Votar rechazo: una decisión muy fácil

Joaquín Muñoz L. | Sección: Política

Los tres últimos sábados fueron especiales para mí.  Pese a mi gran preocupación por la cosa pública, esos días fui a sendas marchas por segunda, tercera y cuarta vez en toda mi vida.  La verdad es que nunca me han gustado estas expresiones de masas vociferantes, pues, creo que no ayudan a la reflexión política y su único fin es que los participantes griten más fuerte que sus adversarios.  Entonces, ¿por qué ir a tres marchas ahora?, ¿por qué esperar tantos años para ir recién a una primera marcha en octubre de 2018 y a una segunda, tercera y cuarta en febrero de 2020?  La razón es muy simple: el momento político no da para sutilezas intelectuales o morales, sino para la acción.  No se puede negar que el intelecto y la moral sean fundamentales en la política de excelencia, pero hay ocasiones en que son insuficientes para lograr un objetivo determinado, ocasiones en que se debe “tirar toda la carne a la parrilla”.  Se trata de momentos “bisagras”, momentos en que se juega el todo por el todo, en los que las opciones son entre el blanco y el negro, opciones diametralmente opuestas, sin matices ni puntos intermedios.

En octubre de 2018, asistí por primera vez a una marcha.  Se trataba de una marcha del mundo evangélico contra la ideología de género.  En esa ocasión, por la “negligencia del gobierno”, hubo muchos violentistas que trataron, sin éxito, de impedir que se realizara este evento.  La violencia fue tal que llegaron a usar bombas Molotov contra los manifestantes, pese a que era una marcha completamente pacífica, con una orientación religiosa y gran participación familiar.  Las piedras y Molotov volaron sin importar la presencia de niños y ancianos, de hecho, varios de ellos resultaron heridos.

Las otras marchas, las de febrero pasado, fueron en apoyo a la opción “rechazo” en el plebiscito constitucional.  Estas marchas, aunque en menor medida que la antes mencionada, sufrieron de la violencia e intolerancia zurda.

El proceso político en desarrollo nos ha llevado a un momento bisagra.  En unas semanas, deberíamos ir a las urnas -digo “deberíamos” y no “debemos” porque no es seguro que se realice el plebiscito “supuestamente constitucional” y para nada democrático-.  Este plebiscito no es para nada constitucional, pues, sus promotores quieren partir de cero, o sea, refundar Chile.  Esto va mucho más allá de un cambio jurídico, teniendo como prueba la gran cantidad de elementos ajenos a nuestra tradición que los zurdos pretenden imponer (p. e. ideología de género, indigenismo, etc.).  Tampoco es democrático porque es el fruto de presiones indebidas a la autoridad legítima; cero democracia, pura oclocracia, es decir, el gobierno de la muchedumbre enardecida, que obviamente es tan solo una minoría activa, un grupo poco representativo de la sociedad, que grita demasiado fuerte y se atribuye a sí mismo la representación del pueblo.

Toda esta teorización está fielmente refrendada por el estallido que la ultraizquierda inició el 18 de octubre del año pasado.  Un estallido que de “social” tiene solo la apariencia de sus primeros días.

Son abismales las diferencias entre las marchas de derecha y las zurdas, especialmente las que se dan desde el estallido subversivo.  Mientras las marchas zurdas terminan con disturbios, destrucción de la propiedad pública y privada, agresiones de todo tipo a los carabineros, etc.; las marchas derechistas lo hacen en paz, sin destrucción de ningún tipo, agradeciendo a los carabineros, etc.  Durante sus marchas, los zurdos bloquean el paso de los vehículos aun contra la ley, vociferan contra medio mundo con la mayor vulgaridad posible, pero nadie se los impide; por su parte, la gente de derecha no impide, contra la ley, el libre tránsito de los vehículos, no grita insultos ni groserías por regla general, pero recibe agresiones de sus opositores, inclusive físicas en la persona de muchos ancianos, a quienes de pasada se les asalta.  También los símbolos patrios son víctimas de estas diferencias.  Los zurdos profanan nuestro pabellón izándolo al revés, reemplazándolo con una burda bandera negra o quemándolo, por supuesto que la bandera de la mal llamada “causa mapuche” está presente, una bandera inventada por violentistas.  La gente de derecha lleva banderas chilenas y canta nuestro himno nacional.

Por supuesto que hay grupos de choque de derecha, pero distinto a los zurdos.  Los primeros son de autodefensa; los segundo, de ataque.  La violencia siempre es obra de la zurdería.  Obviamente, la prensa o prensa comprometida, valga la redundancia, no muestra estos ataques, solo muestra los enfrentamientos sin explicar su origen.

Hay otro aspecto fundamental de este proceso “refundacional” más que constitucional: este no eliminará las ambiciones desmedidas de los zurdos.  Si gana el “rechazo”, seguirán insistiendo al margen de las reglas del juego democrático, así lo han hecho hasta ahora porque no ganaron la última elección presidencial, o sea, lo que digan las urnas es solo una anécdota; si gana el “apruebo”, lejos de tranquilizarse, abrirán otro capítulo en nuestra oclocracia, a saber, la lucha por “tenerlo todo en la nueva Constitución”, y, como no tendrán todo, seguirán con su subversión.  Quienes pretenden votar “apruebo” para que el país se tranquilice deben sacar estas cuentas.  Concluirán que se equivocan; la izquierda si no gana en las urnas, usa la violencia.

Dicho esto, se comprende mucho mejor por qué estamos en un momento bisagra.  Los bandos en disputa son diametralmente opuestos y uno de ellos sin ningún interés de dialogar.  Finalmente, usted debe preguntarse por quién votar.  La disyuntiva es simple: un bando que rechaza el experimento constitucional y quiere una vida tranquila y otro que está por un salto al vacío con una asamblea “pseudoconstituyente”, donde serán imposibles los acuerdos porque ellos no saben ni quieren dialogar, lo han demostrado.  La decisión es suya.