La revolución de los hipócritas

José Antonio Amunátegui O. | Sección: Política, Sociedad

Un mundo enfermo de egoísmo ha perseguido durante décadas un caldero de oro al final del arco iris; su competencia por dinero y poder tuvo pocos ganadores que monopolizaron todo, dejando a los restantes insatisfacción, resentimiento y una cada vez más dura línea de flotación. La hipocresía llamó esta pirámide codiciosa “sociedad libre”, “libre mercado” o “democracia”; monopolios semejantes son en sí tiranía, de ninguna forma posible sociedad libre.

Esta hipocresía fue fundada sobre mentira: riqueza consiste en bienes transables y dinero. La competencia consistió en avariciar lo ya producido, descuidando educación –conocimiento y virtud-, y familia –única fuente de educación-, raíz única de riqueza. La hipocresía distributiva, ilusión de un pueblo embrutecido por el pan y circo y por una anticultura de matinales, se transformó en querellas y demandas por la vía de vicios como mentira, chantaje y extorsión. Nuestro país se sumó a la globalización de la hipocresía, el embrutecimiento y la codicia; también al estallido irreflexivo de masas frustradas, que no demandan cambio ético, sólo reparto del botín, mostrando en su execrable dimensión la corrupción del más preciado fundamento social. Los descontentos actúan unidos como plaga de langostas en un maizal, pero su diagnóstico errado y sus propuestas de solución los hace adversarios y hasta enemigos irreconciliables.

Hipócritas, financiados por narcodólares y apoyados por terroristas, organizaron la deconstrucción de la cultura que aportaba riqueza. Aprovecharon la fisura ético moral e ignorancia para azuzar por décadas descontento, división y discordia, a través de educación primaria, secundaria y universitaria. Crearon o controlaron cientos de organizaciones para encarnar ocultos en ellas el descontento, permear cultura, deconstruir ideas y creencias, podrir a la administración de justicia, persuadir a toda una generación de que ellos eran víctimas de persecución injusta, y conseguir cárcel y mordazas para quien se les oponga. Su ejército de rebeldes resentidos respondería al primer grito revolucionario con pasión carente de reflexión, espíritu crítico y amor a la verdad.

Cuando llegó la hora de cosechar esta siembra, sus manos cobardes encendieron la mecha. Por un tiempo lograron un festín de violencia y odio, que parecía provenir de muchas causas justas. Su cobardía se reveló: dineros pagados a sus mercenarios y sicarios, uso de drogas para enardecerlos. La irracionalidad de  prometer riqueza empobreciendo, y paz incendiando personas humanas y bienes valiosos, alertó a la población. Esta vez no fueron vencidos y perseguidos; solos en su codicia de poder total, cargan la gravísima traición de intentar vender su propia patria a un poder criminal, a cambio de miserables narcodólares que compraron sus lujosas mansiones.

Hipócritas en silencio abandonaron a los suyos en manos de hordas hipócritas que, con falsas ínfulas mesiánicas y redentoras, levantaron juicio y sentencia callejera, como si sus autoridades, la fuerza policial, las FFAA, la institucionalidad y la misma Constitución Política, hubieran llegado de otro planeta y no desde sus familias, calles y casas, como si su Metro no hubiera sido pagado con esfuerzos de todos y, mucho peor, como si nuestros carabineros quemados y heridos no fueran sus hermanos y compatriotas. Hipócritas de lenguaje provocador, virulento, odioso y chantajista, dicen constituir “movilización pacífica”. Hipócritas por doquier, incapaces de reconocer su responsabilidad. Innobles disfrazados de justicia e ideal, manchados de destrucción y sangre.

Un destello de nobleza en el servicio público firmó un acuerdo de paz y amistad cívica que incluye una nueva Constitución Política; si la de antes fue hija “de la dictadura”, hoy será hija de la hipocresía, y por tanto también letra muerta en manos de una ciudadanía hipócrita incapaz de leerla y hacerla vida. No nos cansaremos de advertir: la única salida es un profundo cambio ético moral, en la línea de la responsabilidad, y no hay otro camino que la educación. Si no hay riqueza, no hay frutos ni solidaridad, porque nadie puede dar de lo que no posee. 

La historia será implacable con estos días y con quienes los padecimos. Recordará con vergüenza cada hito, anti líder, daño y traición, juzgará responsabilidades y condenará a verdugos disfrazados de víctimas. Mostrará a egoístas pretenciosos de izquierda o derecha desquiciados por poder y opulencia, robando lo que una mayoría –silenciosa y en ello también culpable- produce con enorme esfuerzo. Mostrará a ignorantes babeando frases ponzoñosas que llaman al crimen justicia y al odio paz. Triste nombre les recordará: “Revolución de los Hipócritas”.