Economía del bien común

Cristián Davis C. | Sección: Política, Sociedad

Es un hecho público y notorio que el malestar y descontento popular nos ha llevado a la “demogresca”, es decir, a una constante pelea y división respecto de las grandes cuestiones sociales, siendo una de ellas el problema económico en sus diversos aspectos.

A mi juicio, estos males tienen como raíz profunda la codicia de la cual “proviene la desconfianza mutua, que esteriliza todo comercio humano; de la codicia, la odiosa envidia, que hace considerar como propio daño toda ventaja ajena; de la codicia, el sórdido individualismo, que todo lo ordena y subordina al propio interés, sin atender a los demás, más aún conculcando cruelmente todo derecho ajeno. De aquí el desorden e injusto desequilibrio, por el cual se ven las riquezas de las naciones acumuladas en manos de contadísimos particulares…”, según magistralmente enseña el Papa Pío XI en su Encíclica Caritate Christi Compulsi siguiendo a San Pablo (I Tim., VI, 10).

Como consecuencia de lo anterior es que evidentemente la economía no se orientó al servicio del Bien Común, lo que permitió durante muchos años una distorsión de la libre competencia que vulneró el equilibrio en el intercambio de bienes y servicios, agravando la natural desigualdad sin que se haya paliado por el Estado, que tampoco defendió oportuna y adecuadamente al más débil, incluso en su derecho, lo que posibilitó la concentración económica de los mercados en manos de unos pocos a costa del resto de los agentes económicos, permitiendo el abuso en cuanto al precio justo de los bienes y servicios ofrecidos, sobre todo respecto de los básicos e imprescindibles para la gente.

Sin embargo, vemos hoy una gran oportunidad para tratar de solucionar, dentro de lo posible, este problema económico en sus diversos aspectos, a través de la denominada “Economía del Bien Común”, la que se fundamenta en una serie de principios, leyes y factores, entre los cuales cabe mencionar por su trascendencia los siguientes: 

1.- Se parte de la base de que la actividad económica es una actividad humana que afecta al hombre y, por lo mismo, la economía está a su servicio, debiendo orientarse al servicio del Bien Común Económico.

2.- Se producen bienes y servicios para intercambiar en el mercado conforme a la oferta y la demanda. Surgiendo inmediatamente la cuestión del valor de las cosas, pudiendo aplicarse la teoría del valor de cambio y sus factores determinantes, como son, entre otros, su aptitud para satisfacer una necesidad individual y social, su abundancia o escasez relativa, sus costos de producción, el gusto o aprecio del consumidor, el riesgo, las expectativas económicas o del mercado.

3.- La libre competencia entre productores y proveedores de bienes y servicios es regulada y fiscalizada por la institucionalidad específica para evitar distorsiones en beneficio de los grupos económicos, de manera que las relaciones y prácticas comerciales entre los productores y consumidores de bienes y servicios se desarrollen libremente en un marco de confianza y a precios justos, evitándose, por una parte, los precios excesivos o abusivos y, por otra, las prácticas colusivas que buscan alterar artificialmente los precios justos como ilícitos del Derecho de la Competencia, sobre todo cuando se trata de bienes y servicios básicos e imprescindibles para la gente, los cuales son parte del Bien Común Económico, debiendo el Estado velar por la vigencia y aplicación de los precios justos. 

4.- Debe existir una reciprocidad en los cambios, donde el intercambio de bienes y servicios debe ser justo, de manera de evitar las ganancias de una parte a costa de las pérdidas de la otra parte, es decir, no es lícito recibir más dando menos. En consecuencia, debe existir una igualdad de valor de cambio relativo entre lo que se da y lo que se recibe, reflejado en un precio justo sin exceso ni defecto, según refiere el Padre Julio Meinvielle en su obra “Conceptos Fundamentales de la Economía”.

