Reductio ad Facismo

Alejandro Tapia Laforet | Sección: Historia, Política

Hace algunas semanas, el columnista Cristián Valenzuela escribía en el diario La Tercera una columna titulada Fascismo con Mascarilla en la cual criticaba, sin dejar de tener razón, la actitud prepotente y parapolicial de un individuo que, premunido de un celular, se dedicaba a insultar y grabar a otra persona, ya que ésta carecía de protección facial al interior de un supermercado, violando así la ordenanza municipal vigente. Este tipo de conductas irracionales se ha multiplicado alrededor del mundo a propósito de la pandemia de coronavirus que nos afecta y viene a sumarse a las que ya padecíamos producto del intento insurreccional del 18 de octubre pasado. Por desgracia, en nuestro país se ha instalado tal clima de desconfianza que ya resulta muy común el que proliferen las funas, las persecuciones y las denuncias a mansalva. Si bien la columna de Valenzuela acierta al acusar tales conductas, se equivoca groseramente al utilizar un término que ya se ha convertido en coloquial por parte de políticos (de todos los sectores), columnistas y periodistas. ¡Así es! Hoy para muchos todo resulta ser fascismo o fascista, incluso para gente que uno tiene por ilustrada.

Resulta impresionante como a ochenta años de su derrota militar, el fascismo sigue despertando las más variadas reacciones entre algunos, desde la más molesta ansiedad a los vivos terrores. Incluso, hay quienes desean su pronta resurrección para así satisfacer sus más retorcidas fantasías. Si no fuera así no podría entenderse la constante invocación que se hace de él por parte de tirios y troyanos. Pero lo cierto es que la ideología en cuestión no tiene mucho que ver con su recurrente apelación.

El término fascismo es el más vago de los términos políticos contemporáneos, nos señala el historiador Stanley Payne. Esto tal vez se deba a que la palabra en sí no contiene ninguna referencia política implícita como sí ocurre por ejemplo en el caso del comunismo. De todos modos, una correcta explicación de la expresión fascismo requiere tener en cuenta varias definiciones politológicas, así como el contexto histórico de su desarrollo, cuestiones muy interesantes, pero que escapan de los límites de una modesta columna. Lo que nos interesa entender son las razones de su uso casi abusivo en los medios de comunicación y en la contingencia política. Es claro que el vocablo en cuestión se utiliza como sinónimo de palabras o situaciones que nos evocan la maldad y la violencia. Esto último lo pudimos constatar de forma patente durante los días posteriores al 18 de octubre pasado. Vimos y escuchamos cómo los elementos subversivos y revolucionarios no se cansaron de repetir, acusar y denunciar al gobierno y a la fuerza policial de ser fascistas. Por otro lado ¡oh sorpresa! Vimos cómo políticos, columnistas y académicos de derechas apuntaban con el dedo a militantes de izquierda, ya fueran comunistas o frente-amplistas de promover la violencia fascista o ser fascistas de izquierda. Sin duda estamos frente a una curiosa convergencia. Es necesario entender las razones de esta coincidencia.

Volvamos un poco atrás en la historia. Entre 1944 y 1945 con la Conferencia de Yalta y la fundación de la ONU, el fascismo pasó a ser oficialmente sinónimo de la maldad máxima, digno de anatema por parte de los pueblos y hombres civilizados. Es el recuerdo de una época oscura que se debió superar por medio de una guerra defensiva en la que liberales y comunistas serán los triunfadores. Fue así que estos vencedores, luego, en distintos bandos de la Guerra Fría, hicieron uso y abuso del término para agredirse mutuamente, aunque hay que subrayar la habilidad de la propaganda comunista para señalar a sus enemigos tanto internos como externos de fascistas o agentes del fascismo. Es así que no nos resulta novedoso ni extraño que los herederos ideológicos de la Unión Soviética o las fuerzas progresistas utilicen con pasión el término, pero, ¿y en la derecha? Creo que el asunto es un poco más complejo y vergonzoso. Ciertamente guarda relación con nuestra historia más reciente y no con los sucesos acaecidos en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.

El uso de este término como elemento para acusar a otros por parte de representantes políticos y académicos que se autodenominan de derecha, guarda relación con un síndrome de negación que se puede observar comúnmente en los representantes de este sector. En algún momento, apoyaron sin dudar al régimen militar del General Pinochet y aún hoy siguen apoyando en buena parte los cambios estructurales que se instalaron en el país, sin embargo su falta de coherencia política frente a la arremetida de la izquierda los obliga a ponerse en un plano de “yo no soy fascista, los fascistas son los otros” buscando desligarse de su beneplácito explícito o implícito respecto a la dictadura que frenó en su momento el proceso revolucionario marxista. Es así de simple, no amerita un análisis de mayor profundidad. El uso de la palabreja en cuestión es solo el resultado de elementos políticos acomplejados de su propia historia y sin mayor espesor doctrinal. Se usa el término sólo porque en el inconsciente de una gran mayoría “suena mal” o terrible, ya que el trabajo de propaganda psicológica de la izquierda ha sido efectivo. Es por eso que cuando escuchamos el término fascista de izquierda o alguno similar para hacer referencia a la izquierda en boca de connotados políticos, dirigentes o académicos de derecha sólo podemos reír o sonrojarnos.