No creo en brujos, Garay

Hernán Corral T. | Sección: Política, Sociedad

Recordamos el refrán con ocasión de la polémica por la libertad de Rafael Garay, uno de nuestros “villanos” célebres, al estilo de bandidos a la vez repudiados y envidiados: Bonnie y Clyde, la pareja de pistoleros; Carlo Ponzi, creador de la estafa piramidal que lleva su nombre; Frank Abagnale, cuyas fugas fueron retratadas en el filme “Atrápame si puedes”, o Enric Marco Batlle, un español que fingió ser sobreviviente de un campo de concentración y que inspiró la novela “El impostor”, de Javier Cercas. Más recientemente, Bernard Madoff, autor de la mayor estafa financiera de Wall Street, hoy en prisión, inspiró la película protagonizada por Robert De Niro, “Wizard of lies”, título que bien podría traducirse como “Brujo de las mentiras”.

Nuestro “brujo” local también tiene lo suyo. Aunque era solo ingeniero comercial, tenía tal desplante y habilidades de manipulación que sedujo a muchos para que invirtieran en su empresa, Think & Co., que operaba como pirámide a lo Ponzi. Participó en programas de televisión y radio como asesor en finanzas y economista experto, e incluso incursionó en política.

Cuando sus clientes comenzaron a pedir sus fondos con las ganancias prometidas, anunció que tenía un tumor cerebral y que debía salir del país para tratarse en París. Dio entrevistas para informar su situación y algunos de los estafados, que lo consideraban amigo, se compadecieron y lo ayudaron económicamente.

Todo era —como diría Buddy Richard— una cruel mentira. Garay nunca llegó a París. Se encontró con una mujer y viajó con ella por Europa, hasta que se afincó en la ciudad rumana de Brasov. La justicia chilena pidió su extradición y fue forzado a volver a Chile. En octubre de 2018, fue condenado a siete años de presidio por 29 estafas.

Se explica así que la opinión pública se indigne cuando, a poco más de un año de la sentencia, se le ve salir de la cárcel. Marcelo Ríos, con su particular franqueza, reflejó este sentimiento: “Yo no sé cómo funciona la ley, pero hay gente que no puede andar suelta, es una falta de respeto a la gente que estafó”.

La ley funciona de esta manera: un condenado puede postular al beneficio de la libertad condicional una vez cumplida la mitad de la pena, si el delito no es de los más graves, ha tenido buen comportamiento y está en condiciones de reinsertarse. A Garay se le computó el tiempo que estuvo en prisión preventiva, por lo que el 20 de mayo cumplía tres años y medio privado de libertad. Postuló ante la Comisión de Libertad Condicional de Santiago, pero esta resolvió, por unanimidad, rechazar el beneficio.

Garay recurrió de amparo ante la Corte de Santiago, la que confirmó la negativa. Apeló ante la Corte Suprema y esta, en votación dividida, le concedió el beneficio: se estimó que el informe psicosocial, que había servido de base a las negativas anteriores, no tenía antecedentes categóricos sobre riesgo de reincidencia e imposibilidad de reinserción.

Más allá de que el fallo de la Corte sea discutible, porque pasa a llevar al órgano creado para juzgar estos beneficios, y que el voto disidente del ministro Künsemüller, destacado penalista, parecía más sensato, Garay ganó con las reglas del juego legal. Y no debe menospreciarse que la Corte haya concedido el beneficio sin dejarse influenciar por el repudio mediático que causaría.

En todo caso, hay que aclarar que Garay no ha quedado libre de polvo y paja. Sigue cumpliendo su pena, aunque en modalidad no carcelaria, con restricciones y sujeto a un plan de reinserción supervisado por un delegado de Gendarmería. Si lo incumple se le revocará el beneficio.

No se ve cuál es la ofensa a los perjudicados. Si el condenado seguía en prisión difícilmente obtendría ingresos para pagar las indemnizaciones que les debe. Por otro lado, muchas víctimas contribuyeron a su propio daño, ya que Garay les ofrecía rentabilidades muy superiores a las de mercado, lo que debió hacerles sospechar que había algo turbio, pero la codicia les cegó. En cierta medida, puede decirse que apostaron y perdieron.

No creo en brujos, Garay, pero de haberlos, los hay. Cuidado con ellos.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, el miércoles 27 de mayo del 2020.