El encierro y sus efectos

Alfredo Jocelyn-Holt | Sección: Política, Sociedad

Según Schopenhauer, es más fácil soportar a los demás que a uno mismo, por eso tendemos a vivir en sociedad. Por lo visto, sin embargo, nos encontramos en una situación particular: entre gente rabiosa que no se tolera a sí misma, ni al resto que no piensa como ella. De ahí que, increíblemente, The New York Times -periódico progresista, hasta ahora serio- pida disculpas por haber publicado a un senador republicano favorable al uso de la fuerza militar en el control de protestas (¿de no censurar en el futuro perderá más suscriptores?). Y, entre nosotros, Cristián Warnken haya sido atacado gratuitamente por entrevistar a Mañalich. Tal, al parecer, es el nivel de incomunicación al que nos dignamos rebajar por estos días.

¿A qué atribuirlo, entonces? Pues, sí, al encierro, aunque no solo el de nuestros días. Al encierro mental de hace rato que viene pretendiendo que “todas las noticias aptas para ser publicadas” han de ser las que reflejan el sesgo imperante, mejor expresadas (al instante y “empáticas”) en redes sociales y a nivel de calle. La misma degeneración que ha estado predominando en universidades, altamente selectivas, algunas.

Con todo, ¿por qué ahora se intensifica este extraordinario efecto? Porque los dispositivos activados que propagan (las pantallas y plataformas con que se sirven), aun cuando sigan siendo los mismos, se les opera desde una caja de resonancia adicional que magnifica el ensimismamiento. El del operador aislado que no solo maneja el universo limitado de sus fuentes y contactos online (limitado porque acrítico: no admite refutación), sino que lo hace en encierro físico, en medio de una paralización inédita, transmitiendo a otros, bajo condiciones de extrema frustración claustrofóbica. Un doble encierro mayúsculo en potencia, el que se ha instalado, y tanto más la rabia acumulada gestada bajo confinamiento. Se llega a terminar la pandemia y veremos su verdadera magnitud manipulable cuando se relajen los medios de control social y se vuelva a estallar.

En el entretanto, aumentará la victimización. Seguirá cundiendo la sensación que hemos estado empantanados en el tiempo (desde antes y, ahora último, a un grado mayor). Y, desde luego, la demanda de que se “libere” y vamos exigiendo rehacer el orden a la pinta de reivindicaciones recargadas. Un escenario que puede que sobrepase todos los medios disponibles con que apuestan los gobiernos actuales. De hecho, cuarentenas, empadronamientos, estados de excepción y sugerencias de mínimo sentido común, atendida la emergencia sanitaria, no están siendo respetados. Es más, a mayor control, mayor también la excusa de su rechazo.

Habrá que volver a leer, quizás, a Schopenhauer, que aunque pesimista, escribió: “El destino es el que baraja las cartas, y nosotros las jugamos” (Parerga und Paralipomena).

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera, el viernes 12 de junio del 2020.