La discordia constitucional

Alejandro San Francisco | Sección: Historia, Política

El mundo vive una hora de discordias. En la política, la búsqueda del consenso -que estuvo tan de moda en las últimas décadas del siglo XX- hoy parece solo parte de la historia, mientras las diferencias emergen sin ambigüedades, al punto de amenazar cambios radicales en diversas sociedades. Unos luchan por la libertad frente a dictaduras que se han perpetuado por años e incluso décadas; otros manifiestan reivindicaciones separatistas que podrían terminar en la división de un país; hay sociedades con reclamos de procesos constituyentes, piden la renuncia de sus gobernantes, cuestionan las elecciones o sencillamente luchan por “radicalizar” la democracia o terminar con ella.

La política siempre ha sido compleja y dinámica, pero en este último tiempo se han sumado a las dificultades muchos problemas novedosos: la rapidez de las comunicaciones, la internacionalización de ciertos procesos, movilizaciones sociales de diverso origen y la irrupción de nuevas fuerzas políticas. Frente a ello, en general la democracia ha permanecido más bien estática, poco innovadora en lo intelectual e institucional, como si el triunfo épico sobre el comunismo en el mundo hace treinta años, con la caída del Muro de Berlín -o el fin de las dictaduras militares en América Latina- hubiera significado una victoria eterna y sin vuelta atrás.

Sin embargo, los problemas están a la vista y las soluciones no emergen de un día para otro. En algunos países las divisiones son meramente políticas, en otros lugares han vuelto a ser ideológicas y tienen claras contradicciones institucionales. Una de ellas es la demanda por una nueva constitución, por una nueva organización territorial, por un pacto social distinto. Pocas constituciones tienen ese carácter casi sagrado de aquella creada por los padres fundadores de los Estados Unidos, aunque las sociedades en general terminan aceptando y dando continuidad a sus cartas fundamentales, aunque hayan tenido un origen no democrático.

En la actualidad el problema constitucional afecta a democracias y dictaduras, es relevante en Asia, Europa y América Latina, y busca soluciones dentro de la institucionalidad o bien sobrepasándola. En Hong Kong es la lucha por la democracia, en Venezuela es el cambio del proceso bolivariano liderado por Maduro, en Europa surgen otros debates.

En este sentido, Chile vive claramente una coyuntura especial, un momento constitucional que está marcado por las movilizaciones sociales y la polarización que se vive actualmente en el país. Si bien surgió a partir de una manifestación económica-social, es evidente que a esta altura estamos frente a un problema político mayor, que se extiende por varias semanas y cuyo final permanece abierto y no se ve muy claro si será positivo o negativo. En la última semana ha irrumpido con más fuerza el tema constitucional, sea por el contenido de la demanda de la izquierda y otros sectores políticos y sociales -hay que cambiar la Constitución- o por el mecanismo para acometer los cambios -es preciso organizar una Asamblea Constituyente. La discusión sobre la carta fundamental lleva varios años e incluso han existido dos reformas importantes a la Constitución: la de 1989, que obtuvo un inmenso respaldo popular en el correspondiente plebiscito, y la de 2005, con un acuerdo que involucró al gobierno del presidente Ricardo Lagos y al Senado, entonces liderado por Sergio Romero (RN). En este último caso incluso cambió la firma de la Constitución y esta pasó a llamarse “de 2005”. Sin embargo, luego nada parece ser suficiente y ese es un factor que hace dudar a la hora de abrir nuevas negociaciones; otro problema es que se eliminen los elementos positivos de la carta fundamental, que fue una de las bases del progreso de Chile en las últimas décadas. Por otro lado, parece imposible dejar las cosas tal como están, sin una discusión sincera sobre el texto constitucional, que permita su reforma y mejora. El tema cobra importancia a la luz de la historia: otros momentos de discordia constitucional terminaron con la ruptura violenta del régimen político, como ocurrió en 1891 y en 1973. Para tenerlo en cuenta.

La nación no sólo es una historia y un presente, sino sobre todo un proyecto de futuro, la voluntad de permanecer unidos, de llevar a cabo una misión con unidad y sentido. Es evidente que una crisis sobre la vigencia de la Constitución  o una disputa permanente sobre ella va horadando las bases de la unidad nacional o de la propia legitimidad constitucional. Por lo mismo, es necesario evaluar las alternativas con inteligencia y obrar en consecuencia.

Cicerón se jactaba -en su obra Sobre la República– que ninguna constitución era superior a aquella que los romanos habían recibido de sus antepasados, lo que les había permitido dar vida a la mejor forma de organización política. Sin embargo, analizando la crisis de la República Romana, José Ortega y Gasset explicaba que hacia el siglo I ac “los estratos de la discordia” mostraban a una sociedad dividida en dos, una sociedad que había dejado “en absoluto de serlo”. Eso ocurre, precisamente, cuando la sociedad no cambia a tiempo, o cuando algunos -abandonando los principios republicanos- optan por fórmulas de destrucción, a través de la violencia o las guerras civiles. Por lo mismo, las sociedades deben pensar esos problemas antes de que sea tarde, adelantar el diagnóstico para avanzar en la solución de la discordia constitucional, conversando políticamente para evitar que el conflicto termine resolviéndose por los medios armados. Eso exige varias virtudes que no siempre están presentes en los actores políticos: patriotismo, inteligencia, visión histórica y política, flexibilidad, sentido del tiempo, capacidad de diálogo, convicciones, creatividad. Para el país con el problema, en este caso Chile, requiere que no solo transiten políticos en la discusión pública, sino que también haya estadistas, que miren más allá de la coyuntura.

La política es compleja y dinámica, tanto que puede dejar a sus principales a actores a la deriva, si no logran resolver los problemas a tiempo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, el sábado 9 de noviembre de 2019.