La vocería de gobierno en Chile

Jaime García Covarrubias | Sección: Historia, Política

La Vocería de Gobierno en Chile es una fórmula destinada a informar a la opinión pública y de relacionarse con la prensa en diversos sentidos. Sin embargo, una de sus principales funciones es cuidar la imagen del Presidente sacándolo del primer plano y alejándolo de la trinchera coyuntural. Dicha vocería está radicada en el Ministerio Secretaría General de Gobierno, instancia encargada de las comunicaciones.

Si hacemos algo de historia, debemos retrotraernos al primer gobierno de Ibáñez donde René Montero, con gran diligencia cumplió la tarea de secretario del presidente, sin que esta tarea estuviera institucionalizada en ese entonces. Dada la buena evaluación de su rol, pese a la caída de su jefe durante la fugaz República socialista, se institucionaliza el papel del secretario creándose la Secretaría General de Gobierno. Ibáñez -en su segundo mandato- volvería a tener a su inteligente colaborador René Montero, esta vez con el título de Secretario General de Gobierno. Pero, será en 1976 cuando dicha secretaría sea elevada a Ministerio radicando allí la Vocería. Desde esa fecha el país ha conocido a distintos funcionarios, muy diferentes unos de otros, que se han constituido en el rostro del gobierno, tanto en las buenas como en las malas.

Cada país utiliza distintos métodos para la vocería y no en todos tiene rango ministerial como es en Chile, pudiendo ser un profesional de las comunicaciones -sin que necesariamente tenga una trayectoria política importante- quien se aboque a leer comunicados oficiales. Esta opción aparece cada cierto tiempo como una alternativa válida y con algunos beneficios, como es la de evitar exponer a políticos con carreras expectantes. No obstante, es mejor tener un político que sea capaz de ir más allá de la lectura de un comunicado. Como sabemos, cuando se lee un comunicado, quien lo da a conocer da por terminada dicha noticia, pero para la prensa la noticia recién comienza.

En nuestro país hemos conocido voceros hombres y mujeres; civiles y militares; amables y no tan amables; inteligentes y no tanto; dotados de buen hablar o de cansadora verborrea; políticos que acarrean su trinchera al hombro y otros de un corte más calmado y académico. En fin, los chilenos hemos experimentado de todo y hemos sido, infinitas veces, víctimas pacientes de explicaciones que muchas veces son recibidas con ironía.

Lo importante en esto, es que el vocero es la cara visible del gobierno y es quien nos transmite lo que está pasando al interior de la “casa donde tanto se sufre”. Una actitud serena proyecta calma al país y un rictus amargo es más decidor que mil palabras.  Un vocero no se puede permitir licencias de ningún tipo, porque está encarnando la imagen del gobierno. Por lo mismo es un cargo que desgasta mucho y a veces constituye el réquiem político de quien lo ejerció.

En estos tiempos de tensión y crispación, los ciudadanos esperamos que quien ejerza la Vocería tenga algunas características esenciales, que sea una persona serena, que vaya siempre con la verdad por delante, sólida, equilibrada, cautelosa, amable y altamente capacitada para responder a todo tipo de preguntas. A ello se debe agregar que jamás se enoje, puesto que en política quien lo hace, es quien va perdiendo. 

Sin ninguna duda en los tiempos actuales del país, es menester tener vocerías creíbles y empáticas que no produzcan rechazo en la opinión pública y que refleje calma. En esa línea, la actual Vocera, Ministra Secretaria General de Gobierno, Karla Rubilar Barahona, ha mostrado tener las aptitudes -en los pocos, pero difíciles días- que lleva en el cargo: Ha ido entregando respuestas bien fundadas; hay transparencia en su mirada; se ha mostrado accesible y libre de fanatismos ideológicos y/o fetiches históricos. 

Será muy importante que mantenga estas condiciones, ya que un Vocero siempre tendrá que auto-protegerse de caer en la tentación de transformarse en un vocero repetitivo. Estos últimos son percibidos de inmediato por la ciudadanía, ya que hacen sospechar que son pauteados y que sólo son aptos para justificar hechos.

No en vano Federico el Grande decía: “Cuando cometo algún error siempre tengo a un idiota que lo justifica.”