Dos almas

Pablo Errázuriz | Sección: Política

Estas últimas semanas, la discusión interna dentro de la derecha ha estado marcada por la idea de las dos almas que se enfrentan dentro del sector. El problema es que nadie pareciera tener del todo claro cuáles son estas dos almas; qué representan, creen y proyectan para el país.

Una primera respuesta explica la existencia de la dualidad entre la llamada derecha social y la derecha economicista. La primera sería la que ha sido encarnada en las últimas semanas por Mario Desbordes, y años antes por Manuel José Ossandón. Estaría definida por una aproximación a la política desde las necesidades de la gente, concepto tan amplio, variable y subjetivo que llega a ser indefinible. En lo que sí se ha definido es en un apoyo constante a las demandas de la calle desde octubre de 2019, partiendo con su respaldo al cambio constitucional. Pero su mejor definición, en realidad, parecería ser su oposición a lo que llama la derecha economicista. Esta sería —según sus opositores— aquella derecha heredera de las transformaciones económicas del régimen de Augusto Pinochet, caracterizada por su concepción económica de la política, y de esta, por consiguiente, como la mera administración del Estado. Serían los neoliberales o chicago-gremialistas chilenos, seguidores de Milton Friedman y Jaime Guzmán, paladines del modelo de los últimos 30 años.

Es complejo distinguirse por medio de la contradicción. Definir al rival político, y luego posicionarse como opuesto a este no deja de ser una forma de no posicionarse, quedando a la merced de los cambios de nuestro supuesto opuesto. Por esto es que, si se quiere recurrir a esta formulación, es necesario crear un muñeco de paja, un monstruo al que enfrentarse. De esta función es que surge la idea de esta derecha economicista.

Es cierto, existe una derecha economicista para la que los indicadores económicos son la realidad absoluta y el problema político uno de mera administración, pero no es tan amplia ni poderosa como sus opositores la quieren retratar. El gremialismo chileno no se agota en sus sectores liberales-económicos, sino que es más amplio y así mismo tiene una dualidad, dos almas en su interior; y tal vez, incluso más. Esto queda graficado en su historia, surgiendo de la integración de liberales, conservadores, socialcristianos, corporativistas y nacionalistas en un proyecto común antimarxista. Para articular este proyecto, Guzmán construyó —sobre la base de la doctrina social de la Iglesia Católica, y específicamente sobre el principio de subsidiariedad— una doctrina aplicable a las distintas esferas de la vida social, incluyendo la economía. Esta multiplicidad de corrientes internas se refleja hasta el presente dentro del gremialismo, existiendo diversas expresiones políticas y doctrinarias, sobre un rayado de cancha común. Y no hay que olvidar que por largos años el partido más popular y votado en Chile fue la UDI, precisamente por su aproximación en terreno a los problemas políticos.

Otra dualidad dentro de la derecha se da respecto al recién mencionado principio de subsidiariedad. Esta discusión gira en torno a la aplicación de este —en sus facetas activa y pasiva— a la actuación del Estado para satisfacer necesidades que los privados no pueden satisfacer, o su abstención en materias propias de la sociedad civil. 

Aquí las diferencias no son de fondo, sino que de extensión de una eventual intervención estatal. Unos, encarnados hoy en centros de estudios como IdeaPaís y el Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), consideran que el principio de subsidiariedad ha sido comprendido, defendido y aplicado solo en su faceta pasiva, sin desarrollar y aplicar la contracara activa, y extirpando el principio de solidaridad con el que convive el principio de subsidiariedad. En cambio, para otros, representados por la Fundación Jaime Guzmán, el principio ha sido comprendido correctamente en Chile, con una actuación y abstención del Estado según las circunstancias concretas. La divergencia entonces está dada por la intensidad que debería tener la intervención estatal en el contexto chileno actual, según las capacidades de la sociedad civil para resolver conflictos.

Otro problema de almas en la derecha chilena —y de hecho el problema de más larga data— es el de las derechas liberales y conservadoras. Esta discusión viene dándose desde el siglo XIX, enfrentado a los que fueron los dos grandes partidos históricos del sector, el Partido Conservador y el Partido Liberal. Estos se enfrentaron primero respecto al rol del Estado frente a los conceptos de orden y libertad, para luego pasar a discutir respecto del rol de la Iglesia en la sociedad, derivando a otras áreas como la libertad de enseñanza o de culto. Asimismo, ambos partidos trabajaron en conjunto como oposición al presidente Balmaceda, culminando esto en la Guerra Civil de 1891 y la instauración de un régimen parlamentario en Chile. Durante el siglo XX, terminaron por fusionarse en el Partido Nacional (1966), manteniendo visiones propias.

También en el siglo XX nace desde el Partido Conservador, y por fuerte influjo de la Doctrina Social de la Iglesia, una derecha social cristiana, parte de la cual se alejaría del sector, formando primero la Falange Nacional (1936) y luego el Partido Demócrata Cristiano (1957). Por otro lado, una rama no política engendraría una línea de pensadores hispanistas y corporativos, influidos por el colapso del consenso liberal luego de la Primera Guerra Mundial y la crisis económica de 1929. Dentro de estos podemos nombrar a Alberto Edwards —quien estrictamente es anterior y antecedente de los otros—, Jaime Eyzaguirre, Mario Góngora y el propio Jaime Guzmán, quien finalmente construiría su propio proyecto político.

Como se puede apreciar, el fenómeno de las derechas en Chile es mucho más complejo que solo dos almas. Ha sido un sector rico en discusión intelectual, con distintas aproximaciones al fenómeno político, que resiste a un análisis que las encasille en grupos cerrados. Análisis de este tipo responden muchas veces a la opinión política del expositor más que a la realidad histórica, buscando legitimar su actuar político actual en alguna leyenda ficticia de tiempos pasados. Pero la situación contingente no es la misma que la del siglo XX, y, por tanto, las respuestas políticas deben nacer de la realidad actual, no de una versión fetichizada del pasado.