Los actores del drama

Gonzalo Rojas S. | Sección: Historia, Política, Sociedad

Uno por uno, en orden cronológico, estos han sido –están siendo-  los actores del drama.

Trescientos a quinientos secundarios, perfectamente entrenados y coordinados para realizar durante una semana actos de desobediencia civil: evadir el pago en el Metro. Un eslabón más de la cadena que comenzó con los pingüinos y que ha tenido a los liceos emblemáticos como campos de entrenamiento.

El Partido Comunista, organizador, difusor y animador de la cueca, seguramente en unión con extranjeros entrenados fuera de Chile. Su bancada llama a la desobediencia civil, pide la renuncia del presidente, se niega al diálogo, acusa al Gobierno de violaciones a los derechos humanos y prepara la acusación constitucional contra Piñera. Como el 46 después de Plaza Bulnes, como el 49 por la chaucha (ya entrando en la clandestinidad) como el 57 por el 2 de abril, como el 62 por la José María Caro; como siempre.

Diez, veinte, treinta comandos anarquistas, especializados en incendios y asaltos (llevan años testeando con buses del Transantiago, con la PDI de Condell, con el Instituto Nacional, con el Metro).

Cien bandas delictuales y miles de criminales por cuenta propia. El 27-F les demostró que antes de que lleguen los militares, es tirar y abrazarse.

La mayoría de los periodistas, especialmente en la TV, que instalaron desde el primer día los concepto de “crisis social”, de “gota que rebalsó el vaso” y ahora, después de los anuncios de Piñera, cambian el foco hacia el carácter multitudinario de las manifestaciones y a las violaciones de los derechos humanos de los que protestan. Como siempre, no informan, sino que dirigen la opinión.

El Presidente Piñera, desarmado, mostrando capacidad de rehacerse, tomando medidas fuertes y adecuadas, muy contrarias a su propio talante, buscando salir de los problemas con plata, transando con la izquierda -de hecho- el programa para el que fue electo. 

El Frente Amplio, lento pero consistente en su reacción, funcional a los comunistas, para no ser menos. Sale a la calle, a sus territorios, a ofender a los militares, a insultar a Chadwick, a convocar a miles de universitarios sin clases para tratar de conseguir la conducción del proceso que, obviamente, está en otras manos mucho más experimentadas y siniestras.

Los partidos de Gobierno, perplejos, tragándose el cuento del “estallido social inevitable”, incapaces de ver que está en juego el sistema de libertades que desde 1973 ha hecho viable a Chile; y, en el caso de algún senador, francamente inaudita su desfachatez para hacer uso del “yo te lo dije”.

La gente en sus casas, unos golpeando cacerolas, sí, obvio, los que votaron por Guillier y por Sánchez: qué otra cosa podía esperarse de ellos; y se les ha sumado un grupo importante, que votó por Piñera sólo por el bolsillo. A su lado, los chalecos amarillos y los que limpian escombros, los que -hayan votado por uno u otro- saben que hemos estado viviendo al borde del infierno… con llamas y todo. Ciudadanos.

Las Fuerzas Armadas y Carabineros, acudiendo una vez más al sitio donde los civiles dejamos el espanto, siempre solicitadas, casi nunca reconocidas, siempre atacadas por los mismos; leales a Chile, casi indefensas, eso sí.

El Gabinete, casi fantasmal, como de tiempos del Parlamentarismo. Una que otra intervención de calidad, pero, en general, encefalograma casi plano, algo de fuerza para denunciar, pero casi nada para defender. Fatalmente condenado a un cambio importante.

El Instituto Nacional de Derechos Humanos, con su celo habitual para distinguir entre los humanos (civiles que protestan) y los deshumanizados represores (los uniformados). Treinta denuncias en contra de quienes, una vez más, salvan a Chile del incendio final. ¿Y cuántas contra los incendiarios?

Los manifestantes pacíficos. Estudiantes, más estudiantes, y sus profesores, cómo no; y funcionarios públicos que faltan a su trabajo de modo obviamente ilegal y que alegarían persecución política en caso de ser sumariados; y los profesionales radicalizados de los Colegios controlados por la izquierda, que para eso los quiere; y los carcamales de mi generación, que creen que se están abriendo las anchas alamedas… esta vez porque han incendiado el metro.

José Antonio Kast y los republicanos, en silencio inicial, para no aprovecharse del vacío tremendo dejado por el Gobierno, a la espera de que definiese su posición, para apoyarlo después en todo lo que sea de bien para Chile y para criticarlo en todo lo que sea frívolo entreguismo.

El drama continúa. Algunos papeles se modificarán. Otros están escritos en piedra.