Es la economía, estúpidos

Cristián Valenzuela | Sección: Política, Sociedad

Llegar a la Fuente Alemana es toda una odisea. Cuadras y cuadras de veredas y paraderos destruidos; comercios, restaurantes y bancos cerrados; un hotel -irónicamente epicentro de la celebración del triunfo de Sebastián Piñera en 2017- lleno de rejas de metal, alambres de púa y sin ningún huésped ocupando sus instalaciones. El centro de Kabul o Bagdad no debe ser tan distinto a nuestra Plaza Italia, o de la Dignidad, como algunos majaderamente insisten en rebautizar.

Dignidad, precisamente, es la que miles de chilenos han perdido en estos días. La Fuente Alemana, a dos meses del estallido de violencia, opera a un 25% de su capacidad. Algunas de las famosas cocineras ya no están, no hay que hacer fila para sentarse y rompiendo toda tradición, ahora se paga antes y no después de consumir, lo que muestra un cambio en las relaciones de confianza. Al igual que el icónico restaurant, miles de chilenos empiezan a sentir la resaca de la fiesta de destrucción y vandalismo que azotó a Chile, y que gradualmente empieza a impactar nuestros indicadores económicos y sociales.

Es la economía, estúpido; es el slogan que le permitió a Bill Clinton derrotar a George W. Bush, en su intento por alcanzar la reelección para un segundo mandato en Estados Unidos. Pese a lograr un triunfo en la Guerra del Golfo, el rápido deterioro de la economía estadounidense sepultó las opciones de los republicanos para ganar la elección, y catapultaron a Clinton que basó su campaña en directa alusión a los problemas económicos que aquejaban a los norteamericanos comunes y corrientes.

Es la economía, estúpidos; el slogan que cada vez con mayor recurrencia empezarán a manifestar los cientos de miles de chilenos que se verán afectados por la mayor crisis económica desde el retorno a la democracia y que irán internalizando gradualmente, a través de sus comportamientos de consumo, expectativas y decisiones de futuro. El -3,4% del Imacec de octubre fue la primera alerta y los números de empleo, inversiones y las tasas de incobrabilidad de bancos y casas comerciales, son los índices que van a ir señalando el camino de cara al plebiscito de abril.

A diferencia de 1988, la propuesta de la opción “rechazo” no será una campaña del terror como algunos esperan, sino un espacio para evidenciar la realidad. Es la realidad que personas comunes y corrientes empezarán a vivir en los próximos meses, en despidos, reducciones de remuneraciones, proliferación del empleo informal y tantas otras aflicciones propias de un país en crisis. Con la inflación y el dólar al alza, y los proyectos de inversión paralizados por la falta de certidumbre jurídica, el costo no lo va a pagar la elite política y económica que domina este país y que celebra dichosa el acuerdo por una nueva Constitución. Los que lo pagarán serán los chilenos más pobres y vulnerables, que profundizarán la precariedad de sus condiciones y que no encontrarán una respuesta satisfactoria en las expectativas falsas que genera el nuevo texto constitucional.

Porque la nueva Constitución no va a resolver los problemas de educación, salud, pensiones o transporte de las personas; ni va lograr que nuestros diputados sean más inteligentes y sensibles a las demandas de la ciudadanía; o que nuestro Presidente y sus ministros estén en plena conexión con el pueblo. La Constitución es la carta fundamental, pero no por ello la herramienta más útil para resolver los problemas de la gente. La Constitución no contrata empleados, no paga sueldos ni da de comer a las personas; no paga las cuotas de la tarjeta de crédito ni el copago en mi institución de salud. Peor aún, respecto de nuestra economía, los cambios constitucionales solo pueden empeorar el funcionamiento de uno de los sistemas económicos que mayor progreso y estabilidad le han traído a cualquier país latinoamericano en los últimos 40 años.

Así que los invito a hacer un ejercicio práctico: vayan a la Fuente Alemana y traten de pagar el lomito italiano con un ejemplar de la Constitución o con el borrador del acuerdo de la Mesa Técnica. Les aseguro que se los van a tirar por la cabeza y los van a echar a patadas del local, por no comprender en lo absoluto el drama económico y social que esos trabajadores y emprendedores están viviendo.

La misma reacción que tendrán millones de chilenos la noche antes del plebiscito, cuando vean a casi todos los políticos, del Frente Amplio hasta la UDI, alzando los brazos y llamando a votar “apruebo” una nueva Constitución. En la soledad de la urna, al día siguiente, serán esos millones de chilenos los que votarán pensando en castigar a los responsables de sus males y padecimientos, y en contra de un camino que sólo los conducirá hacia una mayor frustración, angustia y abandono.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera, el jueves 12 de diciembre de 2019.