Te lo dije

Daniel Mansuy | Sección: Política

Te lo dije. Esa parece ser la frase predilecta de los críticos al manejo de la pandemia, tras las malas cifras de las últimas semanas. La negativa situación que enfrentamos se debería, ante todo, a las pésimas decisiones de un Gobierno obcecado, cuyo principal error sería no haber escuchado las múltiples voces que habrían anticipado, con precisión quirúrgica, el escenario actual. Además, esas mismas voces habrían indicado un camino único que el Gobierno, por pura mala voluntad, no siguió. Te lo dije.

Desde luego, el propio Ejecutivo ha contribuido a este clima. Durante algunos días primó la complacencia y el exitismo del jaguar noventero. Así, se repitió que éramos los mejor preparados, que recibíamos felicitaciones, y se anunció un pronto regreso a la normalidad. El Gobierno pecó por precipitación, y terminó ocultando incluso aquello que ha hecho bien (por ejemplo, el decisivo aumento de camas críticas, sin las cuales el colapso sería total). Estos no son tiempos para quienes están seguros de sí mismos, ni para los eternos ganadores. Dado que el cuadro siempre fue incierto, más valía reconocer desde el principio que se iban a cometer errores, y que se estaba simplemente haciendo el mejor esfuerzo frente a un virus desconocido.

En ese sentido, el reconocimiento del ministro Mañalich —se nos ha derrumbado el castillo de naipes, aseveró— no es necesariamente una mala señal. En efecto, es imposible abordar el covid-19 sin una buena dosis de humildad. Si el ministro está menos seguro hoy que hace algunas semanas, tanto mejor (salvo, por supuesto, en lo referido al hacinamiento: en ese plano, la ignorancia es culpable). Aunque nos cueste aceptarlo, la ciencia no da respuestas unívocas —y la comunidad científica debería ser mucho más explícita en admitirlo. No existe algo así como “la” voz de la ciencia, y para percatarse, basta echar un vistazo a las múltiples discusiones en el mundo entero sobre la naturaleza del virus, como respecto de las alternativas para controlarlo. Recurrir a la ciencia es, desde luego, imprescindible, pero no puede hacerse sin mediación política.

Esto permite comprender las múltiples dificultades que enfrenta el discurso científico cuando es llevado a otros planos. La discusión política, por ejemplo, suele demandar una convicción firme allí donde el científico debe conservar siempre la duda y la distancia con sus propias tesis. La articulación entre ambas dimensiones no es fácil, pero en estas circunstancias valdría la pena al menos hacer el esfuerzo. Y es precisamente en este punto, me temo, que algunos críticos del Gobierno se extravían. El “te lo dije” tiene un implícito más propio del narrador omnisciente que del científico lleno de preguntas. De hecho, basta recorrer la prensa de marzo para advertir que muchas predicciones alternativas resultaron tanto o más equivocadas que las del Gobierno.

Comprender una acción, o una decisión, implica restituirla en su incertidumbre original, y no desde el conocimiento del resultado final. Por lo mismo, cuando la crítica técnica —legítima e indispensable— adquiere un tinte de reyerta política, pierde buena parte de su fuerza. Es innegable que algunos críticos parecen haber tenido razón, pero resulta cuando menos absurdo que cometan el mismo error que antes cometió el Gobierno: asumir una posición de certeza epistémica que excluye por principio toda duda, y que supone que ellos sí habrían podido controlar todas las consecuencias no intencionadas de las medidas que proponían. En definitiva, están tan seguros como estaba Mañalich hace uno o dos meses. No obstante, nadie tiene una receta segura, y todos los modelos tienen supuestos discutibles. Es cierto que en el mundo hay políticas que han funcionado mejor que otras, pero no deberíamos olvidar—por más que a algunos les pese— que no somos ni seremos neozelandeses.

Pero hay más. En rigor, una auténtica voluntad de colaborar no parte nunca enrostrándole al otro sus equivocaciones, ni negando sus eventuales méritos. Corregir a alguien supone, como bien apuntaba Pascal, hacerse cargo de su razonamiento, de su modo de ver las cosas. No se saca a nadie del error a punta de elevar el tono de voz. Corregir, en otros términos, implica una disposición al diálogo más que a la mera recriminación. Además, solo así puede formularse la crítica adecuada, que tanto necesitamos. El “te lo dije” puede servir en discusiones infantiles —y en Twitter—, pero resulta improcedente en una tragedia como esta. Es evidente que el Gobierno debería ser mucho más proactivo en la liberación de datos y, sobre todo, en la explicitación de su estrategia; pero el clima tóxico solo encerrará a cada cual en su propia posición. Aquí reside el desafío colosal de todas las fuerzas políticas. Si en medio de una pandemia, que exige al máximo al sistema de salud y que cobra su precio en vidas, no son capaces de encontrar un terreno común que permita proyectar al Chile que viene, se estarán condenando a la irrelevancia más absoluta. No sería, por cierto, el primer suicidio político de nuestra historia, pero sí sería probablemente el más absurdo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el domingo 31 de mayo del 2020.