La hipocresía comunista

Magdalena Moncada | Sección: Política

Debido a la paralización del trabajo, producido no sólo en Chile, sino en gran parte del mundo, vuelve a aparecer el oportunismo comunista, quienes insertan nuevamente dentro del debate, la permanente idea de explotación que hace el burgués-empresario contra el proletario-trabajador; y apuntan con el dedo, como culpables de promover esta opresión, al gobierno actual, dirigido por el más horroroso monstruo pérfido capitalista que el comunismo podría imaginar: Sebastián Piñera. Quien, como hombre, blanco, empresario y heterosexual, muy probablemente carnívoro y además (¡horror!) se le ha visto en misa, encarna en sí todos los despreciables privilegios de opresión posibles, que el marxismo materialista y cultural han tratado de combatir. 

Pero la aparente preocupación que esta ideología manifiesta por la clase trabajadora, vuelve a mostrar su verdadera cara: la intención de utilizar a las masas con el fin de terminar con un sistema económico de mercado, con el cual siempre ha disputado. 

Si el partido estuviese realmente preocupado por el individuo, hubiese aprobado la ley de teletrabajo, permitiendo que las personas siguiesen cumpliendo, dentro de lo posible, con su jornada, y por lo tanto, recibiendo la remuneración que les permitirá sostenerse en tiempos de dificultad. Si los comunistas estuviesen interesados en la persona, habrían desaprobado la violencia experimentada desde octubre, la cual dejó debilitadas a las pymes, que ahora no pueden resistir la insurrección junto con la pandemia, y deben cerrar. Si ellos buscasen el bien común, entenderían la necesidad de mantener el sistema parcialmente funcional, porque si las empresas quiebran y el Estado paraliza su acción, el país queda a merced de una pobreza generalizada y a aún mayores desigualdades, la misma desigualdad y pobreza que ellos dicen querer superar.

Lamentablemente, el actuar de este partido y sus militantes, a lo largo de los últimos meses, nos demuestran una vez más que el sentido común, e incluso la compasión humana, ceden frente a la ideología ya arraigada; y su ceguera, en pos de alcanzar una utopía ya tantas veces fracasada, será capaz de sacrificar el bienestar de los trabajadores. Todo con tal de continuar con el discurso sobrecargado de solidaridad, pero con un actuar absolutamente carente del mismo.