia que buscan mediante una extraordinaria planificación a largo plazo, la colonización y el totalitarismo ideológico de las naciones. En eso consiste el Nuevo Orden Mundial. Y las Naciones Unidas es su más preciado e irremplazable brazo articulador. El organismo se muestra como el gran benefactor de la humanidad, particularmente con sus políticas globales que contribuyen, por cierto, a alcanzar la ansiada meta, tales como la sustentabilidad ecológica, el medio ambiente, el feminismo, la no discriminación, la salud pública, los refugiados, los derechos de los pueblos originarios, el desarrollo sustentable, la seguridad alimentaria, etc. todo al amparo de los míticos derechos humanos, que le permiten meter sus narices para, con su acostumbrada prepotencia, influir en las decisiones soberanas de cada país. 

¿Y qué es la llamada “globalización” sino otra poderosa herramienta utilizada por los que están “conduciendo” a la humanidad hasta alcanzar la hegemonía mundial? Se trata de un fenómeno que prácticamente ha terminado con las características sustanciales de cada país, aquellas que le daban su identidad propia, naciones que tenían su historia, su cultura, sus costumbres, sus tradiciones, hoy todas uniformadas a lo largo y ancho del mundo por el rock y el blue jean. La globalización es un poderoso fertilizante para preparar el terreno. Hipnotizados, los países han seguido esa corriente que poco a poco se expande como un cáncer por el mundo; seducidos todos por un desarrollo y progreso que los inflará como globos, pero los globos son lo que son y revientan. Las crisis sociales que muy calcadas unas de otras están supurando en varios países del mundo, son una clara comprobación de un planificado descontrol que avanza sin detenerse.

¿Y qué es el Grupo Bilderberg que, en muy íntima collera ideológica y práctica con la Masonería mundial, conforma una élite política de derecha e izquierda extraordinariamente poderosa y que está moviendo el planeta hacia el nuevo des-orden mundial? Su existencia es muy conocida así como la de muchos de sus connotados miembros, aunque no lo que tratan en sus reuniones. Es un Club compuesto por figuras “selectas” de gran liderazgo, exclusivas por su poder, y de probada influencia global ya sea por el control de la banca, la prensa, la política, de corporaciones internacionales, etc. y con más que suficiente dinero para financiar sus proyectos; se reúnen en diferentes países al menos una vez al año protegidos por decenas de policías armados, para conversar sobre temas de “interés mundial”, como ellos aseguran para mitigar así las conjeturas de los más suspicaces. El año pasado la reunión, de cuatro días y a puertas cerradas, fue en un lujoso resort en Montreux, Suiza. Y aunque todos simulan la docilidad y mansedumbre de un cordero, quizás si lleven la sangre de Judas Iscariote. Un remedo del Bilderberg, más reciente aunque muy efectivo también, es el Grupo de Puebla, si bien sus garras están puestas en Latinoamérica.

Decir que estamos luchando por un gobierno mundial es exagerado, pero no completamente desacertado. Nosotros pensamos que no podemos seguir luchando para siempre unos contra otros (…). Por ello, creemos que una comunidad única a lo largo del mundo sería algo positivo”, decía Denis Healey, miembro fundador del Grupo Bilderberg. Él lo creó en el año 1954, junto con el príncipe Bernardo de Holanda, connotado relacionador público; con Jósef Retinger, eminencia gris en la asesoría de distintos gobiernos de Europa y los Estados Unidos; y con David Rockefeller, gran financista y alma del club, todos masones confesos (dato más que relevante para tener en cuenta en esto del control mundial al que aspiran y que, de alguna forma, ya van alcanzando). Como hecho anecdótico, recordemos que la familia Rockefeller “cedió” parte de los terrenos donde hoy está la sede de las Naciones Unidas y financió la compra de otra parte (US$ 8.4 millones del año 48). Otro dato interesante del mismo personaje: hace ya 26 años, en septiembre de 1994, durante una cena en la ONU con embajadores de todo el mundo, el influyente magnate expresó: «Estamos al borde de una transformación global, todo lo que necesitamos es la correcta gran crisis y las naciones aceptarán el nuevo orden mundial» (crónica diario digital Hispanidad – 21/03/17). 

Pero, es cierto, y hay que decirlo, nada podría hacer la ONU si no fuera porque sus países miembros le han dado la competencia para actuar como lo hace. Y cabe, entonces, la pregunta ¿de quién es la culpa, del chancho o del que le da el afrecho? 

El Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, afirma que la entidad busca “crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional”. Esa es una de las varias justificaciones para que la ONU ejerza el poder (que, en verdad, ostentan sus mandantes) y que intimide a sus miembros más débiles para que se coman el afrecho a cambio de adoptar las políticas que se les imponga. Los platos en que se les sirve tan apreciado alimento son el Banco Mundial, el FMI, la FAO, UNESCO, UNICEF, PNUD, y otras cuántas siglas que muchas de ellas proveen de fondos siempre escasos en los países en desarrollo, para proyectos específicos en la agricultura, las ciencias, para los niños, el comercio, los inmigrantes, el desarrollo industrial, tecnológico, etc. Es el tinglado perfecto para el gobierno mundial que se avecina.