San John Southworth y San Henry Morse en la Peste de Londres

Jorge Soley | Sección: Religión

En estos días de pandemia y confinamiento han aparecido numerosos artículos recordando la actuación de los cristianos en situaciones análogas en el pasado. Resulta difícil, por ejemplo, no haberse topado con algún escrito sobre San Carlos Borromeo y la peste en Milán. El Catholic Herald llamaba la atención recientemente sobre dos santos, San John Southworth y San Henry Morse, que tuvieron un comportamiento heroico durante la peste de Londres a partir de 1636.

Se trata de dos santos doblemente heroicos porque, al peligro que corrieron atendiendo a los enfermos, se une el peligro que corrían por ser sacerdotes católicos. Ambos habían sido, años antes, arrestados y condenados al exilio por su condición sacerdotal, por lo que al regresar a Inglaterra sabían que, en caso de ser capturados les esperaba una muerte segura y atroz. Pero cuando sus superiores les enviaron de regreso a Londres, ambos no lo dudaron y, además, fueron a dos de los lugares más peligrosos para un sacerdote católico: Westminster y Southwark.

Los dos atendieron a los católicos que aún vivían en Londres (se estima que alrededor de 10.000) y en especial a aquellos que vivían en lo que llamaban «edificios fétidos», inmuebles sellados donde se agolpaban los infectados. Entraban en ellos, proporcionaban curas a los enfermos, consolaban a sus familias, a menudo encerradas con ellos, oían confesiones y daban de comulgar. Y también recaudaban dinero, pues para recibir las ayudas del gobierno se exigía mostrar un certificado que probaba que se había comulgado en la Iglesia de Inglaterra, algo que los católicos no podían hacer, de modo que quedaban excluidos de cualquier ayuda. Morse y Southworth se dedicaron pues a recaudar dinero entre los católicos para destinarlo a aquellos miembros de la Iglesia más pobres y necesitados.

Hay dos aspectos, no obstante, que me han llamado la atención en la vida de estos dos santos y que las hace diferentes de muchas de las vidas de santos que han vivido situaciones de pandemia.

En primer lugar, la actitud de muchos protestantes ante el comportamiento estos dos santos. Como es de esperar, casi nadie entraba en las casas apestadas por voluntad propia y menos de forma regular. Parece ser que muy pronto los policías que guardaban estas casas se percataron de que eran sacerdotes católicos. ¿Quién si no podría comportarse así? Pero impresionados por su entrega y valentía, y sabedores de que, además, tanto Morse como Southworth atendían también a los moribundos protestantes con los que se topaban, solían hacer la vista gorda. No obstante, ambos fueron encarcelados cuando un alguacil más estricto se cruzó en su camino. En aquellos tiempos, sin embargo, era común que hasta no celebrarse el juicio los detenidos pudieran andar libremente durante el día para regresar a dormir a la cárcel, potestad que tanto Morse como Southworth usaron para seguir atendiendo a los enfermos durante las horas del día. Finalmente, fueron puestos en libertad y siguieron con su labor.

Cuando, años después, fueron finalmente detenidos y condenados a muerte por ser sacerdotes católicos, muchos protestantes se acordaban de lo que habían hecho durante la Gran peste. Morse, ejecutado en 1645, sufrió un «accidente» que le causó una muerte inmediata, ahorrándole los sufrimientos previstos por la ley, que después se supo que había sido provocado por funcionarios que decidieron evitarle la terrible muerte que le esperaba. En cuanto a Southworth, ejecutado en 1654, fue ahorcado y luego descuartizado, un tratamiento mucho mejor que el habitual, en que el condenado a muerte solo era medio ahorcado para, aún vivo, ser eviscerado y cortado en cuatro partes que eran expuestas en lugares prominentes de la ciudad. De hecho, a Southworth le ofrecieron varias veces mentir negando ser el mismo que había sido condenado al exilio en 1628, una forma de salvar la vida que los jueces estaban dispuestos a admitir, haciéndose los suecos. Southworth se negó y el entonces Lord Protectos, Oliver Cromwell, impresionado, dio órdenes de que las partes de su cuerpo se recogieran, se volvieran a unir y el cadáver fuera embalsamado para, a continuación, a través del embajador español, enviarlo al seminario de Douai, donde Southworth había sido ordenado. Allí permaneció hasta que en los años 20 del siglo pasado fueron enviados de regreso a Inglaterra, donde ahora yacen en la catedral católica de Westminster.

El otro aspecto que me ha llamado la atención es menos ejemplar. Morse era jesuita, Southworth clero secular, y ambos fueron enviados a realizar la misma labor en el contexto de un enfrentamiento intraeclesial que entonces ya duraba 40 años. La relación entre ambos santos no era muy buena y se estropeó aún más cuando Southworth denunció a Morse acusándole de que cuando daba la unción de enfermos no ungía a los enfermos para evitar el contagio. Cuando otro sacerdote secular, el Padre Peter Fitton, llegó desde Roma para reforzar al clero que operaba en Londres, éste denunció al jesuita Morse por no haber recibido su facultad para decir misa y confesar del obispo, sino directamente de Roma. Fitton persuadió a Southworth para que diera circulación a este asunto, sugiriendo que las confesiones de Morse eran inválidas. Un poco feo, ¿verdad? Y estamos hablando de dos santos canonizados por la Iglesia. Ojalá esto nos sirva para no escandalizarnos cuando somos testigos, hoy en día, de otras miserias que, desengañémonos, siempre irán junto con nuestra fragilidad humana.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Infocatólica, el lunes 20 de abril de 2020.