Reflexiones en la Veracruz…

María del Carmen Letelier W. | Sección: Política, Religión, Sociedad

A propósito del atentado a la iglesia Veracruz y la Asunción, una el viernes antepasado en la tarde y la otra el martes, 10 días después, no puedo sacarme de la cabeza estas ideas. Sólo queda sentarme a escribirlas, a ver si les puedo dar un orden y quedarme un poco más tranquila.

Primero, tengo un dolor tremendo al ver que compatriotas, chilenos como yo, tan enajenados por el odio o, incluso -aunque suene fuerte y pueda salir alguna sonrisa burlona-, por el satanismo, sean capaces de entrar a las iglesias, profanarlas, escribir todas las basuras que tienen en sus almas, cabezas, corazones o “vientres”, sacar y quemar imágenes a las que todos, aún de niños (aunque después hayan dejado todo botado), les enseñaron a respetar o al menos a mirar con algún tipo de piedad (me cuesta creer que las hayan odiado toda la vida), hacer barricadas con ellas y reírse con tanto odio. Aumenta el dolor ver que en las noticias se habla de “marcha pacífica con algunos incidentes”. Es que una cosa es que hayamos tenido un boom noticioso en los medios por los crímenes de un mínimo porcentaje de sacerdotes y otra muy distinta es mostrar tal indiferencia (¿o apología antipatriótica?) frente a estos ataques que nos duelen en el alma de nuestra Patria, en nuestras tradiciones fundamentales como Nación, en lo que movió a los españoles a construir esta civilización cristiano occidental.

Fui ese sábado a ayudar a limpiar la iglesia de la Asunción. Dolía verla en ese estado: profanada, rayada, sin imágenes, con todo el suelo salpicado de pintura… Pero, a la vez, subía el ánimo ver tanta gente, jóvenes y mayores, en “4 patas” en el suelo limpiando, barriendo, lavando, asegurando las entradas y, todo eso, mientras se rezaba el Rosario. El párroco dirigió unas palabras para tenerle susto al odio, que también a nosotros nos podía tomar, y cómo no, si da una rabia tremenda ver estos ataques. Al final, el balance fue positivo dentro de lo triste y lo malo de la situación: católicos dispuestos, jugados, valientes, unidos, que llegaron allí por distintos contactos.

Pero el martes en la noche fue otra cosa: incendio intencional a la Iglesia de la Veracruz, en la que -gracias a Dios- ya habían sido puestos a buen recaudo las reliquias y el Santísimo. A eso siguieron los llamados de los distintos grupos a ayudar para hacer guardia, pues las puertas quedaron inservibles y, hasta que no llegara la autoridad política, alguien debía resguardar lo que quedó del lugar, pues los bomberos debían ir a otras emergencias. Reconozco que tuve confusión y un poco de vergüenza por no poder ir. También resignación al ver que había grupos de jóvenes mucho más aptos allí; impotencia y fe en que lo que me tocaba hacer en ese momento, era rezar para reparar. ¡Qué fea noche! ¡Qué desilusión de mi Patria! Al día siguiente, temprano, el whatsapp se llenó de mensajes contando que habían cumplido y que los violentos no entraron otra vez.

Ayer sábado 16, junto a un grupo de amigos y muchos desconocidos, fui nuevamente a ayudar, esta vez a la Veracruz. Nunca antes había entrado, pero ver una iglesia entera quemada es algo muy, muy fuerte. Ni graffitis ofensivos se veían en las paredes, pues estaban todas quemadas. Un olor a humo insoportable, y la tarea de agarrar pala, escoba, lustramuebles y empezar a limpiar lo más posible. Al terminar con las bancas y ver que había un grupo de chiquillos pasando lustramuebles por las paredes del altar, les ofrecimos ayuda.

