Lloran los muros de Punta Peuco

Mauricio Riesco V. | Sección: Política, Sociedad

Sabemos que el tiempo lima asperezas. Así ha ido ocurriendo desde la última y gravísima crisis que por tres años vivió nuestra democracia al inicio de los setenta; un buen número de sus promotores y ejecutores lograron, juiciosamente, desprenderse de su resentimiento y recomponer su relación con el país y los chilenos. Otros, sin embargo, se han resistido a hacerlo y arrastran por años su inquina. La izquierda marxista y, en particular, el partido comunista como actor avezado en la actividad odioso-política, ha sido el incansable instructor para mantener vivo el rencor y perfeccionar las técnicas para esparcirlo entre las nuevas generaciones. Su ideología destructora de la sociedad le exige verter su lluvia ácida día y noche, sin parar. Quienes por tantos años han cultivado el odio, terminan por necesitarlo como el aire para respirar, como la droga para apuntalar lo que va quedando de sus espíritus ya ajados, de sus almas marchitas. Triste por ellos y triste también por nuestro país, dolido de haber parido hijos que lo desprecian. Pocos, pero ahí están, y se reproducen, y dejan su mortificante estela por donde pasan, y meten bulla queriendo sugerir una falsa mayoría. Amenazan, atemorizan y destruyen amparados en la impunidad. 

De esa lluvia ácida nos pueden hablar los muros de Punta Peuco y Colina Uno, que lloran ante tanta arbitrariedad cometida con sus internos. Lloran al ver que la justicia no alcanza para quienes lucharon por nuestra libertad. Esas fortificadas paredes saben mucho de simulacros de justicia que algunos desarrollan hábilmente cuando reciben la orden de hacerlo. En sus contornos no se conocen las puertas giratorias tan utilizadas en los demás penales del país. En esos dos recintos, una poderosa tranca las mantiene bloqueadas: la odiosidad de unos y el temor de otros. A sus inquilinos se les abre la puerta únicamente para entrar y se les cierra para salir vivos. Sus habitantes saben que allí no se conoce la amnistía, el indulto, la remisión o conmutación de la pena, la libertad condicional, la reclusión domiciliaria u otras medidas cautelares; tampoco la indulgencia ni conmiseración ante situaciones de edad o enfermedad. En esos dos presidios se aplica la instrucción perentoria del partido comunista: “ni perdón ni olvido” para los valientes. No obstante, de los demás establecimientos carcelarios, solo entre marzo y mayo de este año, han salido 13.321 reclusos (24 Horas.cl, 6 mayo 20). Eso es ¡casi un tercio de la población penal! Así lo confirmó al país, la fiscal judicial de la Corte Suprema, Lya Cabello, el viernes 5 de junio pasado. Lo grave es que ninguno de ellos ha salido por cumplimiento de sus penas, vergonzosamente le han abierto las puertas las autoridades habilitadas para hacerlo, recurriendo al burdo pretexto de “la crisis sanitaria del corona virus”, como la señora Cabello aseguró. Como si el mismo riesgo no existiera, por ejemplo, en los supermercados, las ferias, o los medios de transporte público para quienes no son delincuentes.

Excluir a unos de lo que se les da a otros en las mismas circunstancias, tiene un nombre: se llama infamia, el más suave de los calificativos aplicables a los culpables de esa in-justicia, guarecidos cómodamente en las esferas de poder. La sumisión que con amenazas exige la izquierda marxista subyuga a sus contrarios que detenten algún poder, quienes, con un entreguismo incomprensible, prefieren ir perdiéndolo gradualmente a defender sus obligaciones con valentía; van dando un paso para adelante y dos para atrás y junto con ellos se llevan al país y sus valores humanos, partiendo por la honestidad, la responsabilidad, el respeto. En los tres Poderes del Estado hay quienes saben mucho de eso.

El Ejecutivo, encabezado por el Presidente de la República, alarma a Chile entero con el incumplimiento de ciertas obligaciones. Un ejemplo patético es el desinterés por mantener el estado de derecho, gravemente menoscabado por situaciones de alto riesgo para el país: una es el conflicto insurreccional a lo largo y ancho del país, me refiero a la revolución de octubre. Desatado éste por una asociación de terroristas, anarquistas, ultraizquierdistas, y bandas del lumpen y del narcotráfico, son todos movidos desde el exterior por el Grupo de Puebla. Y es igualmente peligrosa la permanente sublevación que se vive en la Araucanía, provocada por agitadores de extrema izquierda que mantienen en pie de guerra a cientos de mapuches, desconocedores de los objetivos de quienes los manejan como marionetas e ilusionan con los espejuelos que provee el mismo Grupo de Puebla.

Lo anterior, sumado al drama de Punta Peuco a cuya solución se resiste, explica ese 6% de apoyo popular (CEP enero 2020), que evidenció el desacople de miles de sus partidarios decepcionados por resistirse a terminar de raíz las crisis subversivas en el país, esas que sus mentores y ejecutores se preparan para reiniciar tan pronto se lo permita el virus, dada la impunidad que los protege. Ya pronto nos tocará, también, sufrir los efectos del Acuerdo por la Paz Social y Nueva Constitución de noviembre del año pasado, cuyos articuladores mantendrán la inquietud del país y las expectativas de los inversionistas por no menos de dos años, según los plazos contemplados para el proceso del cambio constitucional. Si pretende aquietar a tiempo las aguas turbulentas por las que navega desde hace ya muchos meses, y espero que lo pretenda, debe preocuparse de los medios que utiliza para conseguirlo. Pareciera ignorar que quienes con nuestros votos pagamos el pasaje para subirnos a su barco, preferimos la tormenta a la docilidad para dar en el gusto a quienes envían las instrucciones desde Vicuña Mackenna 31, lugar donde se celebran los “108 años de lucha: Por la vida del pueblo, protección, comida y salud”, como dice su propaganda.

Y de los otros dos Poderes del Estado, qué se puede decir. Supongo que basta con hacer referencia a la última encuesta Nacional del Consejo para la Transparencia, que reveló que el Legislativo es la institución más corrupta entre las evaluadas por los chilenos. Y el Poder Judicial, a su vez, es una de las cinco consideradas más corruptas del país. Con mucha razón el ministro de la Corte Suprema, Lamberto Cisternas, sostuvo: «tenemos un gran daño de credibilidad, confianza y prestigio del Poder Judicial» (Emol 10/4/19).

Hace tiempo que vengo pensando que la Corte Celestial no tendrá poco trabajo con algunos chilenos porque, lo que es aquí abajo, es poca o nada la pega que se dan los pagados para hacerla responsablemente. Allá arriba, en cambio, y sin pago, nadie se les escapa.