Nosotros, los inmortales

Hendrik Van Nievelt | Sección: Sociedad

Los Athanatoi -o inmortales- eran el cuerpo de élite del ejército persa y se caracterizaban, además de su eficacia militar, por mantener un número fijo de 10.000 combatientes. Cuando un soldado caía enfermo o era herido en batalla era inmediatamente reemplazado por otro, de manera que daba la impresión de que nunca morían.

Los hombres contemporáneos nos comportamos como si fuéramos miembros de este regimiento asiático. De espaldas a la muerte trabajamos, planeamos nuestra vida, tomamos hipotecas ¡hasta a 40 años plazo!, vivimos como si nuestro tiempo fuera infinito. Hasta que un evento inesperado nos remece y, como el auriga del César en su triunfo, nos recuerda al oído que somos mortales. Guerras, desastres naturales y pestes remecen nuestras existencias y nos obligan a cuestionar nuestras creencias, valores y certezas.

Ahora estamos en medio de uno de estos eventos, pero con características únicas: es la primera pandemia mundial transmitida en directo, la humanidad sufre en conjunto y en tiempo real. La globalización y el comercio han propagado por todo el planeta una epidemia que no tiene cura, nos quedamos sin respuestas y buscamos en nuestra memoria histórica cómo reaccionaron en episodios similares nuestros antepasados. Sabemos que nada volverá a ser como entes, pero ¿cuál será la nueva normalidad y qué cambios tendrá la sociedad después de esta catástrofe?

Para generar algunas hipótesis, revisemos cómo el hombre reaccionó al mayor evento de mortalidad y sufrimiento que ha tenido la humanidad: la Peste Negra de 1347-1350. Como resultado de esa epidemia falleció casi la mitad de la población europea y se produjeron cambios económicos y políticos que alteraron el curso de la sociedad medieval. El hombre de esa época sintió que era el fin de los tiempos y reaccionó de diferentes maneras.

Unos buscaron esperanza y consuelo en la fe. Se registró un aumento significativo de fieles en las misas, procesiones y peregrinaciones. Se estima que un millón de fieles viajaron a Roma en el año santo de 1350. Santiago de Compostela, Aviñón y Canterbury se repletaron también de peregrinos que imploraban la misericordia divina.

Otros se rebelaron contra la jerarquía eclesiástica y buscaron consuelo en otras prácticas espirituales: flagelantes que promovían el arrepentimiento en el dolor y confesiones públicas; grupos que proclamaban una relación directa con Dios, sin Iglesia que mediara, y algunos, ya alejados del cristianismo, depositaron su confianza en la astrología, el ocultismo e incluso el satanismo.

Grupos importantes no buscaron respuestas espirituales, apartándose de un pilar esencial de la mentalidad medieval. Tomaron conciencia de que eran mortales y quisieron disfrutar de la vida ahora. Se cayó en el hedonismo y el disfrute de los sentidos; nunca antes se había comido y bebido tanto, la moral se relajó y la moda se volvió extravagante y ostentosa. Las ciudades emitieron reiteradamente ordenanzas para regular el juego, la prostitución y la convivencia de parejas no casadas.

Otros reaccionaron a la inversa, experimentaron la apatía y depresión. Heridos por la muerte de parientes y amigos, abandonaron sus campos y ciudades o se aislaron al interior de sus casas, perdieron el apetito por la vida. Se estima que un cuarto de la población permaneció soltera tras la peste. La muerte se transformó en protagonista de la cultura popular en canciones, pinturas y grabados.

La peor de las respuestas posibles fue la violencia. Las relaciones familiares y sociales se agriaron por la falta de solidaridad durante la crisis, las disputas por herencias y la huida o muerte de autoridades civiles y eclesiásticas. Bandas de bandidos asolaron los campos, se culpabilizó y persiguió a los judíos, se produjeron rebeliones de campesinos y se produjo una fiera disputa entre campesinos que querían mejores salarios y tierras de labranza y una nobleza feudal que quería mantener el statu quo a la fuerza.

Con todo, la mayoría enjugó sus lágrimas, enterró a los muertos y siguió en sus oficios y proyectos intentando recomponer su vida en una sociedad que había cambiado para siempre. La vida les había recordado dolorosamente que no eran inmortales.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, el martes 21 de abril de 2020.