Momentos indiscutidos

Mons. Juan Ignacio González | Sección: Religión, Sociedad

Hay momentos indiscutidos. Dos cumplen bien este aserto. La destrucción de la ciudad de Santiago el 11 de septiembre de 1541, casi al iniciarse nuestra historia, y el 21 de mayo de 1879. Ambos tuvieron consecuencias profundas para la supervivencia del país. El momento actual también lo es.

Transitamos en pocos días desde la más completa división y discordia, con violencia desatada, heridos y muertes, a la unidad que hoy se manifiesta, la sujeción estricta a las indicaciones sanitarias, el ejercicio de la autoridad sin discusiones inútiles, etcétera. Todo ello expresa una capacidad escondida, que nace de generaciones de sacrificios, de esfuerzos, de superación de conflictos y calamidades. El Chile real, el sufrido y oculto, el que lleva una vida esforzada y que está muchas veces lejos, muy lejos, de las rencillas y discusiones de los que nos dirigen, sabe reaccionar. Ese fue el que peleó en el norte y sus orígenes están en los que defendieron la fundación en los inicios.

Ese Chile profundo, de chilenos callados y medio taciturnos, un tanto desconfiados, pero generoso y vital, es el que hay que redescubrir. Es un Chile donde la fe está viva. La divina y la humana. Donde todavía cuando hay dificultades se reza. Como ahora, en que el más lejano, en el fondo de su corazón, mira al cielo, como ha dicho Francisco. Nadie les pide que expresen su fe públicamente, pero en su interior está viva. Sus padres y abuelos rezaban y algo nos pasó que se nos olvidó. Quizá miramos mucho para abajo, lo de aquí, las cosas materiales, nuestro propio bienestar.

Otros creyeron que ya dominábamos el mundo, la ciencia y los acontecimientos. Ahí están todas las ideologías que nos han metido por debajo de la puerta. Pero el Señor de la historia no duerme y para todos es padre. Al llorar hemos mirado para arriba y lo hemos vuelto a descubrir, y con humildad le pedimos que termine la calamidad. Todos, incluso los ateos. Los agnósticos con más razón, porque creen en Él. Alguien, con sentido común, no le echará la culpa de lo que pasa, pero también se dará cuenta de que puede sacar de lo que llamamos males muchos bienes, aunque nosotros no podamos ni debamos nunca hacer el mal para que venga el bien.

¿Y qué saldrá de esta catástrofe? Creo que si lográramos mantener una cosa solamente, sería el mayor bien: la cabeza mirando al cielo y los pies en la tierra, las cosas cambiarían para el mundo y para Chile. Pero eso requiere la humildad de reconocer que hay Alguien allá arriba y que sabe más de nosotros. Y eso es difícil.

Quizá la indigencia de estos días, encerrados, medio asustados, temerosos del otro, es la mejor vacuna contra la peste. Redescubrirnos como lo que somos, falibles, rodeados de la muerte, pero con capacidad de vivir para siempre. El que no lo crea puede esperar. Y con humildad para hacernos unos servidores de los otros, sin afán de dominar a las personas o con las ideas. Personas capaces de amar al otro, de entregarnos a los grandes ideales espirituales y humanos. Como los hombres y mujeres de 1541 y 1879.

Pero esto lo sabíamos. Se nos olvidó. En poco tiempo quedó en el pasado. ¿Qué pasó? Lo mismo que al inicio de la historia, alguien nos dijo que podíamos ser como el de Arriba y nosotros creímos y nos lanzamos a la aventura y con aparente buen resultado… hasta que el verdadero dueño de la historia se dijo “bajaré y veré cómo han obrado”, como dice un Libro que también se nos ha quedado guardado en un arcón polvoriento. Y nos mandó un emisario suyo, como si fuera Él mismo. Algunos le hicieron caso y otros no.

Vendrán muchos bienes de estos males. Ya se empiezan a ver. Esperemos un poco y los veremos con mayor claridad. Pero son bienes que cambian los corazones, como nos advirtió el sabio, y no las vestimentas. Muchas cosas inútiles quedarán atrás. Ya nos lo dijo el Emisario: que solo una cosa es la necesaria. Llegó el momento de reencontrarla. Son momentos indiscutidos.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio, sección A2, el jueves 26 de marzo de 2020.