5.- El marco de incentivos o motivaciones legítimas para los agentes económicos no sólo debe ser la búsqueda del beneficio, la competencia, el cumplimiento del deber y el trabajo bien logrado, sino que habría que agregar, en la medida de lo posible, la confianza, la cooperación voluntaria, el deseo y la voluntad de compartir, la solidaridad, la hospitalidad, la caridad, las donaciones voluntarias (nadie puede dar algo que no posea previamente), y la obligación de información que las empresas ofrecen de sí mismas al mercado conjuntamente con la información de cómo éstas organizaciones sirven a la sociedad; incentivos todos que se orientan al servicio del Bien Común Económico.

6.- Un trascendental tema que está directamente relacionado con la reciprocidad en los cambios es el “Problema Monetario” que comprende todos los aspectos relativos al “préstamo de dinero y el cobro de intereses”. Así, la continua violación de la reciprocidad en los cambios en el mercado del dinero determina las crisis cíclicas que son inherentes a un sistema monetario que altera las condiciones del cambio, provocando una disociación y falta de armonía en el desarrollo de las diversas ramas de la producción de bienes y servicios, que afecta la equidad en la economía y que, sin lugar a dudas, produjo, en parte, el referido malestar y descontento popular.

Enfrentar y hacerse cargo del mencionado “Problema Monetario” en sus diversos aspectos es un problema esencial que forma parte del Bien Común Económico, y que habría que resolver, incluso antes que todos los demás problemas económicos, según sostiene, entre otros, el autor Pierre Vilar, en su magnífica obra “Oro y Moneda en la Historia”.

7.- Finalmente, en una Economía del Bien Común es fundamental la libertad empresarial y el Principio de Subsidiariedad, así como la libertad para adquirir el dominio sobre los medios de producción y el Derecho de Propiedad en sus diversas especies sobre toda clase de bienes y servicios. 

En cuanto al Derecho de Propiedad de las personas y de las empresas que en este mes y medio ha sido gravísimamente afectado, el autor norteamericano Robert Lefevre en su genial obra “La Filosofía de la Propiedad”, pone las cosas en su lugar al decir: “Hay un aura romántica que rodea a figuras como Robin Hood, Jesse James, Murietta; todos ellos fueron generosos con los bienes ajenos, y han sido objeto de entusiasmo y veneración popular. Una vida de crimen parece atractiva y emocionante. Sin embargo, todo ladrón espera no ver la miseria, la degradación y la frustración de las satisfacciones individuales que va dejando a su paso, y nada lo angustia más que el hecho de recordarle que su generosidad solo se hace posible gracias a la diligencia, el sudor y el trabajo de aquellos a los que ha saqueado”.

En todo caso, tenemos claro que el Derecho de Dominio sobre los bienes y servicios no es absoluto, y debe orientarse al Bien Común Económico, prevaleciendo éste si eventualmente llegase a ser necesario, conforme a la Función Social del Dominio, debiendo el Estado velar por su vigencia y su aplicación.

Frente a la “demogresca” que estamos padeciendo, sostenemos con esperanza que la “Economía del Bien Común” puede ser una real oportunidad para tratar de solucionar, dentro de lo posible, el problema económico en sus diversos aspectos, lo que ocurrirá en la medida en que dejemos de lado nuestro sórdido egoísmo que con demasiada frecuencia ha presidido las mutuas relaciones económicas tanto individuales como sociales, así como también la codicia de cualquier especie y forma, la que desgraciadamente se ha adueñado de los corazones de muchos chilenos.

En relación a esta oportunidad de solución del problema económico traigo a colación lo dicho por Santo Tomás de Aquino: “Es necesario que el hombre considere qué es bueno para sí, a partir de lo que es prudente respecto del bien de la multitud” (S. Th. II-II q. 47 a 10 ad. 2m.), y agregó que “es imposible que un hombre sea bueno si no está en buena relación con el bien común”. (S. Th. I-II q. 92 a 1 ad. 3m.).-