Los políticos “guiados por la ciencia”

Ignacio Aréchaga | Sección: Política, Sociedad

Nunca como en la crisis del Covid-19 hemos visto a los científicos tan pegados al poder político. Los expertos aparecen como oráculos objetivos y seguros. Los gobernantes no se cansan de decir que sus decisiones están “guiadas por la ciencia”. Hasta el punto de que cabe preguntarse quién lleva el volante.

Las encuestas suelen otorgar a los científicos un alto nivel de confianza por parte del público. Probablemente, esta confianza es inversamente proporcional al conocimiento de lo que hacen. Es más reverencia que información. Los políticos, en cambio, aparecen en los puestos de cola. Así que no es extraño que ante una pandemia que exige medidas dolorosas y generalizadas, los políticos quieran arroparse en el manto de confianza de los científicos.

Consultar a los científicos es una actitud prudente, sobre todo cuando se trata de una emergencia nueva ante la que hay que tomar medidas arriesgadas con rapidez y contundencia. Así que todos los gobiernos han constituido algún comité científico para que les asesore en el modo de combatir la pandemia. Lo novedoso es que muchos políticos han buscado que los expertos consejeros les acompañen en las comparecencias públicas, y que incluso lleven la voz cantante para explicar al público qué hay que hacer y por qué.

Ceder el protagonismo a otros no es la inclinación natural del político. Si en esta ocasión lo han hecho, es porque el científico es aquí un escudo frente a posibles errores. En otras políticas, el resultado se ve al cabo del tiempo y hasta es discutible si ha sido bueno o malo, según sea la lente ideológica. En una pandemia, se mide en muertos diarios, y, con razón o sin ella, se achacarán al gobierno. Para ponerse al resguardo de la crítica, el político siempre podrá decir que actuó de acuerdo con lo que “la ciencia sabía en ese momento” sobre el coronavirus, y que siempre quiso guiarse por la evidencia científica. ¿Quién podrá reprochárselo?

El testimonio del experto es también una prueba de que las decisiones no están motivadas por un sesgo ideológico sino por la neutralidad científica. De este modo se refuerza la capacidad del gobierno para aglutinar un consenso popular por encima de las diferencias políticas, o al menos para intentarlo.

Los científicos, que en tiempos normales van detrás de los políticos reclamando financiación, se han visto de repente aupados a la cima de trabajadores esenciales y de gurús de las políticas públicas. Han pasado del silencio de los laboratorios al estrellato de los platós. Y todos estamos siendo de algún modo sus cobayas de este experimento de cuarentena, siempre por nuestro bien. También nos han impartido un cursillo acelerado en virus y pandemias, ante el que nuestra ignorancia científica no nos permite disentir.

Sin embargo, los políticos ya han descubierto que no siempre hay consenso entre los científicos y que muchas decisiones hay que tomarlas en un contexto de incertidumbre. Tampoco la epidemiología es una ciencia exacta, y más con un virus desconocido y mutante. ¿Había que imponer el confinamiento a ultranza para evitar contagios o dejar que se infectara la mayoría de la población en espera de una inmunidad de grupo? ¿Había que erradicar el virus o dejar que se hiciera endémico? Pues entre los asesores científicos ha habido opiniones discrepantes, y aunque la mayoría se haya inclinado por la cuarentena obligada, las modalidades han sido muy distintas. ¿Los niños son una bomba inocente de contagios o el virus les respeta? De todo se ha oído a opinantes de bata blanca.

Los modelos sobre la posible evolución de la pandemia han sido mucho más inseguros de lo que da a entender su aparato matemático. Probablemente impresionan menos a los que conocen sus métodos. Como explica el profesor Rowlan Kao, epidemiólogo de la Universidad de Edimburgo y asesor del gobierno escocés, “un modelo es tan bueno como los datos que se introducen en él y los supuestos de los que se parte, y estas cosas son siempre discutibles y criticables”. Para Robert Dingwall, miembro del comité asesor británico, los modelos “producen una espectro de posibles escenarios” y “no son más que una mejora respecto a la bola de cristal”.

En último término, el político no puede esconderse tras el experto. El consejo de los científicos no puede sustituir al juicio político y al liderazgo. A los expertos corresponde valorar los datos y mostrar los posibles riesgos; a los políticos, asumir las responsabilidades políticas en función del conjunto de parámetros sanitarios, económicos y sociales.

Es el político el que debe valorar si hay que dar prioridad absoluta a las exigencias sanitarias para “doblegar la curva” y evitar el colapso del sistema sanitario, o si hay que tener también en cuenta las demandas de la economía para no caer en la depresión. “Después de todo, el sistema sanitario no está separado de la economía. Es una parte crucial de él”, comenta Norman Lewis en Spiked. “Sí, el sistema sanitario salva vidas, pero la economía proporciona la base material de todo lo que necesitamos para vivir. El daño hecho a la economía puede costar más vidas en el mundo que el Covid-19”. La política obliga siempre al gobernante a buscar un equilibrio entre costes y beneficios.

Inevitablemente, en la pandemia hemos escuchado ante todo los consejos de los expertos en salud pública. Y, como cabe esperar, se han inclinado por el principio de precaución, por alargar la cuarentena y extremar las restricciones con el objetivo de evitar riesgos para la salud. Con esa política, siempre podrán esgrimir “ya lo dije yo”. Pero el político tiene que tener también en cuenta otros factores. Seguir con las escuelas cerradas puede ser una medida de precaución, pero hay que valorar también el coste para el aprendizaje. Mantener la economía en hibernación puede contribuir a evitar contagios, pero el coste para el empleo, especialmente de los menos favorecidos, puede ser una carga insoportable. Son decisiones políticas, que no pueden justificarse sencillamente apelando a la objetividad científica.

La realidad es que los expertos no pueden proporcionar certezas en una crisis caracterizada por la incertidumbre. Y hay quien teme que la primacía dada a la ciencia en apoyo de las decisiones políticas puede crear expectativas de éxito poco realistas, lo que podría volverse contra los expertos y erosionar su capital de confianza. Algunos ya lo ven venir. Devi Sridhar, catedrático de Salud Pública en la Universidad de Edimburgo, declara a The Guardian: “Como científico, espero no volver a oír en boca de un político la frase: ‘basado en la mejor ciencia y evidencia científica’. Esta frase se ha convertido en algo básicamente sin sentido y se usa para explicar cualquier cosa”.

A fin de cuentas, si una crisis puede resolverse solo con criterios científicos, ¿para qué necesitaríamos a los políticos? También en estos días hemos oído la frase de que los políticos deberían dejar de debatir entre ellos y permitir a los científicos “hacer su trabajo”. En fin, un gobierno de técnicos para salir de la crisis. Pero los científicos precavidos deberían tener en cuenta que para los gobiernos son más bien una póliza de seguro político en tiempos de pandemia.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog El sonar, el miércoles 29 de abril de 2020.