Algo anda mal cuando el silencio es la mejor opción

Joaquín Muñoz L. | Sección: Educación, Política, Sociedad

Cada día resulta más difícil referirse a ciertos acontecimientos que han ayudado a formar nuestra patria.  La ola deconstructiva zurda no da espacio para que esto sea de otro modo.  Sin embargo, un poco de optimismo y esperanza nunca está de más, por ello, un artículo, en este sitio, sobre los héroes de La Concepción supuestamente no era necesario, gracias a los numerosos homenajes que estos jóvenes recibirían por parte de la clase política, partiendo por el gobierno del presidente Piñera ―verdaderamente, supuse esto por exceso de ingenuidad, por no decir otra cosa―.  Nada sucedió.

Sin duda, el término “supremos intereses de la patria” es demasiado trascendente para usarlo.  Al deconstructivismo subversivo zurdo le dan arcadas, queda confundido, pues, hay algo que no entiende.  Su materialismo no cuadra con los bienes superiores, sólo lo hace con las bajezas.  No obstante, hay una segunda opción para actuar correctamente, evitándose así la “crisis existencial originada por relacionarse con lo trascendente”: se trata del “bien común”.  Este término no tiene el significado sublime del término antes mencionado, pero está muy por encima de las bajezas zurdas y, desde una perspectiva práctica, es igual de noble, ya que significa la preocupación por el conjunto de la sociedad.  No obstante, nuestra decadente clase política tampoco se responsabiliza del bien común, pese a que existe y fue elegida para ello ―por supuesto que hay excepciones entre sus integrantes, muy honrosas por lo demás―.

¿Cuál es el motivo de esta penosa situación?  Las causas son muchas y variadas, pero hay dos que destacan y que dan la mayor parte del sustento al proceso revolucionario en curso: el deseo de la izquierda por demoler la actual institucionalidad y la “vuelta de chaqueta de la derecha”.

Que la izquierda esté por destruir no es nada nuevo, pues, su esencia la lleva a eso.  Su discurso de la lucha de clases, que expresamente se basa en el odio, siempre ha causado sufrimiento donde los zurdos han llegado al poder.  Lógicamente, han alcanzado el poder por la fuerza, con las manos manchadas con la sangre de quienes ven como enemigos.  Ningún país ha progresado con los gobiernos zurdos.  Los izquierdistas moderados, que han llegado al poder por la vía democrática, no tienen crímenes a su haber, pero sí pobreza y menoscabo de la persona humana.  Cuando las socialdemocracias europeas empezaron a perder competitividad, optaron por privatizar la economía, o sea, también han sido un fiasco.  Sin embargo, hubo una excepción entre la izquierda radicalizada: la Unidad Popular.  La única izquierda dura que ha llegado al poder electoralmente, pero su gestión fue un desastre y un cántico a las ilegalidades.  Finalmente, este gobierno fue depuesto por las Fuerzas Armadas y de Orden a petición de la Cámara de Diputados, lo que resultó ser el origen del actual movimiento subversivo.  La izquierda quiere destruir el actual modelo porque ha sido exitoso, pese a todas sus sombras, y porque fue creado por quienes la sacaron del poder.  Eso es todo, así de simple.  No aceptará ningún argumento técnico, jurídico o de sentido común que se ponga en su camino. 

Pero, ¿qué sucede con la derecha, la llamada a oponerse a la izquierda?  Esta pregunta exige una respuesta muy extensa, no obstante, se pueden mencionar algunas causas.  No ha tenido visión para leer los procesos políticos, ejemplo, llevar dos veces a la moneda a un zurdo ―sí, un zurdo, Sebastián Piñera ha demostrado y dicho, a más no poder, que no es de derecha, o sea, es zurdo―; tampoco ha tenido lealtad con sus electores, es decir, los traicionó ―el votante de derecha no quería ni quiere reformas sustantivas, pero este gobierno y sus partidos optaron por las reformas de la izquierda―, y, finalmente, lo peor y más vergonzoso es la cobardía de los dirigentes que le están entregando todo a esta nueva revolución, ahora del neomarxismo.  Se trata de tomar medidas tan obvias como efectivas: votar en concordancia con los principios y la voluntad de sus electores, retirarse del Gobierno si el Jefe de Estado no se apega al programa político o no honra su juramento de cumplir y hacer cumplir la ley, sólo por nombrar algunos ejemplos.  Sin embargo, puede más la nefasta combinación de cobardía, miopía y oportunismo.

Éste es el contexto en que se cumplió un aniversario más del gran sacrificio de 77 chilenos, todos jóvenes, todos con una vida por delante, pero prefirieron morir a arriar su bandera.  El mayor de ellos con tan sólo 34 años, se trataba del capitán Ignacio Carrera Pinto.  El resto partía en los 15 años.  No hablamos de “jóvenes modernos”, o sea, de cabros malcriados, que salen a protestar y destruir, mamones y millennials, sin conciencia de deberes hacia la sociedad en que viven, que exigen medidas solidarias, pero no tienen reparos en dejar a personas cesantes con sus desmanes.  Obviamente, cuando ellos tienen algún problema, corren a refugiarse detrás de sus protectores, los políticos de poca monta, antes descritos.  Los héroes de La Concepción fueron hombres hechos y derechos, pese a su juventud, que entendieron a cabalidad el significado de los “supremos intereses de la patria” y del “bien común”.  ¿Habrá 77 personas al nivel de estos soldados entre ministros de Estado, senadores, diputados, fiscales y ministros de las Cortes de Apelaciones y de la Corte Suprema?  Sin duda, que no.  El Primer Mandatario es un caso aparte.

Ya que vivimos en una “encuestacracia”, debemos reflexionar que estos héroes pertenecían al Ejército, institución que recibe un reconocimiento ciudadano varias veces superior al de las demás instituciones del Estado.  La excepción a esta regla son las otras ramas de la defensa y las policías, las que también reciben el reconocimiento ciudadano.  Todo esto pese al descrédito de ciertos altos mandos.  Dicho de otra forma, la ciudadanía reconoce el sacrificio y abnegación de los servidores públicos que cumplen con su deber.

Sobre la ausencia de los debidos homenajes a estos 77 chilenos de excepción, sólo queda decir que, tal vez, éste haya sido un hecho afortunado, aunque no lo parezca.  ¿Hubiese sido digno de ellos que los homenajearan personeros de un nivel tan cuestionable?  Sin duda, que no.  Para decir “héroes de La Concepción” hay que ser patriota, íntegro y, además, con los pantalones bien puestos.