Viendo que sobre él estaba lo que fue un relicario o algo así de vidrio, completamente destruido, y que no se sacaba mucho limpiando lo que llegaba a nuestra altura sin subirnos primero a limpiar ese nivel, tuve que subirme al altar (porque yo era la más liviana del grupo). ¡Subirme al altar! Qué cosa tan rara, que iba contra toda normalidad. Primero tuve que sacar con la mano (y luego con un escobillón) todos los vidrios que habían reventado allí; también muchos escombros quemados (supongo que recubrían las paredes). Volaban los vidrios, volaban los escombros y yo figuraba sobre el altar tirando todo para abajo.

En ese momento se nos ocurrió rezar el Rosario, y uno de los chiquillos presentes, dijo que se sentía como las mujeres cuando llegan al sepulcro a embalsamar a Jesús… ¡qué tristeza! No había nada que embalsamar, sólo limpiar en la medida de lo posible ese altar vacío. Sabiendo cuántas veces murió allí Jesús incruentamente, había que pisarlo para limpiarlo. Luego, dejarlo impecable con lustra muebles, tratando de “acariciarlo” en reparación a tamaña ofensa. Hace menos de un mes se murió mi tío, un hombre muy valiente, muy santo, muy jugado, que siempre defendió a Dios, la Patria y la familia. Los que han estado en un cementerio enterrando a un ser querido, saben ese vacío que se siente, ese sentir la majestad y gigantez de la muerte. Ver cómo queda una losa cuando adentro está a quién tú tanto quieres. Algo así, parecido, fue limpiar ese altar desnudo, ultrajado y pasado a llevar, y el duelo volvió a aparecer más fuerte.

Inseparable de todo esto fue la imagen del Jueves Santo, cuando luego de la Misa, despojan el altar. Así estaba este Altar, pero no porque estuviésemos celebrando una vez más la Pasión por tiempo litúrgico, sino porque unos… -¡qué ganas de decir enfermos mentales! ¡qué difícil decir “perdónalos porque no saben lo que hacen”!-, quisieron hacer tanto daño. Jesús resucitó. Que mi Chile querido resucite también, que Dios saque algo bueno de todo este odio hacia Él y la Patria.

La adrenalina fue fuerte. Entre pena y rabia, por lo que hicimos todo rápido y con mucha fuerza. Había que cansarse, “no pensar mucho”. Y después, salimos de allí y vimos que la vida seguía y que el barrio hacía esfuerzos por retomar la normalidad lentamente. Fue un raro aterrizaje: a una normalidad que no es, que no cuadra, que -después de lo que hemos visto-, nadie puede seguir como si nada.

Hoy domingo, Misa en la mañana, iglesia preciosa, mes de María, adornos a la imagen y el altar… y la cabeza que te dice: ayer te tuviste que subir arriba de uno a limpiar, lo pisaste porque no quedaba otra, había que limpiarlo, había que “acariciarlo, perfumarlo”, pero eso no se hace!! Fue dura la Misa hoy, no pude despegar los ojos de ahí, no pude dejar de comparar todo el esplendor de nuestra misa con el cementerio que es hoy la Veracruz.

No soy llorona, pero hoy lloré media misa. ¡Qué difícil es aguantar esto, soportarlo y ver que la vida sigue! Me quedan unas horas para preparar la clase que me observarán mañana, hacer los 33 comentarios de mis alumnas y corregir cerca de 70 pruebas… pero ¿con qué cabeza, digo yo? La Iglesia de la Veracruz, este sábado, no fue un paréntesis en mi vida que me dice “ahora todo sigue como antes, concéntrate y trabaja”. Fue un golpe muy fuerte y no se puede relegar al “cosas que pasan” porque no es normal ni bueno.

Quizá la manera de reparar es cumpliendo el famoso deber de estado, hacer las cosas como siempre, pero ya las cosas no son iguales, pasó algo muy tremendo en Chile y en esta iglesia, y se necesita un tiempo para asumirlo.

De todos modos, mañana habrá que estar con el delantal del colegio a las 7:50, con amago de sonrisa recibiendo a los niños que no tienen por qué saber las barbaridades que están ocurriendo, pero pedirme que sea “tolerante” con el profesor rojo que se sienta a mi lado, creo que es mucho pedir.