Gonzalo Vial Correa: “La crisis estallará”

Alvaro Góngora | Sección: Educación, Historia, Sociedad

Ayer se cumplieron diez años de su fallecimiento. Se trataba de un hombre especial, portador de una personalidad de “dimensión más que natural”, porque desplegó su vida en diferentes ámbitos.

Fue abogado, historiador y periodista colegiado. Fuera del desempeño profesional exitoso, se desenvolvió como académico de la Universidad Católica de Chile, Metropolitana de Ciencias de la Educación y Finis Terrae, llegando a ser decano de las facultades de Historia, Geografía y Letras y de Educación, respectivamente, de las dos últimas, amén de miembro de número de la Academia Chilena de la Historia. Integró el Consejo de Ética de los Medios de Comunicación Social, dirigió las revistas Portada y Qué Pasa y por largos años fue columnista del diario La Segunda. En todo este repertorio su labor fue siempre destacada y muy bien reconocida. Un botón de muestra: fue autor y coautor de una larga lista de obras y artículos históricos considerados fundamentales, y se cuenta entre los grandes historiadores de Chile.

Su trayectoria pública no fue menor: ministro de Educación, integró la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (Comisión Rettig), la Mesa de Diálogo de Derechos Humanos y el Consejo de Defensa del Estado. Todo habla de una inteligencia y cultura superior, alimentada desde pequeño mediante una voracidad lectora de cuanto caía en sus manos, más la profesión y sus múltiples quehaceres que le aportaron conocimientos sobre la realidad nacional. También habla de un rigor incansable, portador de lógica sistemática para exponer, interpretar o discutir, sin nunca juzgar ni hacer críticas personales.

Pero quienes lo conocimos más estrechamente —al margen de su familia, por cierto—, pudimos apreciar su amabilidad, con disposición genuina para ayudar a quien lo solicitaba, amigos o no. Apreciamos su fino humor, que afloraba en forma espontánea en distintas situaciones y se reía de sí mismo. Era serio, pero no grave. De proverbial sencillez, no ostentó distinciones, menos materialidades, porque fue austero en todo. En verdad era un hombre íntegro. Descendía de una familia chilena tradicional, pero nadie vio en él, ni por asomo, presunción. Al revés.

Sus preocupaciones preponderantes fueron la educación pública y la pobreza. Le escuché reiteradamente decir que “la” única forma de vencer la pobreza era una enseñanza básica y media de calidad. Sin ella —sostenía— no habría cultura, civilidad, vida en comunidad, ni democracia estable, ni desarrollo económico en el país. Creó junto a su esposa, María Luisa Vial Cox, la Fundación Educacional Barnechea en 1987, sostenedora del Colegio San Rafael, para formar a niñas y niños de familias de nivel socioeconómico bajo de la comuna, la cual ofrece una posibilidad real de educación y desarrollo. Y en 1990, la Escuela Técnica Francisco A. Encina, con la finalidad de aportar a los jóvenes egresados una opción profesional. Vial se ocupó de reunir los recursos necesarios y me enteré casualmente de que en silencio daba parte de sus ingresos profesionales.

Demostró enorme preocupación por lo que estaba ocurriendo en Chile, sin ser asumido en serio por muchos o que “tendía a ocultarse”. En una entrevista (2007) señaló que el sistema económico liberal había contribuido al país con importantes progresos, pero que supone la existencia de un mínimo de educación masiva: al menos saber leer y escribir, conocer las cuatro operaciones, poseer hábitos y métodos de trabajo y, como no se tienen, ningún sistema, ni capitalista o socialista, sacaría al país del subdesarrollo. Y con estos y otros elementos de análisis, pensaba muy posible “que venga a mediano plazo una verdadera catástrofe social”. Mientras el Estado no invirtiera como corresponde en educación, mientras la pobreza se mantuviera en los niveles de ese momento, mientras la droga, el alcohol, la promiscuidad siguieran deteriorando a la juventud, “la crisis tarde o temprano estallará. Espero no verla y me encantaría equivocarme, pero dadas las circunstancias, ¿por qué podría ser de otra forma?”.

¡Cómo aprendíamos de él entonces! Han pasado diez años y me parece que fue ayer.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el jueves 31 de octubre de 2019.