La rosa de Paracelso

Javiera Corvalán A. | Sección: Política, Sociedad

Las promesas de un futuro mejor hechas por una buena parte de quienes tienen a nuestro país entre las llamas me han hecho recordar el cuento de Borges “La Rosa de Paracelso”. Johannes Grisebach, un joven alucinado con la idea de conocer los secretos de la existencia de boca del maestro al que admiró por años desde las sombras —quien, según se decía, podía quemar una rosa y hacerla renacer de las cenizas—, tocó su puerta. Paracelso, el sabio gnóstico, tras permitirle entrar en su casa, sostuvo con él una conversación en que el aspirante a discípulo manifestó su anhelo de conocer el camino para cruzar los desiertos existenciales y alcanzar el conocimiento de una tierra prometida.

Para demostrar su confianza en el maestro, Johannes tomó una bella rosa que traía consigo y la lanzó a la chimenea encendida, viendo luego cómo se transformaba en cenizas. Quedó, sin embargo, profundamente defraudado al notar que (al parecer) no había en el maestro ni intención ni capacidad de traerla de vuelta a la vida. Avergonzado por haber matado su flor y por haber puesto el alma en esperanzas vanas, salió para siempre de la casa de Paracelso (quien, sin embargo, cuando se quedó solo frente a la chimenea hizo renacer una rosa aún más bella desde las cenizas).

Una parte importante (no sabemos si mayoritaria, pero importante al fin) de quienes han incendiado y destruido casas, hospitales, ambulancias, transporte público, iglesias, universidades, registros civiles, imprentas, locales de comercio, gimnasios infantiles, monumentos, municipalidades… parecen tener la convicción interior, como el joven idealista del cuento borgeano, de que tras arrojar el país al fuego este resurgirá de entre las cenizas revestido de nueva fuerza, belleza y justicia.

Esa porción de revolucionarios, de dimensiones desconocidas, se percibe a sí misma como la parte consciente e impulsora de un “proceso histórico ineludible”, como los caminantes del “lado correcto de la historia”, como almas justicieras, partícipes de una gesta heroica que nos acerca a un paraíso venidero. Están protagonizando, como diagnosticaba recientemente Manfred Svenson en una magnífica columna, una “revolución gnóstica”. Quieren ser, como el joven Johannes, los aniquiladores de la antigua rosa para ver surgir la nueva.

Sin embargo, cualquier corazón honesto, con sentido común y algún conocimiento de la historia (¡magistra vitae!), debería entristecerse frente a un espectáculo de estas características, recordando que, en la vida real de los pueblos, los Paracelsos –los “maestros gnósticos” ideólogos de la revolución– no logran sacar vida de la muerte (ni siquiera a espaldas de los jóvenes idealistas que confían en aquellos, como ocurre en el fascinante mundo de Borges). En el mundo habitado por nosotros, humanos de carne y hueso, el caos engendra caos; la injusticia, injusticia; la destrucción, destrucción.

Si algún día futuro llegamos a hacer de Chile un mejor país, no será por haber estado en las cenizas, sino pese a haber estado en ellas. La pregunta es cómo hacer ver esto a los jóvenes capturados por Johannes Grisebach y a los viejos —o no tanto—capturados por Paracelso.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por The Clinic, el miércoles 4 de diciembre de 2019.